“Los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre.
Al verlo, contaron
lo que les habían dicho
de aquel niño” Lc 2,16-16
Feliz Navidad, que la contemplación del Niño Dios sea fuerza para anunciarlo como el nacido para todos.
El texto que sigue es una reflexión de un amigo antequerano, que puede servir para estos días.
Un abrazo, Fr. Alfonso Ramírez Pedrajas
LAS FIGURAS DEL BELÉN.
El belén es la estampa misma de la Paz. Paz entre el cielo y la tierra, y -por mediación del trabajo- entre el hombre y la naturaleza, que muestra así su cara más amable. Todo es dulzura en “el nacimiento” salvo, quizás, la nota inquietante del castillo de Herodes sobre una altura.
A más de uno le parecerá muy grande la distancia mental y la desconexión entre los misterios gozosos de Navidad y los misterios dolorosos de Semana Santa. Se le dirá que tiene que ser así porque no se puede celebrar todo de una vez sino -como en porciones- a lo largo del año litúrgico Y esto me recuerda la observación de un gran pensador del S. XX: “todo cuanto puede ser dicho se dice con palabras; pero no hay una palabra que contenga todo lo que puede ser dicho”
Ahora bien, si en el Evangelio se proclama -nada menos- que Jesús es la Palabra ¿cuál habrá de ser su contenido? Pues, sin duda: ¡todo cuanto puede ser dicho! Con lo cual Jesús sería -dicho de una santa vez- : “la inmensa e ilimitada afirmación” de la vida.
Le he quitado estas palabras de la boca al padre de los ateos contemporáneos (F. Nietzsche) que -errado pero genial- resume la acción salvadora de este modo: “A todos los abismos llevo entonces como una bendición mi decir ¡Sí!”. El loco error consiste en atribuirse unas palabras que, sólo en boca de Cristo, suenan redondas y definitivas. ¡Porque nadie más que Él asume el poderoso drama de la vida con todas sus aristas!
Pero a lo que voy es a que, siendo la cruz el fondo de todos los abismos habidos y por haber, pudiera concluirse que sólo cuando Jesús clama desde allí: “¡todo se ha consumado!”, queda montado el belén definitivo donde no falta ni sobra nada. Porque si de allí cae -como la lluvia- una inmensa e ilimitada bendición sobre el cardo y la flor, el lobo y el cordero, no sería de extrañar que a las habituales figuritas de reyes y pastores, hubiera que añadir otras mucho más chocantes, también sentadas con Jesús para la fiesta eterna.