La verdadera comunicación es algo más que enviar mensajes desde el móvil
Diseño: ANNA PARINI
Desde la irrupción de las redes sociales y la mensajería móvil, mantener una conversación cara a cara se ha convertido en algo casi exótico. Estamos en contacto de forma abreviada y superficial con un número creciente de personas, pero cada vez nos sentimos más solos.
Para mejorar nuestras relaciones con los demás, comprenderlos y ser comprendidos, es esencial recuperar el buen hábito de hablar con tiempo y verdadera atención.
Parece demostrado que un déficit de conversación hace al sujeto más susceptible de padecer trastornos psicológicos. La falta de comunicación, directa e interactiva, con otras personas que puedan darle su opinión y relativizar los acontecimientos facilita que estos queden atrapados en la mente.
Cuando una experiencia se estanca en el circuito cerrado de un solo individuo, las emociones se amplifican y los mismos hechos se acaban distorsionando, algo que podría haberse evitado con una charla en buena compañía.
Deborah Tannen, profesora de lingüística de la Universidad de Georgetown, explica al respecto que “una conversación bien llevada es una visión de cordura, una ratificación de nuestro propio modo de ser humano y de nuestro propio lugar en el mundo”. Sin embargo, esta actividad tan humana se puede volver en nuestra contra cuando no la realizamos de forma saludable o con las personas adecuadas. “No hay nada más profundamente inquietante que una conversación que fracasa (…) Si sucede con frecuencia, también eso puede hacer tambalear nuestra sensación de bienestar psicológico”.
Esta autora comenta en su ensayo Hablando se entiende la gente que muchas de las disputas que se producen en las parejas heterosexuales tienen su origen en nuestra formación social, durante la infancia y adolescencia, con amigos de nuestro mismo sexo. Esto provoca que, en muchos casos, se creen estilos conversacionales separados por falta de interacción entre géneros.
El mayor obstáculo para una buena conversación es la incapacidad del ser humano para escuchar al otro con inteligencia, habilidad y comprensión. Carl Rogers
A partir de aquí se generan mitos como que “los hombres no saben escuchar” o que “las mujeres hablan de sus problemas sin cesar”, lo cual son claros prejuicios de género. Como sucede con cualquier otra actividad humana, hay diferentes grados de implicación y dominio en la comunicación oral con los demás. En el lado más ligero de este arte, estaría la charla informal, que según Debra Fine está injustamente poco valorada:
“La charla tiene el estigma de ser considerada la humilde hijastra de la verdadera conversación, aun cuando cumple una función extremadamente importante. Sin ella es muy difícil entablar un verdadero coloquio. Quienes dominan la charla informal son expertos en lograr que los demás se sientan involucrados, valorados y cómodos, y eso ayuda a reforzar una relación laboral, cerrar un trato, dejar la puerta abierta a una nueva relación amorosa o entablar una amistad”.
Según esta experta en oratoria, la conversación informal es el primer paso para que pueda surgir la empatía entre dos personas. Aunque charlemos sobre un tema poco trascendente, en ese primer contacto en realidad estamos diciendo mucho, porque empezamos a crear un vínculo en el que ya se transmite cercanía o distancia, confianza o reservas hacia el otro.
El mito de la locuacidad femenina
Contra la creencia popular de que las mujeres hablan mucho más que los hombres, en 2007 un estudio llevado a cabo por las universidades de Texas y de Monterrey demostró que el número de palabras vertidas diariamente por uno y otro género son prácticamente las mismas. En el curso de las conversaciones cotidianas registradas con un dispositivo, tanto hombres como mujeres invirtieron un promedio de aproximadamente 16.000 palabras al día. En la investigación, publicada en la revista Science, curiosamente, fueron dos hombres los que se situaban en los extremos de la locuacidad. El que más hablaba empleó unas 47.000 palabras en un solo día, y el que menos, cerca de 500.
En palabras de Debra Fine: “La conversación intrascendente es el equivalente verbal a la primera ficha de dominó: dispara una reacción en cadena, con todo tipo de consecuencias”. Contra el prejuicio de que un desconocido no tendrá nada en común con nosotros, al arriesgarnos a charlar nos podemos llevar más de una grata sorpresa.
¿Cuántas parejas, buenos negocios o amistades tienen su origen en una conversación casual? Probablemente, la mayoría. Más allá de las habilidades comunicativas de cada uno, el arte de la conversación puede ser aprendido y potenciado. Los antiguos griegos daban gran importancia a ejercitar la oratoria y, en tiempos modernos, ya en 1875 Cecil B. Hartley mencionaba en su «Guía de un caballero de etiqueta» una serie de claves que siguen siendo vigentes, ya que lamentablemente aún hoy nos pasan por alto muchas de ellas.
Podemos resumirlas en estos 10 puntos:
- Aunque estemos convencidos de que el otro está totalmente equivocado, en lugar de discutir es aconsejable cambiar hábilmente de conversación. Es absurdo pretender que los demás estén de acuerdo con nosotros.
- Nunca hay que interrumpir ni anticiparnos a la historia de nuestro interlocutor. Saber escuchar es la regla dorada del buen conversador.
- Evitemos poner cara de fatiga durante el discurso de otra persona, así como distraernos con otra cosa mientras está hablando. Hartley mencionaba como entretenimientos “mirar el reloj, leer una carta u hojear un libro”. El equivalente actual sería la irritante costumbre de mirar el móvil.
- La modestia nos ahorrará muchas antipatías. No hay que exhibir conocimientos, méritos o posesiones que haga sentir a los demás que se encuentran en inferioridad.
- No es necesario hablar de uno mismo, a no ser que nos pregunten. Nuestros interlocutores se enterarán de nuestras virtudes sin necesidades de que se las precisemos.
- La brevedad ocurrente es siempre más eficaz que entregarse a largos discursos o a historias aburridas.
- Criticar o comparar unas personas con otras, así como censurar a los ausentes, puede parecer divertido, pero acabaremos causando una mala impresión.
- Nunca hay que señalar ni corregir los errores en el lenguaje de los demás, aunque sean extranjeros, ya que se sentirán humillados por la observación.
- No hay que ofrecer asistencia o asesoramiento a no ser que nos hayan pedido consejo expresamente.
- El elogio excesivo crea desconfianza, pues nuestro interlocutor puede pensar que tenemos intenciones ocultas.
Existen pocas buenas conversaciones: debido a la escasez de posibilidades de que dos transmisores inteligentes se encuentren. Truman Capote
Al final, la esencia del buen diálogo es nuestra capacidad de entregarnos al intercambio con el otro como si de una coreografía se tratara. Los participantes hacen danzar juntas sus ideas, que se encuentran, se separan –para ampliar su horizonte de opiniones– y vuelven a unirse para crear nuevos significados.
Es por eso que después de una conversación profunda nos sentimos transformados. Nos hemos nutrido con nuevas ideas y hemos sometido nuestra propia óptica a un enfoque diferente que amplía nuestra comprensión sobre el mundo y sobre nosotros mismos.
En su libro Conversación, el pensador Theodore Zeldin sostiene que “dos individuos, conversando con honestidad, pueden sentirse inspirados por el sentimiento de que están unidos en una empresa común con el objetivo de inventar un arte de vivir juntos que no se ha intentado antes”.
Una buena conversación es como el café negro; estimulante y tan difícil de dormir después. Anne Morrow Lindbergh
Puesto que es uno de los pocos placeres que no requieren otra inversión aparte del tiempo, merece la pena recuperar este viejo arte para volvernos a sentir humanos.
Si el tiempo que gastamos en enviar o responder cientos de mensajes de compromiso los dedicamos a compartir nuestro universo con personas que puedan enriquecerlo, viviremos con un mayor “ancho de banda” y afrontaremos los problemas que nos traiga la vida de forma más inteligente y serena.
Francesc Miralles, 7 de agosto de 2015
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