Fisonomía espiritual de los Capuchinos




Cuando los capuchinos se establecieron en Barcelona, 1578, la pujante reforma se hallaba en lo que podríamos llamar la tercera fase de su evolución. Dejada atrás la etapa de la reacción primera contra la institución, con su tanto de espíritu de rebelión y de fondo polémico, superada la crisis sobrevenida con la apostasía de Bernardino Ochino, la Orden se había situado en el pueblo de Dios con una conciencia segura de su personalidad espiritual y de su misión en la Iglesia. El Concilio de Trento había visto en su última época al vicario general de los capuchinos sentado entre los demás superiores generales de las Órdenes religiosas, pero había contribuido a impulsar la vida y la acción de la reforma hacia una mayor institucionalización, especialmente por lo que hace a los estudios y a los medios de apostolado. La estadística dada a conocer en el capítulo general de 1578 enumeraba 21 provincias, todas en Italia, 325 casas y 3.746 religiosos. 

Las 21 provincias eran italianas; ese mismo capítulo de 1578 instituyó los dos comisariatos de Francia, que agrupaban los conventos fundados desde 1574, en que llegaron a París los primeros capuchinos. Italianos fueron los que configuraron el espíritu y la vida de observancia de la primera generación francesa. Los capuchinos españoles, iniciadores de la reforma en Cataluña, se habían formado en Italia. El sello italiano, muy marcado en lo que se refiere a la fisonomía interna, tuvo gran parte en el estilo de las comunidades que se fueron extendiendo por España, si bien poco a poco, como pasó en las provincias del otro lado de los Alpes, la índole nacional se fue abriendo paso, creando no pocos conflictos, que aparecerían en la visita de los ministros generales, empeñados en ver relajación en todo lo que pudiera contrastar con el modo de vivir italiano. Aun la severidad empleada por san Lorenzo de Brindis en su recorrido por los conventos de España se explica en gran parte por esa concepción cismontana.

La fuente fundamental para conocer la espiritualidad de los capuchinos en el primer siglo de su historia son las Constituciones, que constituyen no sólo el código legislativo fundamental, sino sobre todo el auténtico proyecto de vida, con la formulación precisa del ideal intensamente vivido. Un primer esbozo de Constituciones se hizo en el capítulo tenido en el eremitorio de Albacina en 1529, todavía en un clima de contestación; su título original e íntegro es «Constituciones de los Hermanos Menores llamados de la vida eremítica». Más tarde, en el capítulo de 1535, cuando el movimiento se veía consolidado y consciente de sí, se hizo una reflexión a fondo sobre la intensidad de la nueva reforma, bajo la dirección de Bernardino de Asti, hombre de gran cultura teológica y franciscana, hecho al manejo directo de los escritos de san Francisco y de las antiguas fuentes, profundamente compenetrado con el espíritu de san Francisco, clarividente y, lo que más importa, él mismo alma de oración y de auténtica experiencia espiritual.

Él fue quien preparó el texto de las Constituciones promulgadas al año siguiente, 1536, que son las que, en cuanto al texto fundamental, han regido la Orden hasta el capítulo de renovación de 1968. Bernardino de Asti concibió la ley básica de la reforma como un programa de vida, en el cual las motivaciones evangélicas y franciscanas ocupan el lugar primario; las prescripciones aparecen como aplicaciones concretas del ideal, casi desapercibidas. En ulteriores revisiones de esas Constituciones irían apareciendo nuevos elementos jurídicos y penales, a veces en contradicción con las motivaciones espirituales, que se dejaban intactas. Un ejemplo del estilo de legislar adoptado en 1536 lo tenemos en el capítulo séptimo, cuando se habla de las medidas coercitivas con los hermanos culpables. Preceden cuarenta líneas sobre la comprensión y misericordia con que debe ser tratado el pecador, según las enseñanzas de Jesús y de san Francisco; y al final todo termina con esta norma: «Mandamos que en nuestras cuestiones internas y, sobre todo, en la corrección y castigo de los hermanos, no se observe la sutileza de la ley ni se apliquen las marañas judiciarias» (n. 95s). No pensaba Bernardino de Asti que, andando el tiempo, sin modificar esas preciosas motivaciones de hondura evangélica, el capítulo general llegaría a promulgar un Modus procedendi, verdadero código penal adicional; esto sucedería en 1593.

Además de las Constituciones, tenemos las relaciones y crónicas editadas en Monumenta Historica y las circulares de los ministros generales.

por Lázaro Iriarte, o.f.m.cap.

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Beato Diego José de Cádiz

Nació en Cádiz (España) el 30 de marzo de 1743. De joven entró en la Orden Capuchina y, terminados los estudios, recibió la ordenación sacerdotal en 1766. El decenio siguiente lo dedicó a la predicación por toda Andalucía, y luego extendió su campo de apostolado a toda España y Portugal. Fue un predicador asombroso, incansable misionero popular, que reunía a multitudes de toda clase y condición para escucharle. Sus dotes oratorias iban acompañadas de singulares gracias del cielo, y su lenguaje era llano y directo. Combatió los peligros que traía consigo la «Ilustración», lo que le ocasionó enemistades y persecución. Fue hombre de oración y penitente, muy devoto de la Virgen, la «Divina Pastora». Se le consideraba apóstol de la misericordia. Escribió numerosas obras. Murió en Ronda (Málaga) el 24 de marzo de 1801.

Beato Diego José de Cádiz

Oración: Oh Dios, que has concedido al beato Diego José la sabiduría de los santos, y le has encomendado la salvación de su pueblo; concédenos, por su intercesión, discernir lo que es bueno y justo, y anunciar a todos los hombres la riqueza insondable que es Cristo. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

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Los Primeros Capuchinos y la Observancia de la Regla Franciscana



1. ORIGINALIDAD DE LA FORMA DE VIDA CAPUCHINA


Si se leen las fuentes narrativas del siglo XVI, fácilmente se puede llegar a una conclusión que no responde a la realidad: la originalidad de la forma de vida capuchina.
Es verdad que los nuevos religiosos insisten en ciertos aspectos un tanto olvidados y a veces voluntariamente silenciados: forma del hábito, cumplimiento del Testamento del seráfico Padre, pobreza franciscana llevada a sus últimas consecuencias, pronunciada austeridad de vida, ardientes deseos de contemplación y alejamiento del mundo…
Pero todo ello se encuentra ya a través de los siglos en la propia familia minorítica, no en su conjunto, sino en cenáculos de hermanos, ansiosos por vivir íntegramente el espíritu franciscano. Los movimientos de reforma son una constante nunca extinguida en la trayectoria ideal y práctica de la Fraternidad.
La Orden Capuchina es otra reforma surgida en el seno de la Orden; una de las más florecientes, si se quiere; pero siempre dentro de la misma y enriquecida con su caudal cristiano y religioso. De ahí, la importancia de establecer científicamente las relaciones verdaderas, no fantásticas, entre la espiritualidad y normas prácticas de las primeras generaciones capuchinas y las existentes en otros focos de reforma franciscana.
Desgraciadamente son escasos los esfuerzos realizados en la empresa. Se formulan algunos principios generales sobre el tema; se aducen algunos ejemplos; pero nada más. Falta el estudio minucioso y comparativo, que nos ofrezca datos ciertos y esclarecedores. Tal vez este planteamiento no agrade a ciertos ambientes de tendencia magnificadora, por estimar que se empobrecería la supuesta originalidad de la vida capuchina. No lo creemos. Se pondría cada cosa en el lugar que le corresponde, lo cual siempre es deseable, y, a la vez, se comprobaría la absorción de las más auténticas esencias espirituales franciscanas por parte de la familia capuchina. Tal vez, algunos detalles podrán tener origen en casa extraña: serán pocos y de escasa importancia, nunca y en nada, determinantes. También la mentalidad del siglo en que se vive en torno a la concepción del hombre, del cristiano y del religioso deberá tenerse en cuenta, pues siempre influye en toda institución eclesiástica y civil. Pero las verdaderas y profundas fuentes de la vida ideada por la reforma capuchina hay que buscarlas principalmente en la Orden franciscana.


2. EQUILIBRIO CONTEMPLACIÓN-ACCIÓN


No fue fácil a los capuchinos el establecerlo. Como tampoco a otras reformas franciscanas. Las crónicas del siglo XVI presentan frecuentemente ejemplos de religiosos entregados a la contemplación y al servicio de los demás. Es normal que, en el laudable afán de vivir íntegramente la vida minorítica, los primeros capuchinos acentúen el aspecto que más fácilmente olvida la naturaleza humana: la oración; mejor, la contemplación. Por el esfuerzo, por el trabajo y por la dificultad que entraña. Ni siquiera hay que acudir, para explicarlo, a la mentalidad de los cenáculos de oración en el siglo XVI. Basta recordar la historia de las reformas franciscanas en los siglos XIV-XV, y los cauces nos conducen a las mismas fuentes: al seráfico Padre y su encarnación profunda del binomio contemplación-acción, alejamiento-presencia entre los hombres; binomio de difícil desarrollo en una agrupación numerosa de personas. Los legisladores de 1536 intentan realizarlo; pero los de 1552, por algunas correcciones hechas al respecto, patentizan su no consecución total.
Pero el ejemplo ahí está. Y muy actual. La concepción activa de la vida, el desasosiego por el trabajo cotidiano, el continuo movimiento sin espacios convenientes de conversación pacífica y tranquila con Dios, tendrán de todo menos de franciscano o capuchino. ¿Es la mentalidad moderna? ¿Es el discurrir de la sociedad agobiada? Poco valen los argumentos para quien se mueve por otros principios y quiere encarnarlos hoy. También existe afán de dinero; también, ansias de comodidad. Y el capuchino se empeña en derivar hacia otros derroteros.


3. POBREZA Y AUSTERIDAD DE VIDA


Otro de los elementos que hace impacto entre los hombres del siglo XVI es la estampa del capuchino rabiosamente pobre y chillonamente austera: en los conventos, en las iglesias, en los vestidos, en los alimentos y en el ajuar. Científicamente está demostrado que los nuevos religiosos sólo desean vivir íntegramente la Regla seráfica. Igualmente hay que afirmar que en no pocas ocasiones el ferviente anhelo se cristaliza en ciertas exageraciones, como norma de vida permanente.
Pero de nuevo surge el problema actual. ¿La acomodación moderna de la Orden sigue la pista trazada por las primeras generaciones capuchinas? Con mentalidad distinta, con diversidad de entorno, con discrepancia de enfoque; ¿pero con el mismo sincero deseo de practicar de hecho hoy y a nuestro modo la pobreza-austeridad con todas sus consecuencias, en edificios, vestidos, alimentos, uso del dinero y necesarias limitaciones? Si se prefiere, diversas de las vividas por los capuchinos en el siglo XVI; ¿pero reales, no teóricas, en el siglo XX?

4. OBSERVANCIA Y APRECIO DE LA REGLA


Si consultamos las fuentes diplomáticas, legislativas y narrativas del primer siglo de la Orden, un ideal emerge por doquier, foguea el espíritu capuchino y encuadra la actuación de los hermanos: el íntimo, ininterrumpido y anhelante deseo de observar escrupulosamente la Regla y las intenciones del seráfico Padre. ¿Razones? ¿Se deberá a que para el Fundador la norma de vida por él trazada es «la medula del evangelio, el libro de la vida, la esperanza de la salvación y el pacto de la eterna alianza»? ¿Acrecentarán la estima de los religiosos las exhortaciones del Santo para que sus hijos la observen sin glosa y a la letra? ¿Influirá, tal vez, la creencia de que ha sido inspirada directamente por Dios, hasta el punto de considerarla más como obra divina que humana?
Puede opinarse cuanto se quiera; pero la conclusión siempre permanece idéntica; el único motivo fundamental del origen de la Orden capuchina es el cumplimiento visceral de la Regla, que conduce a los religiosos a apreciarla, estudiarla, llevarla consigo, leerla con frecuencia, conversar y meditar sobre ella. Y, como consecuencia, a plasmarla en la práctica, sin mitigación alguna.
La reflexión incluye un problema de hondura. Estudiados científicamente muchos aspectos de la reforma capuchina, reconocidos los íntimos deseos de observar integralmente la Regla y comprobados ciertos extremos de exageraciones concretas, perfectamente comprensibles por la mentalidad del siglo XVI y las lecturas que alimentan la espiritualidad de los primeros reformadores, cabe preguntar: ¿a qué debemos atenernos hoy: a las intenciones por ellos alimentadas, o también, al modo práctico de encarnarlas? En otras palabras: ¿basta al capuchino ser auténticamente franciscano o ha de buscar y mantener sus peculiaridades propias?
Muchas distinciones podrían formularse para responder cumplidamente al problema planteado. Pero estimamos que la realidad no puede apartarse mucho de las siguientes conclusiones: ante todo, se debe mirar las intenciones de los fundadores, y, por lo tanto, la Regla franciscana debe ser para los capuchinos la norma fundamental peculiar de vida religiosa. Las pretendidas exageraciones en cumplirla, las concreciones a la vida práctica ideadas por las primeras generaciones, en parte influenciadas por la espiritualidad cristiana y religiosa de aquella época, son elementos secundarios, sujetos a necesarios o convenientes cambios; pero ellos han formado un ambiente de familia que, nosotros, sin más, no podemos abandonar. Con todo, lo verdaderamente importante para el capuchino de ayer y de hoy es el esfuerzo denodado en observar, no de palabra y en teoría, sino de hecho y en verdad el espíritu y la sustancia de la norma de vida minorítica.
Los capuchinos, a través de los siglos y con las limitaciones propias de la naturaleza humana, han pretendido encarnarlos, acomodando su cotidiana existencia a los postulados fundamentales de la Regla. Y justo es afirmarlo, la Orden, por haber seguido la trayectoria trazada por ésta en torno a la pobreza, a la humilde y sencilla minoridad, a la exquisita caridad para con los necesitados e indigentes, al íntimo recogimiento con el Señor, ha dejado una huella no despreciable de su vivir y actuar en la Iglesia: el capuchino era algo especial para los fieles sencillos, para el verdadero pueblo de Dios.
En nuestro sincero deseo actual de renovación, tal vez hayamos olvidado en demasía nuestro peculiar sentido franciscano de la vida y la concretización básica y exigente de la Regla. Sin reflexionarlo suficientemente, queremos asemejarnos, quizás en demasía, a los sacerdotes diocesanos y a otros religiosos, haciendo un conglomerado no siempre fácil de digerir. Y, sin pretenderlo, surge una pregunta humilde y sencilla: ¿hoy, la Orden capuchina proyecta luz peculiar de vida y actuación entre los fieles?

por Fidel Elizondo, o.f.m.cap.


[F. Elizondo, OFMCap, Los primeros capuchinos y la observancia de la Regla franciscana, en Selecciones de Franciscanismo, vol. VIII, n. 23 (1979) 297-300]

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Los Orígenes de la Reforma Capuchina (1525)

II. LA BULA «RELIGIONIS ZELUS» (1528)


La situación de los reformados, jurídicamente considerada, era, cuando menos, expuesta; separados de la comunidad, no tenían entre sí ningún lazo de sociedad canónica, ni organización alguna reconocida. Había que dar el paso definitivo.
La ayuda incondicional y decisiva vino, también esta vez, de Catalina Cibo, la cual se dirigió a su tío el papa Clemente VII, cuando éste se encontraba en Orvieto, fugitivo del sacco de Roma, y le presentó una súplica de Ludovico y de Rafael de Fossombrone. Después de maduro examen, el 3 de julio de 1528, el papa expedía la bula Religionis zelus, que daba existencia jurídica a la nueva fraternidad. La Orden capuchina estaba fundada. La duquesa hizo publicar inmediatamente el documento en la plaza pública de Camerino y en todas las iglesias del ducado.

La bula iba dirigida a Ludovico y a Rafael, y contenía los puntos siguientes: facultad de llevar una vida eremítica guardando la Regla de san Francisco; usar barba y el hábito con capucho piramidal, y predicar al pueblo; los reformados quedaban bajo la protección de los superiores Conventuales, pero bajo el gobierno directo de un superior propio con autoridad parecida a la de los Ministros provinciales; se les autorizaba a recibir novicios, tanto clérigos como laicos.

III. LAS CONSTITUCIONES DE ALBACINA (1529)


La bula Religionis zelus tuvo como efecto inmediato el que gran número de Observantes y algunos novicios fueran a unirse con los recién constituidos capuchinos. Hubo que multiplicar los eremitorios y pensar en una organización más estudiada. En un principio se consideró a Mateo de Bascio como el padre de la reforma; pero el verdadero jefe, de hecho y de derecho, en virtud de la bula de aprobación, fue Ludovico.

En abril de 1529, Ludovico convocó el primer Capítulo, integrado por doce religiosos, con el fin de elegir superiores y redactar unas constituciones. Se celebró en el eremitorio de Albacina (Ancona), y de ahí que las normas allí redactadas se conozcan con el nombre de Constituciones de Albacina.

En cuanto se refiere al ideal que Francisco quería para su Orden, los primeros capuchinos se pronuncian desde sus comienzos por una observancia lo más perfecta posible de todo lo que el Santo quería y deseaba para su Orden. Esta aspiración hacia el ideal integral de Francisco, que los caracteriza como Orden comunitaria, significa de hecho un intento serio de responder lo más fielmente posible a su «plan» sobre la Orden, como se afirma frecuentemente en las fuentes. Los primeros capuchinos buscan esta intención de Francisco, no sólo en la Regla bulada de 1223, sino también en el ejemplo de su vida misma y en la doctrina que contienen sus otros escritos, especialmente el Testamento.

Las Constituciones de Albacina no hablan explícitamente de ello, pero todo su contenido muestra, de hecho, que ellos lo pretendían. Prueba de esto es la llamada al ejemplo de Francisco y a su doctrina contenida fuera de la Regla. Su Testamento es citado explícitamente varias veces; la prescripción de celebrar a diario una sola misa en cada fraternidad, se inspira en la Carta a toda la Orden (vv. 30-33). Otro buen número de prescripciones responde precisamente a la doctrina y a la vida del Santo, que no se encuentran en la Regla de 1223. El contenido de tales prescripciones tiene su fuente inmediata en los estatutos particulares de otros grupos de reforma existentes en aquel entonces dentro de la Observancia. En las primeras Constituciones capuchinas hay determinaciones que están tomadas de las normas escritas por los reformadores españoles Juan de la Puebla y Juan de Guadalupe, para la Custodia de los Angeles y para la Provincia de San Gabriel respectivamente. También hay semejanzas con las normas que el Ministro general de la Observancia, Francisco de los Angeles Quiñones, había promulgado para las casas de recolección. En cuanto a influencias de fuera del ámbito franciscano, más externas que internas, son reconocibles las que provienen de la legislación de los Camaldulenses, cosa fácil de explicar dada la permanencia de Ludovico de Fossombrone entre dichos monjes.

Los 67 párrafos de que consta el primer texto legislativo de los capuchinos pueden reducirse fácilmente a cuatro grandes capítulos: pobreza y vida austera; oración y vida contemplativa; ceremonias litúrgicas y disciplina regular; soledad y vida eremítica. En cuanto al orden en que se suceden los temas, el texto de Albacina no es precisamente un modelo, ya que los asuntos están entremezclados.

Respecto a la orientación de la nueva reforma, es indicativo ya el título: Constituciones de los Hermanos Menores llamados de la vida eremítica. El eremitismo y la contemplación es algo que recorre todos los párrafos del texto. Es querer hacer hincapié en un valor fundamental del franciscanismo primitivo; pero, hay que reconocerlo también, quizás se hayan cargado demasiado las tintas. Es la tentación de la vida eremítica, siempre latente en la historia franciscana, que acaba siempre superada por una vida mixta de contemplación y de acción. 

El desorden interno de las Constituciones puede explicarse también por la intención primordial de los legisladores. Estos pretenden, más que redactar un texto legislativo completo, salir al paso de los abusos que ellos han vivido dentro de la Observancia. De hecho, la primera generación capuchina, formada en su mayoría por religiosos provenientes de la Observancia, mantenían cierto espíritu de cuerpo con los Observantes y no perdieron la conciencia de que su intento había sido reformar la Observancia. La generación siguiente, en cambio, formada por capuchinos que no habían sido antes Observantes, tendió a considerar la nueva reforma como una rama distinta del árbol franciscano.

Las Constituciones de Albacina, sin embargo, tuvieron una vida corta. En 1536 se promulgaron otras nuevas. Estas últimas constituirán la legislación definitiva de la Orden capuchina y el punto de mira de las revisiones posteriores de la legislación. Se vio claramente que había que superar las imperfecciones y parcialidades del primitivo texto legal. Con todo, éste había dado ya a la naciente reforma la unidad fundamental que precisaba. Es cierto que las Constituciones de Albacina no eran un cuerpo orgánico de leyes apropiado para encauzar la vida de una institución, y que había que superarlas. Pero su importancia estriba en que en ellas podemos rastrear las directrices carismáticas de fondo del primitivo grupo capuchino, para una interpretación vital nueva de la Regla de san Francisco. Hoy las debemos leer con perspectiva crítica, pero no podemos considerarnos ante ellas como extraños. Esto último lo digo para los capuchinos.


[J. V. Ciurana, OFMCap, Nota sobre los orígenes de la reforma capuchina (1525) y las Constituciones de Albacina (1529), en Selecciones de Franciscanismo, vol. VII, n. 20 (1978) 243-249]

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50 años de sacerdocio de Fr. Rafael Pozo. ¡Feliz Aniversario!

50 AÑOS LLENOS DE FELICIDAD

Para mis muchísimos amigos y amigas de Paz y Bien de España y Guatemala, de la Fundación Tutelar TAU, mis hermanos Capuchinos, y para tantísimas personas que se han cruzado muy gratamente en mi vida, les comunico que hoy, día 15 de febrero, fui ordenado sacerdote hace 50 años y solamente conservo en mi mente y en mi corazón gratísimos recuerdos. Aunque mi infancia transcurrió en un ambiente de pobreza y de duro trabajo en el campo, fue para mí el aprendizaje más importante, ya que mis padres me enseñaron a ser honrado, a valorar las cosas y a saber ganarme el pan de cada día con el sudor de mi frente.

Gracias al padre Faustino de Sanlúcar fui aceptado en el Seminario Seráfico de Antequera sin reunir las más mínimas condiciones exigidas, pues no había estado escolarizado, y mis padres no podían comprarme el equipamiento necesario exigido a todos los aspirantes. Mi estancia en el Seminario fue muy dura, durísima. Veía que todos mis compañeros habían alcanzado una formación y unos hábitos académicos de los que yo carecía. Es más, hacía con frecuencia el ridículo a la hora de comer porque jamás había manejado el cuchillo y el tenedor. Pensaba que antes o después me despedirían.

1. El Padre Faustino de Sanlúcar, mi segundo padre, el día que profesé solemnemente mis votos religiosos.

Jamás pensé en ser Capuchino, pero conforme fui conociendo la figura de Jesús y el ejemplo de muchos Capuchinos me emocioné y quise poner en práctica el ejemplo de Jesús de Nazaret: trabajar para apoyar a todas aquellas personas que vivían en situación de exclusión. Por eso, al terminar mis estudios, solicité marchar a Guatemala y poner en práctica el mandato de Jesús.

Hoy no tengo más remedio que decir que he sido un afortunado y debo confesar que el Señor me ha bendecido en cada actividad o acción pastoral que he iniciado. Me he encontrado con personas que han compartido mis ideas y mis objetivos, por lo que ha sido posible que todo mi trabajo se haya multiplicado basándose en dos motivos fundamentales: primero de todo, el creer en las personas y, en segundo lugar, formar equipos con capacidad de decisión, a los que siempre he pensado que mi misión era acompañarles, fortalecerles y animarles en la ejecución de su actividad.

Gratos recuerdos de nuestras vacaciones veraniegas en Galaroza. Participábamos en todas las actividades culturales y recreativas que se organizaban en el pueblo.

Tengo que agradecer públicamente a mis Hermanos Capuchinos por haberme dado la oportunidad de poder dedicar íntegramente estos cincuenta años a realizar los proyectos con una dimensión social. Agradecer a mi primer grupo de trabajo en Guatemala, dígase catequistas, animadores comunitarios, promotores agrícolas, grupo de monitores dedicados a los programas de alfabetización… Gracias a ellos pudimos realizar una gran labor. Igualmente, reconocer el apoyo y el compromiso que en todo momento recibí del grupo con el cual empezamos a trabajar en la promoción de la revista El Adalid Seráfico o el nacimiento y organización de la Asociación Paz y Bien y la Fundación Tutelar TAU. Gracias a ese esfuerzo en común, hoy son muchísimas las familias para las que, de alguna manera, su proyecto de vida, se ha dignificado. Igualmente, no podemos olvidar que son muchísimos los jóvenes con discapacidad que estaban en la cuneta y que, gracias a nuestro apoyo hoy, son ciudadanos de pleno derecho.

3. Primera misa celebrada el 15 de febrero en el Convento de Capuchinos. Actualmente solo permanecemos como Capuchinos Fray Diego Díaz Guerrero y un servidor.

Al llegar a la plenitud de mi vida, cuento por miles los que forman mi familia. Y aunque mi familia biológica, padres y hermana, ya no están conmigo, siento el calor humano de miles de personas, las que me animan diariamente a seguir en esta apasionante lucha de estar al lado del que tiene hambre, el enfermo o el marginado.

Desde el año 2007 estoy dedicado el mayor tiempo al cuidado de mi ‘nieto’, que se llama Paz y Bien Guatemala. Quería devolverle a aquella bendita gente de Quezaltepeque, Concepción Las Minas y San Jacinto todo lo que me habían dado durante los cuatro años que viví con ellos. ¡Qué felicidad se siente cuando se ve que ese ‘nieto’ ha crecido y hoy por hoy es un referente de cómo tratar y respetar a las personas que como yo, en mi juventud, viven en situación de pobreza y aislamiento! Nadie puede imaginarse los servicios de calidad que estamos prestando a nuestra comunidad de Oriente.

4. Comunidad de Capuchinos andaluces con los que conviví durante mi estancia en Guatemala.

Y como creyente que soy debo agradecer a muchísimas hermanas y hermanos que diariamente elevan sus oraciones para que este humilde capuchino pueda seguir cumpliendo sus sueños de amor y de servicio a los más necesitados.

Fr. Rafael Pozo Gascón, ofmcap.

Desde la Asociación «Francisco de Asis» de los Antiguos Alumnos del Seminario Seráfico de Antequera, nos congratulamos por estos 50 años de servicio, dedicados con esfuerzo, pasión y vocación a la tarea de cubrir las necesidades humanas y espirituales de tantos feligreses como los derechos de las personas con discapacidad.

¡FELIZ 50 ANIVERSARIO, QUERIDO RAFAEL!

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Los Orígenes de la Reforma Capuchina (1525)

I. LOS INICIADORES DE LA ESCISIÓN


Mateo de Bascio, joven sacerdote de escasa cultura y temple de predicador popular, pertenecía al grupo de los que en la Provincia de Las Marcas reclamaban la libertad de observar la Regla a la letra. Había entrado en la Observancia hacia 1510, en el convento de Montefalcone. A finales de 1522 y principios de 1523, se declaró una epidemia de peste en el ducado de Camerino, y Mateo, con el permiso de sus superiores, se dedicó a atender a los apestados. Su acción caritativa le valió la amistad de los duques de Camerino, Juan Bautista Varano y Catalina Cibo, sobre todo, de esta última, que será considerada como la madre de los capuchinos en sus comienzos, haciendo valer su condición de sobrina del papa Clemente VII.

Mateo de Bascio

En 1525 Mateo tuvo una visión en la que el mismo san Francisco le confirmó en sus propósitos y actitud. Enterado luego de que el hábito que a la sazón usaban los frailes no era el mismo que había usado san Francisco, ya que éste era mucho más áspero y con un capucho puntiagudo cosido a la túnica, lo adoptó sin más y se entregó a la práctica literal de la Regla. Viendo que no podía contar con la aprobación del superior ni con la benevolencia de sus hermanos de comunidad, decidió procurarse la aprobación del papa; y una noche salió secretamente de su convento de Montefalcone y se encaminó a Roma.

Papa Clemente VII

Obtuvo con facilidad de Clemente VII el permiso de viva voz, vivae vocis oraculo, para observar la Regla según sus deseos, vestir el hábito que llevaba puesto y andar predicando de una parte para otra, con la única obligación de presentarse todos los años, durante el Capítulo, a su superior provincial. Luego, comenzó a anunciar la palabra de Dios con gran fervor por el ducado de Urbino, teniendo buen cuidado de no aproximarse a los conventos de los Observantes, para no ser apresado por los suyos.
A finales de abril se celebraba el Capítulo provincial en Jesi, y allí se presentó Mateo conforme al mandato del papa. Como era natural, el Provincial, Juan de Fano, lo hizo encarcelar, como fugitivo y vagabundo, en el convento de Forano. Mateo de Bascio, en efecto, no poseía documento alguno escrito de la autorización pontificia ni se había preocupado de procurárselo.

Unos tres meses llevaba en su reclusión, cuando la noticia de lo ocurrido le llegó a Catalina Cibo, que veneraba a Mateo desde que había ejercitado la caridad durante la peste. Inmediatamente exigió de Juan de Fano que en el plazo de tres días pusiera en libertad al preso. El Provincial tuvo que doblegarse, y Mateo de Bascio reanudó su vida de predicador ambulante.

A finales de 1525 acudían al mismo Provincial los hermanos carnales Ludovico y Rafael de Fossombrone, pidiendo permiso para retirarse a un eremitorio con otros compañeros, a fin de observar la Regla en toda su pureza. Juan de Fano se lo negó. Entonces ellos huyeron y se refugiaron entre los conventuales de Cingoli.
En noviembre de 1525 llegaba a la Provincia de Las Marcas, en visita pastoral, el Ministro general de los Observantes, Francisco de los Angeles Quiñones. Enterado de estos acontecimientos, excomulgó a los fugitivos. El Provincial, Juan de Fano, previendo lo que aquel hecho podía significar para la unidad de la Provincia, obtuvo de Clemente VII el breve Cum nuper, de 8 de marzo de 1526, en el que se declaraba a Mateo de Bascio y a los dos hermanos, apóstatas de la Religión, con la facultad de poder encerrarlos. En consecuencia, se dirigió a Cingoli con un grupo de frailes para apresarlos; pero Ludovico y Rafael huyeron a los montes, y sólo su astucia pudo librarles de caer en manos de sus perseguidores.

Decidieron entonces pedir alojamiento en el eremitorio de los camaldulenses de Massaccio. Allí acudió Juan de Fano con los suyos, acompañado de fuerza armada; pero los fugitivos se escaparon por segunda vez, disfrazados de camaldulenses, a otro monasterio. Cuando el Provincial finalmente les dio alcance, los dos hermanos habían solicitado ya formalmente su incorporación a la Camáldula. Los monjes rehusaron esta petición, por no indisponerse con los Observantes; pero, de momento, el asilo les valió a Ludovico y Rafael.

Ambos fueron después en busca de Mateo de Bascio para acogerse con él a la autorización pontificia; pero Mateo les hizo observar que ésta era exclusivamente personal; de ahí que optaran por dirigirse a Roma. El 18 de mayo de 1526 obtenían el breve Ex parte vestra, extendido por el Penitenciario mayor, que les autorizaba para separarse de la comunidad, juntamente con Mateo de Bascio, y para vivir en un eremitorio observando la Regla. Con todo, debían pedir antes el consentimiento de su Provincial; si se lo negaba, podían hacer uso de la concesión del breve, aunque sin dejar de ser miembros de la Observancia ni cambiar el hábito. El permiso era también esta vez exclusivamente personal.

Juan de Fano, apoyado por el Ministro general Quiñones, obtuvo por su parte la renovación del breve. Entre tanto, a los tres se les había unido Pablo de Chiogga, observante que se había secularizado para atender a su madre; también éste obtuvo permiso personal de Roma.

Los cuatro se reunieron en Fossombrone, refugiándose bajo la protección de la duquesa de Camerino contra la obstinada persecución de Juan de Fano. Éste intentó el camino de la persuasión, y, en presencia de los duques de Camerino, tuvo lugar una discusión en la que los fugitivos presentaron todas sus querellas contra la comunidad.
Ante la imposibilidad de someterlos por la fuerza o de atraerlos mediante la persuasión, el Provincial Juan de Fano se esforzó entonces por evitar al menos otras deserciones. En junio de 1527 publicó su Dialogo della salute, replicando a los descontentos. El autor del Dialogo se plantea el problema de la observancia integral de la Regla según la «intención» de san Francisco. Juan de Fano representa, como Provincial de Las Marcas, la postura oficial de la Orden frente a los movimientos reformistas que habían surgido en su seno. Para él, el ideal de la Orden franciscana no existe fuera de la observancia de la Regla según las declaraciones pontificias; no hay que apelar al espíritu o a la intención de san Francisco. Esto no se da fuera de la Observancia oficial, tal como había sido estructurada por san Bernardino de Siena, san Juan de Capistrano y el Ministro general Francisco de los Ángeles Quiñones. Los reformadores apelaban al Testamento de san Francisco; pero éste, según las declaraciones pontificias, no tiene valor jurídico. Los grupos de reforma, siguiendo las sendas de los Espirituales, tienden a una ficción injustificable y peligrosa, a una utopía. Solamente donde está la Observancia, todo es seguro y bueno; mientras toda disidencia viene del maligno. Posteriormente, Juan de Fano, siendo sincero consigo mismo en su afán de reforma, dio la razón a sus perseguidos, pasándose a los capuchinos. Esta decisión motivó el que hiciera una nueva redacción de su Dialogo entre 1535 y 1536. Esta segunda redacción de su obra es importante por ser la primera exposición de la Regla surgida de entre los capuchinos y por la defensa que hace en favor de la propia razón de ser de los mismos dentro de la familia franciscana.

Mientras tanto y a pesar de las dificultades, los cuatro reformados cobraban gran aprecio entre los habitantes de Camerino en la nueva peste que entonces se cebó en la ciudad durante el verano de 1527.


por José-Vicente Ciurana, o.f.m.cap.

Seguirá: 2. La Bula «Religionis Zelus» …

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Los Orígenes de la Reforma Capuchina (1525)

El presente trabajo no pretende ser algo original ni exhaustivo. Intenta solamente poner de relieve algunos datos, recogidos de autores que se han dedicado a estudiar nuestro tema (Pobladura, Iriarte, Van Asseldonk, Campagnola), sobre la aparición de la reforma capuchina dentro de la familia franciscana y sobre la cristalización de sus inquietudes espirituales en su primer texto legislativo: las Constituciones de Albacina.
Para comprender mejor el nacimiento de la reforma capuchina, no se ha de perder de vista la eterna lucha en torno a la interpretación práctica del ideal franciscano. Dos tendencias, latentes siempre, van reflejándose de tarde en tarde en toda la historia franciscana, bajo diferentes denominaciones, pero traduciendo siempre el mismo conflicto. En el siglo XIII se llamaron Espirituales y Comunidad; en el XV, Observancia y Conventualismo; en el XVI, Estrecha Observancia y Regular Observancia.

Ambas concepciones reconocen como norma intangible de vida la Regla de san Francisco. Pero mientras los más radicales la interpretan a la luz de la vida del Fundador y de su Testamento, la otra tendencia se esfuerza por actualizarla conforme a las exigencias prácticas de la evolución de la Orden y de sus fines apostólicos. Siempre que aparece una reforma bajo el signo de la más pura observancia, no tarda en aparecer dentro de la Orden la misma doble tendencia y en repetirse los episodios de pugna entre Comunidad, representada por la prudencia humana y el espíritu de disciplina, y los Celantes, religiosos fervorosos e idealistas que esperan una voz de insubordinación legal para hacer valer su derecho a observar la Regla a la letra.

El fenómeno concreto a que nos referimos se produjo en el seno de la Observancia a comienzos del siglo XVI con incontenible efervescencia. El remedio hubiera podido hallarse en el fomento inteligente de las casas de recolección, con una mayor comprensión hacia los religiosos descontentos. Pero esta comprensión falló, sobre todo en Italia. Abundaban los religiosos y superiores deseosos de mayor observancia, pero se desconfiaba de las iniciativas privadas, ya que en la práctica existían religiosos que, con el pretexto de mayor perfección, se separaban de la observancia y llevaban una vida de vagabundos.

Lo que ocurrió en la floreciente Provincia italiana de Las Marcas, podía haber ocurrido en otra cualquiera. El Ministro provincial de la misma, Juan de Fano, ansioso como el que más de una renovación, esperaba que ella viniera desde arriba, de los superiores y de los Capítulos; repugnaba a su índole noble y distinguida toda actitud que se desviase de la legalidad. La experiencia le demostrará que tales reformas, llegan tarde y sin eficacia.


por José-Vicente Ciurana, o.f.m.cap.

Seguirá: 1. Los Iniciadores de la Escisión…

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Origen de la ORDEN CAPUCHINA

Los CAPUCHINOS son una rama o porción de la Orden de Hermanos Menores fundada por san Francisco de Asís, que, en el siglo XVI, buscando una vivencia más estricta y fiel de la Regla y forma de vida original, se separó de la Observancia.


La desazón producida por el sentimiento de infidelidad al proyecto original de Francisco de Asís acompañará a muchos, como una sombra, en el caminar histórico de la Fraternidad, siendo el motivo de los innumerables intentos de reforma que el Franciscanismo ha conocido a través del tiempo.

A mitad del siglo XIV, por reacción contra el «conventualismo» de la Orden, comenzaron a aparecer en Italia, España y Francia diferentes grupos de frailes que aspiraban a una vida más coherente con los orígenes franciscanos, deseosos de volver a una vida más acorde con los orígenes de la Fraternidad, especialmente en el retiro y la pobreza. Dentro de este ambiente de reforma nacieron los Capuchinos.

El motivo fue el mismo de siempre: un grupo de frailes, en este caso Mateo de Bascio, Pablo de Chioggia y los hermanos Ludovico y Rafael de Fossombrone, insatisfechos de la vida que se llevaba en la «Observancia», decidieron volver al eremitismo de los orígenes como una forma de cumplir literalmente la Regla.

Sin permiso previo de su Provincial, optaron por hacer efectiva su nueva forma de vida, lo que les ocasionó persecuciones y aventuras sin fin hasta que su amistad con Catalina Cibo, duquesa de Camerino y sobrina del Papa, hizo posible que el 3 de julio de 1528, por medio de la bula Religionis zelus, Clemente VII concediera existencia jurídica a la nueva Fraternidad. En realidad se trataba, simplemente, de poder llevar «vida eremítica», guardando la Regla de San Francisco, de usar la barba y el hábito con el capucho piramidal -de aquí el nombre de «Capuchinos»- y de predicar al pueblo.

La afluencia inmediata de gran número de observantes y algunos novicios planteó la necesidad de hacer unas Constituciones que definieran la incipiente reforma. Un año después se convocó el primer Capítulo para organizarse y redactar las Constituciones que, por hacerse en el eremitorio de Albacina, han pasado a la historia como Las Constituciones de Albacina, aunque en realidad llevaran el título de Constituciones de los hermanos llamados de vida eremítica.

La reforma Capuchina, de tanto rigor en sus formas, se mostraba en el fondo poco franciscana. Reforzada por el ingreso de grandes personalidades de la Observancia, se vio la necesidad de hacerla más equilibrada volviendo al genuino espíritu de Francisco. Para ello se convocó un nuevo Capítulo con el fin de discutir las nuevas Constituciones. Algunos de los iniciadores de la reforma no resistieron este cambio, creando verdaderos problemas, por lo que tuvieron que ser expulsados de la Orden. En 1536 se promulgaron las nuevas Constituciones, donde la mesura y el equilibrio entre la contemplación y la acción llegaron a tal punto que se que convirtieron, prácticamente, en la legislación definitiva de la Orden. Las posteriores renovaciones sólo introducirán detalles de forma que no afectan al contenido.

La celebración del Concilio de Trento (1545-1563) favoreció la consolidación de la reforma. Con la instauración de casas de estudio en vistas a la formación para el ministerio, unos conventos más espaciosos y una organización más disciplinada, los Capuchinos no sólo se afianzaron sino que lograron expandirse geográficamente.

Primero fue Francia, después Bélgica. En España resultó más difícil por la prevención existente en la Corte de Felipe II, al considerar que la nueva reforma de los Capuchinos no añadía nada a la ya existente en España y muy extendida reforma de los Descalzos y Alcantarinos. El primer intento parece que fue en 1570, aunque sin resultados positivos. Fue en 1578 cuando consiguieron establecerse en Barcelona. La Orden fue extendiéndose rápidamente hacia el Rosellón, luego hacia Valencia (1596) y, finalmente, Aragón (1598) y Navarra (1606). Castilla seguía cerrada a los Capuchinos, hasta que en 1609 lograron establecerse en Madrid, multiplicándose posteriormente por otros puntos de Castilla y Andalucía (1613).

Los capuchinos, por tanto, en su opción de volver a los orígenes, no hicieron más que seguir el ambiente de renovación y darle una forma concreta. «Volver a Francisco» era la consigna que latía en el fondo de la reforma; pues, como dice uno de los primeros cronistas: «Reformarse no es otra cosa que retornar a la forma original dada en los comienzos a nuestra Orden».

Origen DE LA ORDEN CAPUCHINA
por Fr. Julio Micó, o.f.m.cap.

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Datos y curiosidades de los Capuchinos Andaluces

 Nuestro querido compañero Alfonso Jiménez nos remite un enlace relacionado con un libro escrito por Fr. Alfonso Ramírez Peralbo con motivo del Centenario de los Capuchinos Andaluces (1.898-1999) y publicado en BDICAP (Biblioteca Digital de Capuchinos).

Se relatan hechos y curiosidades del S. Seráfico de Antequera, Sanlúcar de Bda., Sevilla, Granada, etc, así como de religiosos que hemos oído nombrar en bastantes ocasiones.  Para quien pueda interesarle, pinchar en el siguiente enlace:

http://www.bidicap.org/doai/BCCCAP00000000000000000000141/HTML/38/

 

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FELIZ NAVIDAD Y PAZ Y BIEN PARA EL AÑO 2019

Con esta imagen de un cuadro pintado por Albert Moulton, pintor inglés (1873-1942) titulado “Convento de Capuchinos de Antequera”, os deseo unas felices fiestas junto a vuestras familias.

Convento de Capuchinos Antequera

Un fraternal abrazo de José Fernández de Otura.

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