1. ORIGINALIDAD DE LA
FORMA DE VIDA CAPUCHINA
Si se leen las fuentes narrativas del siglo XVI, fácilmente se puede llegar a una conclusión que no responde a la realidad: la originalidad de la forma de vida capuchina.
Es verdad que los nuevos religiosos insisten en ciertos aspectos un tanto olvidados y a veces voluntariamente silenciados: forma del hábito, cumplimiento del Testamento del seráfico Padre, pobreza franciscana llevada a sus últimas consecuencias, pronunciada austeridad de vida, ardientes deseos de contemplación y alejamiento del mundo…
Pero todo ello se encuentra ya a través de los siglos en la propia familia minorítica, no en su conjunto, sino en cenáculos de hermanos, ansiosos por vivir íntegramente el espíritu franciscano. Los movimientos de reforma son una constante nunca extinguida en la trayectoria ideal y práctica de la Fraternidad.
La Orden Capuchina es otra reforma surgida en el seno de la Orden; una de las más florecientes, si se quiere; pero siempre dentro de la misma y enriquecida con su caudal cristiano y religioso. De ahí, la importancia de establecer científicamente las relaciones verdaderas, no fantásticas, entre la espiritualidad y normas prácticas de las primeras generaciones capuchinas y las existentes en otros focos de reforma franciscana.
Desgraciadamente son escasos los esfuerzos realizados en la empresa. Se formulan algunos principios generales sobre el tema; se aducen algunos ejemplos; pero nada más. Falta el estudio minucioso y comparativo, que nos ofrezca datos ciertos y esclarecedores. Tal vez este planteamiento no agrade a ciertos ambientes de tendencia magnificadora, por estimar que se empobrecería la supuesta originalidad de la vida capuchina. No lo creemos. Se pondría cada cosa en el lugar que le corresponde, lo cual siempre es deseable, y, a la vez, se comprobaría la absorción de las más auténticas esencias espirituales franciscanas por parte de la familia capuchina. Tal vez, algunos detalles podrán tener origen en casa extraña: serán pocos y de escasa importancia, nunca y en nada, determinantes. También la mentalidad del siglo en que se vive en torno a la concepción del hombre, del cristiano y del religioso deberá tenerse en cuenta, pues siempre influye en toda institución eclesiástica y civil. Pero las verdaderas y profundas fuentes de la vida ideada por la reforma capuchina hay que buscarlas principalmente en la Orden franciscana.
2. EQUILIBRIO
CONTEMPLACIÓN-ACCIÓN
No fue fácil a los capuchinos el establecerlo. Como tampoco a otras reformas
franciscanas. Las crónicas del siglo XVI presentan frecuentemente ejemplos de
religiosos entregados a la contemplación y al servicio de los demás. Es normal
que, en el laudable afán de vivir íntegramente la vida minorítica, los primeros
capuchinos acentúen el aspecto que más fácilmente olvida la naturaleza humana:
la oración; mejor, la contemplación. Por el esfuerzo, por el trabajo y por la
dificultad que entraña. Ni siquiera hay que acudir, para explicarlo, a la
mentalidad de los cenáculos de oración en el siglo XVI. Basta recordar la
historia de las reformas franciscanas en los siglos XIV-XV, y los cauces nos
conducen a las mismas fuentes: al seráfico Padre y su encarnación profunda del
binomio contemplación-acción, alejamiento-presencia entre los hombres; binomio
de difícil desarrollo en una agrupación numerosa de personas. Los legisladores
de 1536 intentan realizarlo; pero los de 1552, por algunas correcciones hechas
al respecto, patentizan su no consecución total.
Pero el ejemplo ahí está. Y muy actual. La concepción activa de la vida, el
desasosiego por el trabajo cotidiano, el continuo movimiento sin espacios
convenientes de conversación pacífica y tranquila con Dios, tendrán de todo
menos de franciscano o capuchino. ¿Es la mentalidad moderna? ¿Es el discurrir
de la sociedad agobiada? Poco valen los argumentos para quien se mueve por
otros principios y quiere encarnarlos hoy. También existe afán de dinero;
también, ansias de comodidad. Y el capuchino se empeña en derivar hacia otros
derroteros.
3. POBREZA Y AUSTERIDAD
DE VIDA
Otro de los elementos que hace impacto entre los hombres del siglo XVI es la
estampa del capuchino rabiosamente pobre y chillonamente austera: en los
conventos, en las iglesias, en los vestidos, en los alimentos y en el ajuar.
Científicamente está demostrado que los nuevos religiosos sólo desean vivir
íntegramente la Regla seráfica. Igualmente hay que afirmar que en no pocas
ocasiones el ferviente anhelo se cristaliza en ciertas exageraciones, como
norma de vida permanente.
Pero de nuevo surge el problema actual. ¿La acomodación moderna de la Orden
sigue la pista trazada por las primeras generaciones capuchinas? Con mentalidad
distinta, con diversidad de entorno, con discrepancia de enfoque; ¿pero con el
mismo sincero deseo de practicar de hecho hoy y a nuestro modo la
pobreza-austeridad con todas sus consecuencias, en edificios, vestidos,
alimentos, uso del dinero y necesarias limitaciones? Si se prefiere, diversas
de las vividas por los capuchinos en el siglo XVI; ¿pero reales, no teóricas,
en el siglo XX?
4. OBSERVANCIA Y APRECIO DE LA REGLA
Si consultamos las fuentes diplomáticas, legislativas y narrativas del primer
siglo de la Orden, un ideal emerge por doquier, foguea el espíritu capuchino y
encuadra la actuación de los hermanos: el íntimo, ininterrumpido y anhelante
deseo de observar escrupulosamente la Regla y las intenciones del seráfico
Padre. ¿Razones? ¿Se deberá a que para el Fundador la norma de vida por él
trazada es «la medula del evangelio, el libro de la vida, la esperanza de
la salvación y el pacto de la eterna alianza»? ¿Acrecentarán la estima de
los religiosos las exhortaciones del Santo para que sus hijos la observen sin
glosa y a la letra? ¿Influirá, tal vez, la creencia de que ha sido inspirada
directamente por Dios, hasta el punto de considerarla más como obra divina que
humana?
Puede opinarse cuanto se quiera; pero la conclusión siempre permanece idéntica;
el único motivo fundamental del origen de la Orden capuchina es el cumplimiento
visceral de la Regla, que conduce a los religiosos a apreciarla, estudiarla,
llevarla consigo, leerla con frecuencia, conversar y meditar sobre ella. Y,
como consecuencia, a plasmarla en la práctica, sin mitigación alguna.
La reflexión incluye un problema de hondura. Estudiados científicamente muchos
aspectos de la reforma capuchina, reconocidos los íntimos deseos de observar
integralmente la Regla y comprobados ciertos extremos de exageraciones
concretas, perfectamente comprensibles por la mentalidad del siglo XVI y las
lecturas que alimentan la espiritualidad de los primeros reformadores, cabe
preguntar: ¿a qué debemos atenernos hoy: a las intenciones por ellos
alimentadas, o también, al modo práctico de encarnarlas? En otras palabras:
¿basta al capuchino ser auténticamente franciscano o ha de buscar y mantener
sus peculiaridades propias?
Muchas distinciones podrían formularse para responder cumplidamente al problema
planteado. Pero estimamos que la realidad no puede apartarse mucho de las
siguientes conclusiones: ante todo, se debe mirar las intenciones de los
fundadores, y, por lo tanto, la Regla franciscana debe ser para los capuchinos
la norma fundamental peculiar de vida religiosa. Las pretendidas exageraciones
en cumplirla, las concreciones a la vida práctica ideadas por las primeras
generaciones, en parte influenciadas por la espiritualidad cristiana y religiosa
de aquella época, son elementos secundarios, sujetos a necesarios o
convenientes cambios; pero ellos han formado un ambiente de familia que,
nosotros, sin más, no podemos abandonar. Con todo, lo verdaderamente importante
para el capuchino de ayer y de hoy es el esfuerzo denodado en observar, no de
palabra y en teoría, sino de hecho y en verdad el espíritu y la sustancia de la
norma de vida minorítica.
Los capuchinos, a través de los siglos y con las limitaciones propias de la
naturaleza humana, han pretendido encarnarlos, acomodando su cotidiana
existencia a los postulados fundamentales de la Regla. Y justo es afirmarlo, la
Orden, por haber seguido la trayectoria trazada por ésta en torno a la pobreza,
a la humilde y sencilla minoridad, a la exquisita caridad para con los
necesitados e indigentes, al íntimo recogimiento con el Señor, ha dejado una
huella no despreciable de su vivir y actuar en la Iglesia: el capuchino era
algo especial para los fieles sencillos, para el verdadero pueblo de Dios.
En nuestro sincero deseo actual de renovación, tal vez hayamos olvidado en
demasía nuestro peculiar sentido franciscano de la vida y la concretización
básica y exigente de la Regla. Sin reflexionarlo suficientemente, queremos
asemejarnos, quizás en demasía, a los sacerdotes diocesanos y a otros
religiosos, haciendo un conglomerado no siempre fácil de digerir. Y, sin
pretenderlo, surge una pregunta humilde y sencilla: ¿hoy, la Orden capuchina
proyecta luz peculiar de vida y actuación entre los fieles?
por Fidel Elizondo, o.f.m.cap.
[F. Elizondo, OFMCap, Los primeros capuchinos y la observancia de la Regla franciscana, en Selecciones de Franciscanismo, vol. VIII, n. 23 (1979) 297-300]