San Francisco, nos dicen sus biógrafos, celebraba la fiesta de Navidad con mayor reverencia que cualquier otra fiesta del Señor, porque, si bien en las otras solemnidades el Señor ha obrado nuestra salvación, sin embargo, comenzamos a ser salvos desde el día en que Dios, hecho niño pequeñuelo, se crió a los pechos de madre humana. Por eso quería que en ese día todo cristiano se alegrase en el Señor y que, por amor de Aquel que se nos dio a sí mismo, todo hombre fuese alegremente dadivoso no sólo con los pobres, sino también con los animales y las aves: que los ricos dieran de comer en abundancia a los pobres y hambrientos, y que los bueyes y los asnos tuvieran más pienso y hierba de lo acostumbrado. «Si llegara a hablar con el emperador -decía-, le rogaría que dictase una disposición general por la que todos los pudientes estuvieran obligados a arrojar trigo y grano por los caminos, para que en tan gran solemnidad las avecillas tuvieran en abundancia». No recordaba sin lágrimas la penuria que rodeó aquel día a la Virgen pobrecilla.
– Oración: Señor Dios, que con la venida de tu Hijo has querido redimir al hombre sentenciado a muerte, concede a los que van a adorarlo, hecho niño en Belén, participar de los bienes de su redención. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.