DE LA CONGOJA QUE SINTIÓ UN NUEVO SEMINARISTA EN EL TRANSCURSO DE UN VELATORIO.
Avanzaba el mes de enero de 1958. Hacía tres meses que José María había ingresado en el Seminario Seráfico de Antequera. Aunque, a veces, se encontraba algo confuso al tener que adaptarse a las normas y disciplina de su nueva residencia; sin embargo, notaba que poco a poco, su ánimo estaba cada día más contento, al poder conocer y convivir con tantos compañeros seminaristas, Padres profesores, frailes, y también por asumir con cierta determinación, las costumbres y horarios del Seminario.
El día 23 de ese mismo mes, estando de visita, falleció en el convento de aquel recinto religioso, el Padre Fray Cipriano de Utrera (ofmc), misionero e insigne historiador, muy premiado por sus investigaciones, y miembro de número de varias Academias de la Historia. Unas horas después, se levantó un túmulo en la sala de visitas de la Comunidad de religiosos, depositándose el cadáver en el mismo para, seguidamente, dar comienzo el velatorio.
La Dirección del Seminario decidió que algunos alumnos participaran en el citado acto de las exequias. Para ello, designaron varios grupos compuestos por dos seminaristas cada uno, que permanecerían durante un cierto tiempo velando al difunto fraile, en dicha sala.
Cuando le tocó el turno a José María, este se puso el hábito de seminarista seráfico y se dirigió, junto con el compañero al lugar del velatorio. Una vez efectuado el relevo, los dos seminaristas se situaron cerca del féretro, disponiéndose a rezar por el alma del finado y velar sus restos mortales. Pasado algún tiempo, el compañero se acercó a José María y le comunicó que tenía que ausentarse para ir a los servicios de aseos, e inmediatamente salió de aquella estancia. Momentos después, el solitario velador notó en aquella sala un profundo silencio y quietud. En esta tranquila situación, continuó rezando y observando algunos detalles del aposento funerario. De repente, entre los paños fúnebres del armazón mortuorio, escuchó un extraño ruido semejante al crujido de madera. En ese instante, notó un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo y tuvo la sensación de que las piernas le temblaban ostensiblemente. Presintió que algo extraordinario podía suceder en aquel lugar y le invadió la duda entre salir rápidamente de aquella habitación, o quedarse allí y cumplir el mandato que le habían encomendado. Al apreciar de nuevo el silencio, optó por permanecer en aquel sitio, no sin cierta perplejidad y expectación. Los diez o quince minutos que el compañero estuvo ausente, le resultaron acongojantes, interminables, eternos… Cuando regresó el otro seminarista, su estado anímico comenzó a recobrar el sosiego y la normalidad.
Terminado su turno de velatorio, José María se incorporó de nuevo a los habituales quehaceres de la vida del Colegio. Al final de la jornada, estando acostado y a punto de dormir, le acudieron a la memoria algunos acontecimientos de aquel dia: el despertar por la mañana (debido al sonido de las palmadas y rezos de fray Casimiro llamando a levantarse y al aseo); la misa celebrada por el P. Faustino en la capilla del Seminario; las clases de latín impartida por el P. Honorio y la de solfeo por el P. Patricio; el contratiempo en el velatorio; las apetecibles comidas en el refectorio; los cantos del “Veni Creator Spiritus” y el “ Ave Maris Stella” en el salón de estudio; los divertidos recreos en los patios jugando al balonvolea, al ping-pong, etc. Al final, José María consideraba que a pesar del susto de aquel día, era una suerte y un privilegio vivir en aquel Seminario. Enseguida, entre recuerdos y rendido por el cansancio, se durmió plácidamente.
En aquel gran dormitorio, reposaban los seminaristas, surgían los sueños, se depositaban muchas esperanzas y, en parte, el futuro de la Orden. Abajo, en el recibidor de la Comunidad, moraba el pasado, la paz y el descanso eterno. Arriba, entre los centenarios tejados y las espadañas, sólo se escuchaba el canto de algún “enigmático” mochuelo y, a ratos, el lejano rumor del viento.
Entre aquellos muros del Seminario, en la muy cercana cárcel comarcal, en todo el pueblo de Antequera, en el maravilloso parque El Torcal, en la inmensidad del Universo, se percibía la omnipresencia de Dios.
(Con todo mi respeto, admiración y recuerdo al P. Cipriano de Utrera, que con su esfuerzo y voluntad, consiguió un merecido lugar entre los investigadores de Historia) .
José Fernández Morenilla. (José Mª de Otura)
Querido amigo Ángel: Después de tantos años de incomunicación debido a los vaivenes de la vida, me alegra volver a encontrarnos a través de este blog. de la Asociación, que como faro o guía, consigue orientarnos y acercarnos para restablecer la correspondencia y amistad que, tal vez, se quedó aletargada en algún momento de nuestras existencias.
Tus comentarios me han prodicido una mezcla de sorpresa y emoción. Me quedé sorprendido al informarnos de los últimos momentos en que asististe al P. Cipriano. También me causó admiración y cierta gracia cuando dicho Padre, en alguna ocasión, te manifestó que Juan Ramón Jiménez no quería volver a su querido Moguer ni muerto.
El otro tema, referente a la intoxicación en El Chorro, me he sentido emocionado por tu relato de aquellos días. Aunque a mí físicamente no me afectó dicha intoxicación, sin embargo el dolor que nos produjo los fallecimientos de nuestros hermanos y la situación de extrema gravedad de bastantes compañeros, dejó en nosotros una huella de tristeza difícil de borrar.
Con un fuerte abrazo, José Fernández Morenilla. (Otura) .
En la sección de CATEGORIAS falta la de OBITUARIOS.
Ya vamos para mayorcitos y necesitaríamos saber los que vamos quedando, sean Sacer-
dotes, Hermanos o Antiguos alumnos. Por regla general esta ventana la visitamos casi a
diario.
Abrazos de Angelín
¿Por qué mis respuestas salen como que se han duplicado? Marco el número y luego pulso imprimir. o es al revés.
Gracias.9407
Estimados compañeros: Amor y Paz.
Este enunciado mío es un trastueque del PAZ Y BIEN del Seráfico de Asís.
Prosigo con lo que os iba a comentar de estas páginas.
A la derecha del comienzo hay un apartado de Categorías y con motivo de que muchos de nosotros ya pisamos la septuagenaría y a punto de irnos con los ancianos y no tan ancianos Padres y Hermanos, que nos han predecido, en busca del Señor, creo que falta un apartado de OBITUARIOS. Más o menos visitamos estas páginas casi a diario, pu-
diéndonos enterar de las faltas de profesores, cuidadores y hermanos-compañeros.
Hermanos en el Señor gracias si aceptáis esta pequeña observación.
Abrazos a todos. Os quiere Angelín.
Felipe el Pantano es del Chorro. Perdóname por este lapsus. Gracias.
Querido hermano Felipe de El Viso: Amor y Paz.
En uno de tus comentarios sobre la intoxicación del Pantano de El Viso
es mejor no mover la perdiz en el caldero y dejemos las cosas como están,
pués el recuerdo del mismo nos hará sufrir a muchos y más a mí, pués fui,
después de los fallecidos, el que más grave estuvo. Creo que el Sr. Obispo
de Málaga, Don Ángel Herrera Oria, me llegó a dar la extremaunción. Ese
mismo día también recibí la visita del Gobernador Civil de la Provincia,
Don José Utrera Molina, en mi cabecera de la cama. O fue otro día, no re-
cuerdo nada más que detalles. Al recordarlo sufro mucho e incluso llego a
derramar lágrimas del dolor por las muertes de los hermanos Hermenegil-
do de Santa Ufemia y José de El Valle de Abdalajís.
Si quieres saber algo más sobre dicho asunto te lo puedo comentar aparte,
puesto que estuve en la cocina, ayudando a la elaboración de las famosas
tortillas del «asunto». Parece que yo estaba en todos los ajos, que se cosían.
Habla con fray Rafael si quieres saber mi dirección o mi móvil.
Abrazos y besos de tu hermano, Ángel de Sevilla.
Estimado Ildefonso de Córdoba: Amor y Paz.
Paso a aclararos, tanto a Felipe como a ti, varios puntos sobre el P. Cipriano de Utrera
y sobre el Hospital de la Cruz Roja de Capuchinos.
El Hospital se construyó en terrenos del Convento de Sevilla con las condiciones de a-
sistencias médicas y de salas para los frailes enfermos. Creo que era de por vida.
En cuanto al Padre Cipriano debo deciros que dicho sacerdote, siendo lo que era inte-
lectualmente, era lo más simple y bueno del mundo. Conmigo tenía conversaciones
de padre a hijo, enseñándome muchas sobre los intelectuales del Caribe, entre los
que se encontraban Juan R. Jiménez y su esposa. Días antes de su muerte me vaticinó
que sería embalsamado y que se cruzaría en el «charco», Atlántico, con él, pués lo iban
a traer a su pueblo, a pesar de que él no quería venir al mismo «ni muerto».
Fray Cipriano, espiritualmente, murió en brazos del Padre Demetrio y, humanamente
en mis brazos. Se sintió morir y me dijo que fuera a avisar a uno de los sacerdotes y yo,
conociendo la habitación del Padre lo avisé para su confesión. Posteriormente murió
dulcemente en mis manos y aconsejándome sobre otras muchas cosas.
Esto os lo digo para aclararos vuestras dudas.
Os quiero y abrazos de vuestro hermano, Ángel de Sevilla.
Querido Angelín: Paz y Bien.
Qué alegría me ha dado tu intervención en nuestro blog de antiguos alumnos seráficos. Yo llevaba años tratando de localizarte para ver si podías asistir a alguno de nuestros Encuentros que, te recuerdo, el próximo será el 28/29 de Septiembre
en Antequera.
Como yo recordaba tu nombre y apellidos, he consultado en varias ocasiones a través de internet la guía telefónica para localizarte, pero no aparecías en ella.
Aquí, en este foro, los compañeros me dicen que yo tengo buena memoria, pero, la verdad, es que no recordaba nada de tu extrema gravedad cuando la intoxicación. (Puede ser que por causa de que yo también estuve grave, delirando y con fiebre altísima, y no me percaté de la dimensión de lo que ocurrió). Sí es cierto que me dí cuenta de la agonía de Hermenegildo, porque dormía frente a mí en el dormitorio de los mayores.
Por otra parte, tampoco yo sabía que asististe al P. Cipriano en sus últimos momentos.
Voy a ponerme en contacto con el P.Pozo para que me dé tu teléfono o correo. Te llamaré y hablaremos.
Un fuerte abrazo
Yo lo que recuerdo del P. Cipriano es que vino a Antequera, ya bastante enfermo. Iba al coro los domingos cuando estábamos los seráficos oyendo la misa de las 10, que se celebraba los domingos y él se ponía en la primera fila, junto a la verja. Recuerdo que llevaba una lata (parecía una lata que había contenido el queso americano) en la que él -era la costumbre- cuando le venían flemas las echaba en dicha lata. Empeoró pronto y tuvo una agonía bastante larga. Recuerdo que el P.Demetrio le asistió los últimos momentos y nosotros -yo estaba en tercero- no dábamos la clase de matemáticas que él nos impartía a diario. Tengo idea del discurso del P. Emilio, del que habla Ildefonso. De este P. Emilio tengo recuerdos raros, sé que acabó mal, tan mal que acabó fuera de la orden, incluso en la cárcel. (¿alguien sabe algo más?). Estamos hablando del curso 1958-1959.
Un abrazo. Felipe Granados de El Viso (1956-1965)
Con seguridad no puedo hablar, pero algún rumor me llegó sobre esta pregunta que hace Felipe. Por lo visto, el P. Emilio era una persona muy resuelta y con grandes cualidades (oratorias, relaciones públicas, etc) y tenía gran influencia con el presidente dominicano Trujillo y las autoridades españolas. Tanta era su fuerza que Trujillo costeó un pabellón sanitario dentro del Hospital de la Cruz Roja en Sevilla, en donde los capuchinos siempre han sido capellanes y, a cambio de este servicio de capellanía, los capuchinos tenían derecho a una o dos camas e intervenciones gratis. Yo mismo fui operado de apendicitis en la Cruz Roja en el año 62.
Parece ser que otro de los proyectos que el P. de la Vega quería emprender era la construcción de centenares de viviendas protegidas en barrios humildes y, a este respecto, alguna concesión iba a lograr también de Trujillo, pero algo debió hacerse mal, porque aquello se frustró por algún motivo y eso o algún otro fue el desencadenante de la salida del P. Emilio.
De estos temas siempre hubo silencio total y ya muy pocos quedan vivos que sepan con certeza lo ocurrido. Pienso que en aquellos años se actuaba con caridad no divulgando lo más mínimo, pero hoy nadie se pondría las manos en la cabeza sabiendo la verdad. Entonces se solía achacar la causa de estas salidas a la excesiva dedicación a temas no conventuales. O sea, que se pensaba que quien se volcaba demasiado en lo extraconventual, al final acababa fuera de la Orden.
A este detallado y magnífico relato de Otura sólo quiero añadir un pequeño apunte de lo que yo recuerdo (si no me equivoco) y es que el P. Cipriano creo que llegó a Antequera a pasar unos días por consejo médico a ver si mejoraba de su asma muy avanzada, pero lo cierto es que le sorprendió la muerte a los dos o tres días de llegar y, efectivamente, los seraficos estuvimos por pareja velando su cadáver.
También recuerdo que, tras celebrarse por su alma una misa de Requiem en la iglesia, nos hicieron salir al pórtico de entrada y allí el P. Emilio de La Vega (capuchino dominicano que por entonces tenía un poder muy fuerte con el gobierno dominicano) pronunció un breve sermón de despedida elogiando al difunto P. Cipriano como figura importante de la Historia Dominicana. El féretro con su cadáver (previamente embalsamado por unos médicos antequeranos), fué introducido en un coche fúnebre y llevado hasta Sevilla para su posterior traslado a Santo Domingo.
Para hacernos una idea aproximada, os invito a que entréis en Google y escribáis «Fray Cipriano de Utrera» y os salen un chorro de links. El primero es de Wikipedia y es bastante breve, pero en el segundo que es http://www.frailescapuchinos.com aparecen varias fotos del P.Cipriano y una biografía bastante completa.
¡Bravo, José María!. ¡Excelente relato y maravillosa prosa!
Me suena mucho el P. Fray Cipriano de Utrera. Sin embargo, no soy capaz de rescatar en mi memoria el acontecimiento de su muerte con la nitidez que tú describes. Efectivamente, llevábamos muy pocos meses en el seminario y mi memoria no es tan precisa. No obstante, al leerte, recuerdo algunas cosas que en aquellos años felices nos sucedieron. Por ejemplo: tu frase «En aquel gran dormitorio, reposaban los seminaristas, surgían los sueños, se depositaban muchas esperanzas y, en parte, el futuro de la Orden», me ha trasladado a ese dormitorio de los pequeños (los mayores dormían en habitáculos separados por cortinas, según se entraba, a mano izquierda, subiendo dos o tres peldaños de escalera), en el que sucedió lo que a continuación describo. A uno de nosotros (los pequeños), le hicieron una «petaca» y, cuando fue a acostarse, dijo una frase, que quedó grabada en mi memoria: «o la cama se ha roto, o la manta ha encogido». ¿Recuerda alguien esta anécdota?
Es para mi un gran placer leer las anécdotas y vivencias de los compañeros porque las sumo a las mias y así voy almacenando un gran bagaje. Pienso que el protagonista de la historia eras tú, ( José Mª), y que pasaste un mal rato al quedarte solo velando el cadáver. Me agrada que te hayas unido al grupo de » los habituales del blog » y que aportes al mismo toda tu maestría y sabiduría. Un abrazo.
José Manuel Chacón Mora de Níjar.