Monjas de todo el mundo se organizan contra los abusos sexuales y laborales que sufren en la Iglesia
La Unión Internacional de Superioras Generales, que aglutina al medio millón de religiosas católicas, condena «a los que mantienen la cultura del silencio y el secreto, bajo la apariencia de protección de la reputación de una institución»
Han pedido que se hagan públicos informes sobre abuso sexual, que se denuncie y se explicite la explotación laboral de religiosas, utilizadas muchas veces como criadas tratadas como «menores de edad»
«Tenemos que romper el silencio, solo en la verdad destruiremos la cadena de poder», sostiene Rocío Figueroa, teóloga que fue expulsada tras denunciar abusos sexuales.
Las mujeres en la Iglesia han dicho basta. Basta a los abusos sexuales, laborales, al machismo imperante en la estructura eclesial y a la «cultura del silencio y el secreto». Y alzan la voz. De distintas maneras. La más sonada, la que ha lanzado la Unión Internacional de las Superioras Generales (UISG), organismo que representa al más de medio millón de monjas católicas del mundo, que ha emitido un comunicado mostrando su «profunda tristeza e indignación» por «las formas de abuso que prevalecen en la Iglesia y en la sociedad en nuestros días».
Abusos que, sostienen, en la Iglesia se dan «de múltiples formas: sexual, verbal, emocional, o cualquier uso inapropiado del poder en las relaciones que merman la dignidad y el desarrollo sano de la víctima».
Frente a ello, las religiosas católicas «permanecemos al lado de las mujeres valientes y de los hombres que han presentado informes sobre los abusos a las autoridades». «Condenamos a los que mantienen la cultura del silencio y el secreto, a menudo bajo la apariencia de «protección» de la reputación de una institución o como «parte de la propia cultura», subraya el comunicado, que exige «informes civiles y penales transparentes de los abusos tanto en las congregaciones religiosas, en las parroquias y en los distintos ámbitos diocesanos, como en cualquier espacio público» para frenar esa cultura del silencio.
Estamos hablando de pederastia, pero también de clericalismo, que especialmente sufren las religiosas, abocadas a abusos de poder por parte de los clérigos, que casi las convierten en sirvientas del sacerdote u obispo de turno. La falta de voz en la sociedad, la firme jerarquía y los votos de obediencia agravan su situación como mujeres. Por ello, el comunicado del máximo organismo de las religiosas del mundo insta a «cualquier religiosa que haya sufrido abusos informe sobre este a la responsable de su congregación, a la Iglesia y a las autoridades civiles según se considere más conveniente», y se compromete a ayudar a la víctima a «actuar con valentía y presentar la denuncia a las organizaciones apropiadas».
Preparar a las monjas para denunciar
Un histórico documento que, tal y como confirma a eldiario.es Patrizia Morgante, encargada de la comunicación de la UISG, se decidió hacer coincidir con la Jornada de la Violencia contra las Mujeres «para que fuera más simbólico». «Es un asunto delicado y complejo, para el que tenemos que invertir mucho en educación y en la formación de las religiosas, para que todas se sientan más preparadas a manejar toda forma de abuso», el propio y el sufrido por otros. También apelan a la jerarquía eclesiástica, de la que denuncian que permanece inmóvil ante el problema, aunque conoce casos, publicados por ejemplo por el diario oficial del Vaticano.
El texto ha sido bien recibido por las religiosas españolas. Ana Almarza, de las Adoratrices (congregación que trabaja con mujeres víctimas de explotación laboral y sexual, y también con menores que han sufrido la trata y la violencia), se une a la comunicación de las superioras generales, y aboga por «acabar con esa cultura del silencio».
«Agradezco este documento, que nos compromete, en la medida de nuestras posibilidades, a trabajar en colaboración con las autoridades civiles y de la Iglesia para ayudar a quienes han sufrido abusos a sanar el pasado a través de un proceso de acompañamiento, búsqueda de la justicia», constata la religiosa.
Mujeres no escuchadas
Por su parte, la dominica Sor Lucía Caram cree que la nota de la UISG es «una buena noticia». «La UISG ha tomado la palabra y su voz ha resonado con claridad sonora en la Iglesia, encontrando un eco de esperanza, en no pocas monjas y religiosas, hermanas, mujeres, que hoy por hoy no son escuchadas, son ignoradas, explotadas e incluso maltratadas por una jerarquía, que todavía y mayoritariamente no huele a oveja ni está en sintonía con la Buena Noticia del Evangelio predicada y vivida por el papa Francisco».
«Es bueno que las hermanas hagan oír su voz, y sean cauce de tantas voces silenciadas y humilladas en la servidumbre de una Iglesia con demasiados príncipes que se resiste al Evangelio», denuncia sor Lucía, quien insiste en que «la reforma de la Iglesia pasa, sin duda por el respeto a las mujeres y por la tolerancia cero a cualquier y a toda forma de abusos en sus múltiples formas: sexual, verbal, emocional, o uso inapropiado del poder que las convirtió durante años en víctimas».
Por ello, documentos como el de la UISG son relevantes, pues puede convertirse «en altavoz de las hermanas silenciadas y humilladas y que claman y reclaman justicia, una justicia que les fue negada durante años por la vía eclesial, viviendo atenazadas por el miedo, y que tal vez, de la mano de Francisco y en su empeño por la justicia real, les llegará a través también de la justicia civil, a la justicia sin rebajas».
Monjas exportadas para ejercer de sirvientas
Otra religiosa, que ha conocido de cerca la elaboración del documento y que prefiere mantener el anonimato, destaca que «por fin las superioras mayores han despertado y han sido valientes» para actuar frente a la Congregación de la Vida Religiosa vaticana, «que no ha sido más que un engaño y un freno a tantas hermanas, sobre todo religiosas a las que se ha tratado como menores de edad».
«Tanto el prefecto (el cardenal brasileño Braz de Aviz), como el Secretario (el español Rodríguez Carballo), deberán oír a las Superioras mayores, y seguramente les saldrán los colores, porque ellos son parte de esa Iglesia que se resiste al aire fresco de Francisco, y que se han instalado en una Iglesia patriarcal, y también opresora».
«Ojalá este comunicado se traduzca en un encuentro con el Papa Francisco, sin filtros, en el que sin mediar la Congregación, nuestras hermanas mayores puedan convertirse en interlocutoras, en testigos y en denunciantes», concluye esta religiosa, que denuncia cómo, en los últimos años, «se ha facilitado la llegada de religiosas del tercer mundo para ser criadas de sus colegas cardenales y obispos. Se ha utilizado el poder y la ignorancia para tener mano de obra barata, y no reconocer la dignidad de muchas hermanas que han dejado sus países para servir al Señor en los más pobres, y se han convertido en pobres servidoras de los señores obispos».
Entretanto, desde Roma surgen nuevas denuncias de abusos contra mujeres y religiosas por parte de una jerarquía católica exclusivamente patriarcal. Una de ellas proviene de Rocío Figueroa, teóloga que llegó a dirigir la sección de Mujer del Pontificio Consejo para los Laicos, del que fue expulsada tras denunciar los abusos sufridos por parte del fundador del Sodalicio de la Vida Cristiana, Luis Figari (actualmente condenado por la Santa Sede y a la espera de juicio en Perú).
«Tenemos que romper el silencio, solo en la verdad destruiremos la cadena de poder, por eso tenemos que ser mujeres de verdad», sostiene Figueroa, quien constata la doble victimización de las mujeres en la Iglesia: «Es muy difícil ser víctima y ser mujer».
Silencio tras una violación
Doris Wagner es una teóloga alemana que sufrió abusos de todo tipo (desde control mental a la agresión sexual) en su comunidad religiosa y expuso públicamente su testimonio. «Pocos meses después de tomar los votos, un sacerdote de la comunidad entró a mi habitación y me violó. Mientras me desnudaba atiné a decirle: ‘No puedes hacerlo’, pero no sirvió de nada. Al otro día pensé que si hablaba de eso me inculparían a mí, así que fui a la capilla y sonreí, como si nada hubiese pasado», subrayó durante un encuentro de Voces de la Fe celebrado en Roma.
Cuando habló de aquel episodio con su superiora, ésta le respondió: «Ya sabes, él tiene una debilidad por las mujeres y nosotros tenemos que aceptarlo como es». En 2011 dejó la comunidad, y ahora asegura que existen estudios que apuntan que tres de cada diez religiosas del mundo han sufrido abusos por parte de sus superiores varones. «Es inconcebible que la Curia Romana, que sabe de todas estas cosas, no haya tomado medidas. Ninguno reacciona, ninguno habla. No existe un organismo independiente al cual acudir cuando el derecho canónico es violado», denuncia Wagner.
Jesús Bastante
[eldiario.es 04/12/2018]