Feria Privilegiada de Adviento: 23 de Diciembre

En 1223, al acercarse la Navidad, san Francisco llamó a un amigo suyo y le dijo: «Si quieres que celebremos en Greccio esta fiesta de Navidad, ve y prepara lo que te voy a indicar. Deseo celebrar la memoria del Niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno». Aquel hombre corrió presto y preparó cuanto el Santo le había indicado. Llegado el día, se citó a hermanos de muchos lugares; hombres y mujeres de la comarca prepararon cirios y teas para iluminar aquella noche. Llegó Francisco, se preparó el pesebre, se trajo el heno y se colocaron el buey y el asno, y Greccio se convirtió en una nueva Belén. Se celebra el rito solemne de la misa sobre el pesebre. Francisco viste los ornamentos de diácono y canta el santo evangelio. Luego predica al pueblo que asiste, y tanto al hablar del nacimiento del Rey pobre como de la pequeña ciudad de Belén dice palabras que vierten miel. Un varón virtuoso tuvo una admirable visión. Había un niño que, exánime, estaba recostado en el pesebre; se acerca el santo de Dios y lo despierta como de un sopor de sueño. Y no carece esta visión de sentido, puesto que el niño Jesús, sepultado en el olvido en muchos corazones, resucitó por medio de su siervo Francisco. Terminada la solemne vigilia, todos retornaron a su casa colmados de alegría.

Oración: Dios todopoderoso y eterno, al acercarnos a las fiestas de Navidad, te pedimos que tu Hijo, que se encarnó en las entrañas de la Virgen María y quiso vivir entre nosotros, nos haga partícipes de la abundancia de su misericordia. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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Feria Privilegiada de Adviento: 22 de Diciembre

San Francisco, nos dicen sus biógrafos, celebraba la fiesta de Navidad con mayor reverencia que cualquier otra fiesta del Señor, porque, si bien en las otras solemnidades el Señor ha obrado nuestra salvación, sin embargo, comenzamos a ser salvos desde el día en que Dios, hecho niño pequeñuelo, se crió a los pechos de madre humana. Por eso quería que en ese día todo cristiano se alegrase en el Señor y que, por amor de Aquel que se nos dio a sí mismo, todo hombre fuese alegremente dadivoso no sólo con los pobres, sino también con los animales y las aves: que los ricos dieran de comer en abundancia a los pobres y hambrientos, y que los bueyes y los asnos tuvieran más pienso y hierba de lo acostumbrado. «Si llegara a hablar con el emperador -decía-, le rogaría que dictase una disposición general por la que todos los pudientes estuvieran obligados a arrojar trigo y grano por los caminos, para que en tan gran solemnidad las avecillas tuvieran en abundancia». No recordaba sin lágrimas la penuria que rodeó aquel día a la Virgen pobrecilla.

Oración: Señor Dios, que con la venida de tu Hijo has querido redimir al hombre sentenciado a muerte, concede a los que van a adorarlo, hecho niño en Belén, participar de los bienes de su redención. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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Feria Privilegiada de Adviento: 20 de Diciembre

Durante el tiempo de Adviento, la Liturgia celebra con frecuencia y de modo ejemplar a la Virgen María: recuerda algunas mujeres de la Antigua Alianza, que eran figura y profecía de su misión; exalta la actitud de fe y de humildad con que María de Nazaret se adhirió, total e inmediatamente, al proyecto salvífico de Dios; subraya su presencia en los acontecimientos de gracia que precedieron al nacimiento del Salvador.

También la piedad popular dedica, en el tiempo de Adviento, una atención particular a Santa María; lo atestiguan de manera inequívoca diversos ejercicios de piedad, y sobre todo las novenas de la Inmaculada y de la Navidad. Sin embargo, la valoración del Adviento «como tiempo particularmente apto para el culto de la Madre del Señor» no quiere decir que este tiempo se deba presentar como un «mes de María». La Iglesia contempla todos los misterios marianos como referidos al misterio de nuestra salvación en Cristo (cf. Directorio sobre la piedad popular, 101).

Oración: Señor y Dios nuestro, a cuyo designio se sometió la Virgen Inmaculada aceptando, al anunciárselo el ángel, encarnar en su seno a tu Hijo: tú que la has transformado, por obra del Espíritu Santo, en templo de tu divinidad, concédenos, siguiendo su ejemplo, la gracia de aceptar tus designios con humildad de corazón. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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Feria Privilegiada de Adviento: 17 de Diciembre

Hoy comienzan las ferias privilegiadas de Adviento, que tienen la finalidad de prepararnos más intensa y directamente a la Navidad. La liturgia de estos días proclama los textos que van disponiendo más y mejor al cristiano para acoger al Hijo de Dios hecho hombre.

En particular, las Vísperas tienen un singular poder sugestivo merced a las antífonas mayores, llamadas también de la «O», que junto al Magníficat de cada día pasan revista a los diversos títulos de Cristo, referentes a su naturaleza divina y humana o a su misión salvífica, y que terminan todas instándole a que venga a poner remedio a nuestra indigencia: Oh Sabiduría que brota de los labios del Altísimo, Pastor de la casa de Israel, Renuevo del tronco de Jesé, Llave de David y Cetro de la casa de Israel, Sol que naces de lo alto, Rey de las naciones, y Emmanuel, rey y legislador nuestro.

– Oración: Dios, creador y restaurador del hombre, que has querido que tu Hijo, Palabra eterna, se encarnase en el seno de María, siempre Virgen, escucha nuestras súplicas, y que Cristo, tu Unigénito, hecho hombre por nosotros, se digne hacernos partícipes de su condición divina. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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Sesenta años después del Concilio Vaticano II

Tormenta en la sacristía. ¿Qué quedó del Concilio Vaticano II?

Sesenta años después del Concilio, un catolicismo mermado por la secularización busca pasar página de sus guerras culturales

El 8 de diciembre de 1965, hoy hace 60 años, finalizaba el Concilio Vaticano II. Los obispos de todo el mundo salían de San Pedro en procesión y Pablo VI se fundía en un abrazo con su eminencia gris, Jacques Maritain, el filósofo del diálogo. Habían sido tres años de trabajo desde que Juan XXIII diera la sorpresa no solo por convocar la gran reunión doctrinal y estratégica del catolicismo, sino por la orientación de su convocatoria. Por primera vez, sería un Concilio únicamente pastoral. Sin definiciones dogmáticas. Sin anatemas. El “Papa bueno” quería que entrara “un poco de aire fresco en la Iglesia”. Quería un catolicismo que sirviera a su tiempo “demostrando la validez de sus enseñanzas y no condenando”. Desde finales del XIX, algunos teólogos eran conscientes de que el cristianismo, según un testigo del Concilio como el periodista y escritor José Jiménez Lozano, no podía “permanecer simplemente a la defensiva”. Se necesitaba “determinar de modo nuevo” la relación entre la Iglesia y sus contemporáneos. Y eso se iba a hacer mediante el “diálogo”, palabra que nunca había aparecido en la doctrina de la Iglesia y que aparecerá 28 veces en los documentos conciliares. Cuando muere el Papa Roncalli, Pablo VI asume su espíritu. Y en su primera sesión conciliar no necesitó palabras para enviar su mensaje: le bastó con suprimir la tiara y la silla gestatoria, símbolos del poder temporal del Pontífice.

El Concilio, como dijo el propio Pablo VI, estaba llamado a ser “un día soleado para la Iglesia”: su ajuste al mundo en una época de cambios como los sesenta. Nada, sin embargo, iba a salir según este optimismo. Desde el mismo principio, cuando dos cardenales progresistas —Liénart y Frings— pidieron rehacer las comisiones de trabajo previstas por la curia, el choque estaba servido. Con celeridad se van formando dos bandos. Por un lado, los padres conciliares de los países donde se había forjado la llamada nouvelle théologie, Bélgica y Holanda, Austria y Alemania, una “Alianza Europea” con prebostes como König y Bea, Suenens y Alfink, además de los citados Frings y Liénart. Por otro lado, el Grupo Internacional de Padres, que reunió a 250 prelados conservadores, del antiguo papable Siri al futuro cismático Marcel Lefebvre. Las iglesias de África y Asia, dependientes de iglesias ricas como la alemana, se alinearían con la “Alianza Europea”. Así, desde el principio, el Concilio iba a tener una marcada impregnación progresista, con protagonismo de teólogos como Karl Rahner.

Si bien los padres conciliares más conservadores tardaron algo más en articular su respuesta, esta llegó, por lo que, finalmente, la mayor parte de los 16 documentos conciliares —como la constitución Gaudium et spes— tendrían que negociarse más de lo previsto. Quizá por eso, en los años pasados desde su fin, ha habido dos perspectivas marcadas sobre la cita conciliar: aquella que dice que la Iglesia no desarrolló todo el potencial del Concilio y una sensibilidad para la que se habría ido demasiado lejos. En realidad, lo verdaderamente característico está en cómo los mismos que impulsaron cambios buscaron después ajustarlos. Henri de Lubac, teólogo de moda en la época, terminaría por clamar contra “una nueva Iglesia, di­ferente de la de Cristo, que se quiere instaurar”. Y dos teólogos progresistas del Concilio, Karol Wojtyla y Joseph Ratzinger, lamentarían, ya convertidos en Juan Pablo II y Benedicto XVI, que “se han cometido verdaderas herejías” y que “los resultados del Concilio parecen oponerse cruelmente a las expectativas de todos”.

El primero en acusarlo fue Pablo VI: lejos de lo anticipado, el post-Concilio era “un día lleno de nubes, de tempestad”. Se cumplía así una tradición que, ya desde el Concilio de Jerusalén en el siglo I, parece asegurar que no hay concilio sin trauma posconciliar. Pablo VI llega a decir, en palabras famosas por su dramatismo, que “el humo de Satanás” se ha colado “en el templo de Dios”. ¿La causa de su angustia? 14.000 abandonos, solo contando sacerdotes, entre 1964 y 1971. Rebeldías doctrinales como el Catecismo holandés de 1966 o esa “opción preferencial por los pobres” que, acordada en una reunión de obispos latinoamericanos en Medellín en 1968, alfombró el camino a la teología de la liberación. Y, de modo muy notable, las reacciones contrarias a la reforma litúrgica. Si intelectuales de todo origen, de Jorge Luis Borges a Nancy Mitford, habían pedido al Papa mantener la misa de siempre, la nueva misa no iba a conllevar solo el adiós al latín: la Santa Sede sufría al ver cómo, de pronto, las baterías tomaban los presbiterios e incluso se llegó a hablar de curas que consagraban con donettes. Cualquier ola progresista quedó frenada cuando, al poco del Concilio, Pablo VI, contra la voluntad de buena parte del episcopado, fijó la doctrina sobre anticoncepción en la encíclica Humanae vitae.

Para apreciar cómo ha infusionado el Concilio la vida de la Iglesia, cabe preguntarse cómo podría renunciarse hoy a su apertura ecuménica a la unidad de los cristianos, su denuncia expresa del antisemitismo o su compromiso con la libertad religiosa. Un compromiso y una libertad que terminaron por dinamitar las relaciones entre Pablo VI y Franco y lograron que el régimen fuera, literalmente, más papista que el Papa. También bajo la tutela del Pontífice, la Iglesia, que apoyaría la Transición con Tarancón, no postuló en España una democracia cristiana a la italiana.

Esto le iba a gustar poco a Juan Pablo II, quien, por lo demás, tampoco pudo heredar el Concilio a beneficio de inventario. Si por un lado intervino a los jesuitas por progres, por el otro excomulgó a Lefebvre por tradi. Y si nombró cardenales a personajes de la izquierda, intentaría suplir la crisis de la vida religiosa con los nuevos movimientos: Opus Dei, Legionarios. Con Benedicto y Francisco volvieron las luchas litúrgicas a propósito de la permisividad de la misa tradicional. Y si bien el propio Benedicto quiso enmarcar el Vaticano II en una “hermenéutica de la reforma” respetuosa de las enseñanzas de siempre de la Iglesia, solo León XIV parece haber apaciguado las guerras culturales intracatólicas. Es el primer Papa, por edad, no marcado por las dialécticas desencadenadas en los sesenta. Y, como escribe el periodista católico británico Dan Hitchens, el hecho de que no esté claro cuál es el futuro de las ideas liberales en el mundo, aleja el debate de qué hacer frente a ellas.

Sesenta años después del Concilio, la Iglesia ha sufrido su mayor crisis de credibilidad con los abusos. Es una Iglesia que, en Europa, cuenta con élites más progresistas que sus fieles y su clero. Y que gana peso demográfico y moral en África o en Asia. Tal vez sea “un puñado de vencidos”, como vaticinaba Pablo VI, o “el resto de Israel”, en palabras de Benedicto, pero ha sido capaz de sobrevivir, como apunta el converso alemán Martin Mosebach, tras “pasar siglos sin estar del todo al día”. Y hoy causa sorpresa que, de pronto, los nietos empiecen a interesarse —en iniciativas católicas como Hakuna o Effetá— por la vieja religión de sus abuelos.

Ignacio Peyró

Diario “El Pais”,  07 Diciembre, 2025

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Feliz Navidad 2025

Queridos compañeros:

Un año más llega el momento de desearnos una muy Feliz Navidad y un Año Nuevo 2026 lleno de bendiciones del Señor y de nuestro Padre San Francisco.

Os deseo a todos salud, bienestar y paz.
 
El Presidente.

 

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Aprobación de la Regla de San Francisco

 El 29 de noviembre de 1223, el papa Honorio III aprobó solemnemente la Regla definitiva de San Francisco. La conocemos como Regla bulada, porque el Papa la aprobó y confirmó con una bula; como Regla segunda, en relación con la Regla de 1221, que no obtuvo aprobación pontificia; o como Regla de 1223, por el año de su aprobación.

Es la Regla que profesan y asumen los seguidores de san Francisco, todos los cuales se comprometen a seguir las huellas de Cristo y a vivir su Evangelio observando esa «forma de vida». San Francisco decía: «La Regla es el libro de la vida, esperanza de salvación, médula del Evangelio, camino de perfección, llave del paraíso, pacto de alianza eterna. Quería que la tuvieran todos, que la supieran todos y que en todas partes la meditaran» (2 Cel 208).

CELEBRACIÓN DE TODOS LOS SANTOS DE LA ORDEN FRANCISCANA.

En la misma fecha en que san Francisco obtuvo de la Iglesia la aprobación de la «regla y vida» de su Orden, ésta celebra la fiesta de todos sus santos, de todos aquellos que, observándola, llegaron a la más alta perfección. Es la fiesta de la santidad cristiana empapada del espíritu y estilo de san Francisco.

– Oración: Dios todopoderoso y eterno, que has enriquecido a tu Iglesia con la santidad de innumerables franciscanos, concédenos a los que celebramos en una misma fiesta los méritos de todos ellos, seguir sus huellas en la tierra y obtener el premio de la salvación en el cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS DIFUNTOS DE LA ORDEN FRANCISCANA.

A semejanza de la Iglesia universal, que celebra a todos los santos el 1 de noviembre y conmemora a todos los difuntos el 2 del mismo mes, la gran Familia franciscana festeja a todos sus santos el 29 de noviembre y antes recuerda a todos sus difuntos el día en que, después del 2 de noviembre, no lo impida otra celebración. San Francisco y santa Clara mandan en su correspondientes Reglas a sus hermanos y hermanas que oren por los difuntos. Este mandato, que es de aplicación constante, adquiere en esta fecha una dimensión litúrgica y universal: es el recuerdo orante de todos cuantos han seguido a Francisco y a Clara en cualquiera de sus ramas y formas.

– Oración: Oh Dios, gloria de los fieles y vida de los justos; nosotros, los redimidos por la muerte y resurrección de tu Hijo, te pedimos que acojas con bondad a nuestros hermanos franciscanos y a nuestros parientes y bienhechores difuntos, y, pues creyeron en la futura resurrección, merezcan alcanzar los gozos de la eterna bienaventuranza. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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Santa Inés de Asís

Hermana de santa Clara y émula de su vida y santidad, nació en Asís el año 1197. Pocos días después de que Clara, en 1211 ó 1212, se fugara de casa, hizo otro tanto Inés para, juntas, consagrar sus vidas totalmente a Dios. Su familia se empeñó en recuperarla, pero Inés se mantuvo firme en su propósito.

Pasó la mayor parte de su vida en el monasterio de San Damián, situado a las afueras de Asís. Pero en fecha que no podemos precisar fue enviada al monasterio de Monticelli de Florencia, con el encargo de transferir a esta nueva comunidad el genuino espíritu de Clara, y allí permaneció como abadesa largos años. De este tiempo conservamos una preciosa carta suya dirigida a Clara. En el último período de su vida, Inés se encontraba de nuevo en Asís. Acompañó a Clara en su última enfermedad y en su muerte, acaecida el 11 de agosto de 1253, y poco después falleció ella.

– Oración: Señor, Dios nuestro, por intercesión de santa Inés de Asís, que fue modelo de vida franciscana y ejemplo para muchas almas consagradas, concédenos emular su santidad en la tierra y gozar de su compañía en el cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

[Murió el 16 de noviembre y la Familia Franciscana celebra su memoria el 19 del mismo mes].

 

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El convento de Capuchinos de Sevilla celebró un Santo Rosario Magno

En la mañana del sábado 8 de Noviembre los Capuchinos del Convento de la Divina Pastora celebraron un Santo Rosario Magno que partió desde la Parroquia de San Gil Abad, tal y como ocurriese el 8 de Septiembre de 1703, cuando Fray Isidoro de Sevilla salió de esta misma iglesia con el lienzo de la Pastora, conmemorando así la Orden de los Capuchinos el 275 aniversario de su muerte.

 

El rezo público del Rosario dio comienzo a las 11:00 horas finalizando en el Convento de Capuchinos de la Divina Pastora a las 13:00 horas, que como cierre se celebró una solemne misa en memoria de Fray Isidoro, presidida por el padre guardíán, fray Antonio Vázquez Ruiz.

Cientos de pastoreños acompañaron en la procesión, destacando especialmente por su número los de Cantillana.  La jornada culminó con un ágape fraterno en el compás del Convento, como signo de convivencia y unión entre todos los devotos de la Divina Pastora.

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Beato Juan Duns Escoto

Nació en Escocia el año 1265, e ingresó de joven en la Orden Franciscana. Fue ordenado de sacerdote en 1291 y se graduó luego en la Universidad de París. Posteriormente desempeñó el cargo de maestro en las Universidades de Cambridge, Oxford, París y Colonia. Investigó con gran sutileza la revelación divina y escribió obras importantes de teología y filosofa. Se le suele llamar «Doctor sutil y mariano», y es considerado uno de los grandes maestros de la teología cristiana.

Fue un ferviente heraldo del misterio de la Encarnación del Verbo, un incansable paladín de la Inmaculada Concepción de la Virgen María y un defensor de la suma autoridad del Romano Pontífice. Rehusó firmar el libelo de Felipe IV, rey de Francia, contra el papa Bonifacio VIII, y por ese motivo fue expulsado de París. Más tarde fue enviado como maestro a Colonia, donde murió el 8 de noviembre de 1308. Juan Pablo II confirmó en 1991 y 1993 su culto público definiéndolo como «cantor del Verbo encarnado y defensor de la Inmaculada Concepción de María».

Oración: Oh Padre, fuente de toda sabiduría, que en el beato Juan Duns Escoto, defensor de la Virgen Inmaculada, nos has dado un maestro de vida y de enseñanza: haz que, iluminados por su ejemplo y alimentados por su doctrina, permanezcamos unidos fielmente a Cristo. Que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

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