Fuentes preferidas de la meditación franciscana
El diálogo de Francisco con Dios Trino se alimentaba de la Sagrada Escritura. Francisco conocía con gran claridad el motivo de la dignidad incomparable del Libro de los Libros. En la introducción de su Carta a todos los Fieles afirma: «… me he propuesto anunciaros, por medio de las presentes letras y de mensajeros, las palabras de nuestro Señor Jesucristo, que es la Palabra del Padre, y las palabras del Espíritu Santo, que son espíritu y vida» (2CtaF 3).
La voz del Verbo divino resuena ininterrumpidamente en las palabras reveladas; en ellas está presente y operante la fuerza del Espíritu Santo. Por eso son «espíritu y vida» (Jn 6,64) para todo aquel que accede a las mismas con fe y amor. Esta visión, sorprendente en una persona que carecía de formación teológica, le llevó a exhortar con insistencia a sus hijos: «Retengamos, por consiguiente, las palabras, la vida y la doctrina y el santo evangelio de aquel que se dignó rogar por nosotros a su Padre…» (1 R 22,41).
Tomás de Celano nos informa de cómo y con qué espíritu se acercaba Francisco, a la Biblia: «Su ingenio, limpio de toda mancha, penetraba hasta lo escondido de los misterios, y su afecto de amante entraba donde la ciencia de los maestros no llegaba a entrar. Leía a las veces en los libros sagrados, y lo que confiaba una vez al alma le quedaba grabado de manera indeleble en el corazón. La memoria suplía a los libros; que no en vano lo que una vez captaba el oído, el amor lo rumiaba con devoción incesante. Decía que le resultaba fructuoso este método de aprender y de leer y no el de divagar entre un millar de tratados… Y aseguraba que quien, en el estudio de la Escritura, busca con humildad, sin presumir, llegará fácilmente del conocimiento de sí al conocimiento de Dios» (2 Cel 102).
Su actitud ante la Biblia, por tanto, no estaba motivada por una curiosidad intelectual, sino por un vivo deseo de encontrarse constantemente con el Señor en su palabra revelada. Su comprensión extraordinariamente profunda del mensaje divino no dependía de una preparación cultural específica, sino que era el resultado de su connaturalidad hacia el mensaje, por obra de su transparente pureza interior, de su vigilante escucha y de su intenso amor. Su lectio divina, «lección divina», aunque verosímilmente no leyó nunca todos los libros sagrados, fue, más que lectura, meditación prolongada, admiración extasiante y docilidad pronta a traducirse en práctica.
En estrecha conexión con la fuente primaria de la oración, la Biblia, se encuentran los misterios de la salvación. «Durante su enfermedad de la vista sufría tan grandes dolores, que un día le dijo un ministro: «Hermano, ¿por qué no dices a tu compañero que te lea algún pasaje de los profetas o algún otro capítulo de las Escrituras? Tu alma se recreará en el Señor y hallará gran consuelo». Sabía que se alegraba mucho en el Señor cuando escuchaba la lectura de las divinas Escrituras. Mas él respondió: «Hermano, siento todos los días tanta dulzura y consuelo en el recuerdo y meditación de la humildad manifestada en la tierra por el Hijo de Dios, que podría vivir hasta el fin del mundo sin mucha necesidad de escuchar o meditar otros pasajes de las Escrituras»» (LP 79; cf. 2 Cel 105).
Francisco atribuía una importancia preferente al fragmento evangélico de la misa del día. De hecho, en el Alverna, fray León, su compañero íntimo, «se dirigió a la celda que el bienaventurado Francisco empleaba habitualmente para su oración y descanso, a fin de leerle el evangelio de la misa del día. El bienaventurado Francisco, en efecto, cuando no podía acudir a la misa, quería oír el evangelio del día antes de la comida» (LP 87).
La creación, otra fuente de meditación para Francisco, exigiría un largo estudio monográfico. Entre los varios elementos resultaría que la «mística de la naturaleza» de san Francisco es fruto exquisito de su oración en contacto vivo con las criaturas, en las cuales contempla siempre la infinita grandeza y bondad del Creador.
[Cf. Selecciones de Franciscanismo, vol. III, n. 7 (1974) 43-45]
por Octaviano Schmucki, OFMCap
(De “Directorio Franciscano” Año Cristiano Franciscano, publicado el 16 de Febrero de 2016)