Aprobación de la Primera Regla Franciscana

En 1209, san Francisco hizo escribir la «forma de vida» o regla que el Señor le había inspirado y que se componía sobre todo de breves fragmentos evangélicos. En la primavera de aquel mismo año, el Santo y sus once primeros compañeros se trasladaron a Roma y obtuvieron del papa Inocencio III que se la aprobara verbalmente, con lo que nacía en la Iglesia un nuevo género de vida, una nueva Orden. San Francisco, en su Testamento, relata así el acontecimiento:

«Y después que el Señor me dio hermanos, nadie me ensañaba qué debería hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debería vivir según la forma del santo Evangelio. Y yo hice que se escribiera en pocas palabras y sencillamente, y el señor Papa me lo confirmó».

Recordando ese hecho trascendental, la familia de san Francisco renueva el 16 de abril su profesión en la vida franciscana.

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Ratzinger y Küng: el dogma y la duda

Uno subraya la divinidad de Jesucristo; el otro, su humanidad. Colegas primero y rivales después, el Papa emérito y el teólogo crítico son la cara y la cruz del catolicismo actual.

Joseph Ratzinger- Benedicto XVI (1927) y Hans Küng (1928) son dos teólogos que fueron colegas en la Universidad de Tubinga, se distanciaron y siguieron caminos diferentes en la Iglesia católica. Ratzinger fue nombrado arzobispo de Múnich y cardenal por Pablo VI en 1977, presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF) por Juan Pablo II en 1981 y “elegido” papa en 2005. Hans Küng viene cultivando la teología ininterrumpidamente desde hace más de seis décadas, se le prohibió enseñar teología católica por su crítica al dogma de la infalibilidad en 1979 y ha elaborado un nuevo paradigma teológico: la teología de las religiones. Recientemente se han publicado dos libros en los que ambos exponen sus posiciones, con frecuencia en las antípodas: Últimas conversaciones con Peter Seewald, de Benedicto XVI, y Siete papas. Experiencia personal y balance de la época, de Hans Küng.

En el libro de Benedicto XVI, fruto de una conversación con el periodista alemán Peter Seewald, se aprecia cierta complicidad entre el entrevistador y el entrevistado para eximir al Papa emérito de toda responsabilidad en las actuaciones más cuestionadas durante el cuarto de siglo que estuvo al frente de la CDF y los ocho años de pontificado, que contó con dos momentos de gran impacto: la denuncia de la suciedad en la Iglesia en el viacrucis de la Semana Santa de marzo de 2005 y su renuncia, que dio lugar a una nueva primavera en la Iglesia católica con la elección de Francisco.

Ratzinger ofrece una imagen de Jesús fuertemente divinizada, basada en los dogmas y al servicio del actual modelo romano de Iglesia, Küng pone el acento en el Jesús histórico y en el conflicto con las autoridades religiosas de su tiempo, que motivaron su crucifixión

Uno de los temas de mayor interés es el que se refiere a la relación de Benedicto XVI con Juan Pablo II y con los colegas teólogos, y a la valoración de los mismos en función de las afinidades o divergencias ideológicas. Muestra admiración por su predecesor y sintonía con su proyecto eclesial neoconservador, pero se distancia de él por la actitud del Papa polaco favorable al diálogo interreligioso y, de manera especial, con motivo de los encuentros de oración de Asís, al diálogo con líderes de las diferentes tradiciones religiosas. El desacuerdo en este tema se manifestó con la publicación de la declaración Dominus Iesus de la CDF, que implícitamente defendía el axioma excluyente —“Fuera de la Iglesia no hay salvación”— y rompía los puentes de diálogo ecuménico, interreligioso e intercultural.

Benedicto XVI expresa su aprecio intelectual por el teólogo Henri de Lubac y su estrecha vinculación con Urs von Balthasar, de quien se considera “alma gemela”. Tras abandonar la revista Concilium, de tendencia conciliar, creó con ellos la neoconservadora Communio. Además, el Papa emérito recela de su compatriota Karl Rahner, sin duda el teólogo católico más importante del siglo XX, de quien en su biografía, Mi vida, Ratzinger dice, rayando en la injuria, que “se había dejado dominar cada vez más por la conjura de las retóricas progresistas políticas de tipo aventurero”. Con todo, el teólogo que sale peor parado es Hans Küng, quien, siendo decano en la Universidad de Tubinga, propuso a Ratzinger como profesor de Dogmática e Historia de los Dogmas. Benedicto XVI niega que su colega hiciera aportaciones teológicas significativas al Concilio Vaticano II y le acusa de haber dejado de moverse en el marco de la catolicidad.

Meses después de Últimas con­ver­sa­ciones apareció en castellano el libro de Hans Küng Siete papas. Experiencia personal y balance de la época, en el que con gran maestría literaria ofrece sugerentes retratos de los papas que ha conocido: Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, con sus lados oscuros o grises y sus logros. Y lo hace como buen conocedor del catolicismo de ayer y de hoy, actor importante de la reforma conciliar, teólogo crítico del papado y testigo comprometido con su tiempo. Küng expresa su disconformidad con Roma y no cede un ápice en la defensa de la libertad dentro de la Iglesia católica. Sus retratos no son, por tanto, los de un cortesano del Vaticano o un hagiógrafo papal.

Uno de los capítulos del libro está dedicado, precisamente, al pontificado de Benedicto XVI, cuya elección y no pocas de sus actuaciones —como el discurso de Ratisbona contra el islam, el alejamiento del concilio, el nombramiento de obispos hostiles al concilio, su corresponsabilidad en los abusos sexuales…— le produjeron “una inmensa decepción”. Valora positivamente la “inesperada y valiente renuncia del Papa”, si bien le parece inquietante el nombramiento, poco antes de su jubilación, “del reaccionario obispo de Ratisbona y editor del legado teológico Gerhard Ludwig Müller como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe”, para dejarlo todo atado y bien atado en materia de ortodoxia. En los primeros años de pontificado de Francisco, el hoy cardenal Müller fue uno de sus más severos críticos y opuso resistencia a cada una de las reformas que planteaba Bergoglio. Su destitución se la ganó a pulso.

El pontificado de Benedicto XVI contó con dos momentos de gran impacto: la denuncia de la suciedad en la Iglesia en el viacrucis de la Semana Santa de marzo de 2005 y su renuncia

Küng considera “un acontecimiento sensacional” su encuentro con Benedicto XVI  en Castel Gandolfo. Pero constata, a su vez, la profunda diferencia entre sus aproximaciones a la figura de Jesús de Nazaret. Ratzinger ofrece una imagen de Jesús “desde arriba”, fuertemente divinizada, basada en los dogmas cristológicos de los primeros concilios y en la teología de Agustín y Buenaventura, y al servicio, al menos indirectamente, del actual modelo romano de iglesia y del papa como “vicario de Cristo”. Küng pone el acento en el Jesús histórico, en sus actitudes y en el conflicto con las autoridades religiosas y políticas de su tiempo, que motivaron su crucifixión. Para él, la base del cristianismo no está en los dogmas, sino en el mensaje, la práctica y el proyecto de Jesús.

Últimas conversaciones con Peter Seewald. Benedicto XVI. Traducción de José Manuel Lozano-Gotor. Editorial Mensajero. 310 páginas. 19,90 euros.

Siete papas. Experiencia personal y balance de la época. Hans Küng. Traducción de José Manuel Lozano-Gotor y Daniel Romero Álvarez. Ediciones Trotta. 304 páginas. 21 euros.

Juan José Tamayo

31 de Marzo 2018. Publicado en el diario “El Pais”.

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La Anunciación del Señor

Fiesta conjunta de Cristo y de la Virgen: la Encarnación del Hijo del eterno Padre en el seno de la Virgen por obra del Espíritu Santo. El Verbo se hace hijo de María y ésta se convierte en Madre de Dios. San Lucas refiere que el ángel Gabriel, enviado por Dios a la Virgen María, se le presentó en Nazaret y le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se conturbó, pero al ángel añadió: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir y a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, que será llamado Hijo del Altísimo». María aclaró que no conocía varón, y el ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios». Entonces María dijo: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». San Juan cierra así la escena: «Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros».

Oración: Señor, tú has querido que la Palabra se encarnase en el seno de la Virgen María; concédenos, en tu bondad, que cuantos confesamos a nuestro Redentor, como Dios y como hombre verdadero, lleguemos a hacernos semejantes a él en su naturaleza divina. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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Festividad del Beato Diego José de Cádiz

Nació en Cádiz (España) el 30 de marzo de 1743. De joven entró en la Orden Capuchina y, terminados los estudios, recibió la ordenación sacerdotal en 1766. El decenio siguiente lo dedicó a la predicación por toda Andalucía, y luego extendió su campo de apostolado a toda España y Portugal. Fue un predicador asombroso, incansable misionero popular, que reunía a multitudes de toda clase y condición para escucharle. Sus dotes oratorias iban acompañadas de singulares gracias del cielo, y su lenguaje era llano y directo. Combatió los peligros que traía consigo la «Ilustración», lo que le ocasionó enemistades y persecución. Fue hombre de oración y penitente, muy devoto de la Virgen, la «Divina Pastora». Se le consideraba apóstol de la misericordia. Escribió numerosas obras. Murió en Ronda (Málaga) el 24 de marzo de 1801.

Oración: Oh Dios, que has concedido al beato Diego José la sabiduría de los santos, y le has encomendado la salvación de su pueblo; concédenos, por su intercesión, discernir lo que es bueno y justo, y anunciar a todos los hombres la riqueza insondable que es Cristo. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

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El Municipio de Olopa (Chiquimula.- Guatemala) y los Capuchinos españoles

Imagen de la Madre del Buen Pastor, venerada en la actualidad.

En estos dias, el bello pueblo de Olopa (Chiquimula.- Guatemala) está celebrando la fiesta de la Divina Pastora y al mismo tiempo, desde el pasado viernes, disfruta de su feria y fiestas patronales. Aunque la mayoría de nuestros lectores desconocen el porqué de la devoción a la Madre del Buen Pastor y los motivos por lo que es tan importante en la corta historia del municipio de Olopa.

Corría el año 1862. Nuestros Hermanos Capuchinos, residentes en la Iglesia del Calvario, Chiquimula, fueron invitados a misionar en el valle de Olopa. Dicha misión le fue encomendada a dos hermanos de dicha comunidad: el Padre Esteban de Adoáin y el Padre Bernardino de Igualada. Fueron tantísimas las personas que acudieron a escuchar a los misioneros que el Padre Esteban, emocionado, invitó a los vecinos a edificar una sencilla ermita, dedicada a la Madre del Buen Pastor. Fue el mismo misionero el que se encargó de conseguir la primera imagen que sería venerada en el sencillo santuario, edificado por los buenos cristianos.

Fotografía del Padre Esteban de Adoaín, colocada en el lateral derecho del altar mayor.

Muy pronto aumentaron las peregrinaciones para venerar a la Madre del Buen Pastor. Se multiplicaron la construcción de casas, tiendas, mercados de animales y de productos de la zona: café, cereales, bananos… y la población de la hasta ahora aldea de Olopa, dependiente del municipio de Chiquimula, en el año 1970, ante el asombroso aumento de la población, fue declarado municipio con plena autonomía.
Gracias a la misión de los dos frailes capuchinos, y ante la brillante idea del Padre Esteban de obsequiarles con una imagen de la Divina Pastora, nació este bello municipio que hoy sigue bajo la protección de la imagen de la Madre el Buen Pastor.

Para mí fue muy emotivo y de gratos recuerdos el homenaje que me ofreció la Municipalidad de Olopa, como agradecimiento al apoyo social que desde Paz y Bien ofrecemos a los habitantes más necesitados.

 

 

 

 

 

Imágenes del emotivo homenaje celebrado el pasado viernes. Como fraile capuchino que soy, en todo momento pensé en mis hermanos del pasado, y por supuesto en los que en la actualidad trabajan por llevar el mensaje de salvación a los hombres de buena voluntad.

 

 

 

 

Fr. Rafael Pozo Bascón.

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José Estepa Barrera, descanse en paz.

Os comunico la triste noticia del fallecimiento de nuestro compañero y amigo JOSÉ ESTEPA BARRERA (José Antonio de Alcolea), que residió en nuestro Seminario de Antequera entre los años 1955 y 1957. Su entierro se ofició el pasado 19 de Febrero, a las cinco de la tarde, en Alcolea del Rio (Sevilla).

Nuestras más sentidas condolencias a su familia.

Descanse en Paz.

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Monstruos, santos e intrigas: la fascinante historia de los Papas.

El historiador John Julius Norwich publica una entretenida y rigurosa historia del pontificado romano.

El historiador John Julius Norwich.

 

Leído en frío, escandalizaría cualquier historia del Papado romano que afirmase que “el Vaticano es un lugar idóneo para cometer un crimen”. Lo hace el historiador John Julios Norwich en el libro «Los Papas. Una historia», que edita Reino de Redonda con un delicioso (y largo) prólogo de Antony Beevor. Norwich argumenta y lo documenta mucho antes de llegar al capítulo dedicado a Juan Pablo I, que reinó allí apenas treinta días, en el verano de 1978.

¿Murió asesinado mientras dormía? Según Norwich, “es el mayor misterio papal de los tiempos modernos”. Juan Pablo I detestaba la pomposidad y estaba empeñado en devolver la Iglesia a sus orígenes, a la humildad y la simplicidad, la honestidad y la pobreza de Jesucristo. Su rechazo a ser coronado con toda la parafernalia habitual había horrorizado a los tradicionalistas. Si llega a vivir muchos años, sin duda habría realizado la revolución que no pudo llevar a cabo Juan XXIII con el Concilio Vaticano II. La Curia estaba a todas luces asustada.

“Al iniciar mis investigaciones me pareció que lo más probable es que había muerto asesinado; ahora ya no estoy tan seguro”, afirma el prestigioso historiador británico. Subraya que Juan Pablo, que murió mientras dormía a los 67 años, gozaba de una salud excelente, certificada unas semanas antes, y que no se hizo ningún examen post morten o una autopsia. “El Vaticano es un Estado independiente”, sin un cuerpo de policía propio; la policía italiana solo puede entrar si es invitada a hacerlo, pero no lo fue”, advierte.

Del Sumo Pontífice de la Iglesia católica se dice que es Vicario de Cristo, Sucesor de Pedro y Santo Padre, todo en mayúscula. También recibe tratamiento de Su Santidad y es Jefe de Estado de una llamada Santa Sede. El inquisidor Roberto Belarmino (1542-1621), el primer cardenal jesuita y verdugo de Giordano Bruno y de Galileo, en su famoso catecismo contestaba la pregunta “¿Quién es cristiano?” de este modo: “Es cristiano el que obedece al Papa”. Un Dios, un Cristo, un Pontífice investido por el extravagante dogma de la infalibilidad.

Cabría suponer que semejante papolatría habría elevado a los altares, proclamados santos, a todos los papas de la historia. Nada más lejos de la realidad. Solo 56 han sido canonizados por sus sucesores, la inmensa mayoría como mártires durante alguna de las persecuciones que los cristianos sufrieron en los primeros siglos. Más tarde, la santidad oficial de ‘Sus Santidades’ brilló por la ausencia. Por ejemplo, entre san Pío V, papa de 1566 a 1572, y san Pío X, que lo fue entre 1903 a 1914, hubo 342 años de sequía. En cambio, este siglo XXI empieza con dos papas santos y varios en camino. Son san Juan Pablo II y san Juan XXIII, canonizados por Francisco la primavera de 2014. Al primero, que suprimió la figura del Abogado del Diablo para facilitar los procesos, lo hizo beato su íntimo amigo y sucesor Benedicto XVI.

“Si prosigue la moda actual de canonizar a todos los papas, la santidad, por principio, se convertirá en una burla”, sentencia Norwich. Historiador de raza a la mejor manera de los de Oxford, este segundo vizconde de Norwich (nacido el 15 de septiembre de 1929), escribió antes, entre sus muchos libros, las historias de Venecia y del Imperio bizantino, y conoció personalmente a varios papas del siglo pasado. Esta vez podía haber escrito, reconoce, “unas memorias”, tal ha sido el conocimiento directo del papado en el último siglo. Lo que publica, en cambio, es una gran saga, muchas veces divertida, vista desde fuera, en el mejor estilo irónico del gran Edward Gibbon en sus relatos escabrosos sobre la decadencia del Imperio romano.

Norwich subraya la historia de papas de enorme talla, como los únicos dos reconocidos como Magnos: León I el Magno, que libró a Roma del asalto de Atila; o de Gregorio Magno, el que más hizo por consolidar el poder temporal del pontificado, al que accedió después de haber sido gobernador civil de Roma. Pero también se detiene en pontífices de presidio: papas que abusaban de las doncellas de palacio, papas con hijos de varias mujeres, papas criminales. Pese a que no descubre nada que no se supiera, su historia resulta un delicioso, irónico y a veces divertido bocado sobre “la imponente, asombrosa y tantas veces escabrosa, terrible, escandalosa y hasta criminal monarquía absoluta más antigua del mundo”. No exagera con estos calificativos (usa otros aún más rotundos), ni para alabar a tantos papas buenos, ni para execrar a tantos papas malos.

Los Papas. Una historia contiene un capítulo titulado Los monstruos. “A pesar de todo, la Iglesia Católica romana florece como quizás nunca antes lo había hecho. Si San Pedro pudiera verla ahora, seguramente estaría orgulloso”, resume, asombrado por cómo el mensaje del judío Jesús, el fundador cristiano, que entró en Jerusalén a lomos de un borrico y fue crucificado junto a dos ladrones, ha podido sobrevivir a una historia tantas veces extravagante, y que sea venerado y conocido en todo el mundo. Más imponente resulta que gran parte de la Humanidad cuente los años y los siglos, y desarrolle los calendarios, a partir de la fecha del nacimiento del revoltoso nazareno, pese a que ni se conoce esa fecha exacta (pero sí que no fue la que se ha dicho), ni siquiera el lugar de su nacimiento.

Los Papas no eran nadie durante siglos. Ni siquiera se llamaban así hasta que el obispo Siricio asumió ese nombre como título de honor, a finales del siglo IV. En realidad, Papa, derivado del griego, significaba entonces bien poca cosa: «Pequeño padre». Hasta Siricio, que reinó en Roma entre 384 y 399, se llamaba ‘pequeños padres’ a los miembros de edad de las comunidades cristianas, perseguidas o desprestigiadas hasta que el emperador Constantino proclamó el año 313 que el cristianismo era la religión oficial del Imperio romano. Sesenta años más tarde, Teodosio prohibía al resto de los cultos. “Una Iglesia perseguida se había convertido en una Iglesia perseguidora”, concluye John Julius Norwich.

Pomposidad perdida

Monarcas autocráticos, los Papas practicaron hasta muy recientemente la doctrina de Gregorio VII en Dictatus Papae, de 1075: solo el romano pontífice puede usar insignias imperiales, “únicamente del Papa besan los pies todos los príncipes”, solo a él le compete deponer emperadores, sus sentencias no deben ser reformadas por nadie mientras él puede reformar las de todos.

El último en creérselo fue el aristocrático Pío XII, pontífice entre 1939 y 1958. Los funcionarios debían arrodillarse cuando el Papa empezaba a hablar, dirigirse hacia él arrodillados y salir de la habitación caminando hacia atrás. El pontificado llevaba medio siglo sin poder temporal, al menos teórico, como supuso Stalin cuando en la Conferencia de Yalta, en 1945 se sorprende cuando Winston Churchill le sugiere la posible participación del Papa en las conversaciones de paz. «¿Cuántas divisiones tiene ese papa?», zanjó el dictador soviético. Pero ningún monarca estaba rodeado de tanto ceremonial.

Norwich ilustra cómo esa pomposidad desmesurada ha llegado hasta nuestros tiempos. Por ejemplo, sobre León XIII, papa entre 1878 a 1903, cuenta que todos sus visitantes debían permanecer arrodillados durante toda la audiencia y que los miembros de su séquito estaban obligados a estar de pie en su presencia. “Se dice que durante los veinticinco años de su Pontificado ni una sola vez le dirigió la palabra a su chófer”.

Juan G. BEDOYA

Publicado en el Diario “El Pais”. Madrid, 13 de Febr 2018.

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Un Dios cada vez más pequeño

Un Dios cada vez más pequeño

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Fallecimiento de la madre de Juan Antonio Perea

En el día de ayer ha fallecido, a la edad de 92 años, la madre de nuestro querido compañero Juan Antonio Perea Artacho de Antequera. Nuestro más sincero pésame a Juan Antonio y familia por tan sensible pérdida.

D.E.P.

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Así funciona el cerebro de un codicioso

Lo que más caracteriza al codicioso es un interés propio, un egoísmo que nunca se consigue satisfacer. Se ha dicho que la codicia es como el agua salada, pues cuanto más se bebe más sed da.

Al conocer la noticia de que el rico empresario catalán Félix María Millet i Tusell cobró a sus consuegros la mitad de los gastos de la boda de su hija cuando en realidad el que pagaba el total de lo gastado (81.156 euros) era la Fundación Orfeó Català i Palau de la Música de Barcelona, del que el propio Millet es director y fundador, no resistí la tentación de considerar que la codicia es una enfermedad mental, o sea, una enfermedad del cerebro. ¿Cómo si no?, alcancé a preguntarme. No resulta fácil entender el sentimiento que alberga la codicia, meterse en la piel del codicioso. ¿Por qué gente que ya es muy rica quiere o ha querido más y más? ¿Por qué siguen acumulando riqueza si ya tienen de sobra todo lo que necesitan para vivir bien? ¿Acaso están enfermos?

El origen etimológico de codicia es cuspiditas, un vocablo latino. Se ha definido como un afán excesivo de riquezas, como un deseo voraz y vehemente de algunas cosas buenas, no solo de dinero o riquezas. Lo que más caracteriza al codicioso es un interés propio, un egoísmo que nunca se consigue satisfacer. Se ha dicho que la codicia es como el agua salada, pues cuanto más se bebe más sed da. Para el codicioso suficiente nunca es suficiente. Codicia y avaricia no son la misma cosa. Mientras que la avaricia es el afán de poseer riquezas u otros bienes con la intención de atesorarlos para uno mismo mucho más allá de lo requerido para satisfacer las necesidades básicas y el bienestar personal, la codicia se limita a un afán excesivo de riquezas sin necesidad de querer atesorarlas. El avaro acumula, es tacaño, gasta lo menos posible y casi nunca comparte. El codicioso puede disfrutar de su riqueza, se la gasta y puede incluso compartirla. Hágase pues, si le place, amigo de un codicioso, pero nunca de un avaro. El jugar a la lotería, el apostar en un casino o el invertir en bolsa, incluso cuando se trate de pequeños ahorradores, tampoco deja de ser un comportamiento que, aparte de adictivo, alberga un plus de codicia, pues no suele hacerse por necesidad.

Un estudio de la universidad de Gante en Bélgica ha puesto de manifiesto que la codicia ocurre más a menudo en hombres que en mujeres, en el mundo financiero o en posiciones de gestión y, generalmente, en personas no muy religiosas. Ninguna razón biológica que conozcamos nos permite afirmar que las mujeres son menos codiciosas que los hombres, pero el que la mayoría de los imputados y condenados por corrupción en muchos países sean hombres pudiera darlo a entender. La explicación a esa diferencia es cultural, pues en la mayoría de países son los hombres los que suelen asumir el liderazgo en los negocios o los cargos políticos o administrativos susceptibles de generar corrupción.

Las consecuencias de la codicia

La codicia, al estar en el origen del colonialismo y la esclavitud ha sido uno de los peores males que ha padecido la humanidad. Además de relacionarse con comportamientos inmorales, es causa de guerras, de corrupción, traiciones y delitos, estafas, robos, asesinatos y mentiras. El codicioso casi siempre se beneficia a costa del resto de la población. La codicia se ha relacionado especialmente con las deudas financieras, pues la impaciencia por conseguir beneficios hace que muchos banqueros sean negligentes y arriesgados y la falta de contención en la inversión puede haber originado burbujas económicas como la que dio lugar a la Gran Depresión de 1929 en los Estados Unidos. Burbujas que ocurren cuando los precios suben por encima del valor real de las cosas y cuando la codicia hace que se promuevan actividades especulativas relacionadas con el desarrollo de nuevas tecnologías, como la burbuja.com, generada por la introducción de Internet.

La codicia estuvo detrás del uso de las conocidas tarjetas Black y de abusos como el de los directivos de la entidad financiera Cataluña Caixa, que autorizaron incrementos salariares para sus ejecutivos cuando la entidad ya había reclamado ayudas extraordinarias al Estado por la situación de bancarrota en que se encontraba. Parecida es también la codicia de accionistas y empresarios que no reparan en mantener factorías o industrias que deterioran el medio ambiente con sus vertidos y la generación de residuos tóxicos. Y no es sólo cosa de tiempos modernos, pues como explica el historiador Juan Eslava Galán, el Duque de Lerma, valido del rey Felipe III trasladó la corte de Madrid a Valladolid muy posiblemente con la intención de dar un pelotazo inmobiliario, pues había comprado allí previamente terrenos y casas a un precio inferior al que luego vendió a los funcionarios y cortesanos que se vieron obligados a trasladarse a la nueva capital. A los seis años la corte volvió a Madrid. El suelo, más que la propia edificación, ha sido y es muchas veces objeto de la codicia humana.

Pero sería injusto no mencionar que la codicia también ha sido considerada e incluso jaleada como motor de crecimiento y desarrollo, pues puede promover la economía al motivar a la gente para crear nuevos productos y desarrollar nuevas industrias, lo que a su vez genera riqueza, empleo y bienestar. Los codiciosos, por tanto, no parecen engañarse siempre a sí mismos cuando ven su codicia como algo bueno. Otra cosa son las consecuencias colaterales, pues los codiciosos son muchas veces detestados en su entorno y socialmente rechazados. A la larga pueden salir perdiendo, aunque en su eventual crítica el ciudadano medio suele apelar con disgusto al beneficio todavía retenido o al ya disfrutado por los codiciosos (¡Que le quiten lo bailado!) cuando son legalmente castigados por haber cometido infracciones o ilegalidades. Lo que la gente quiere es que el que ha robado devuelva el dinero.

El cerebro del codicioso

Algunos experimentos de la neurociencia han mostrado que cuanto más codiciosa es una persona menos capacidad tiene la corteza prefrontal de su cerebro, que es la implicada en el razonamiento, para disminuir la gratificación de ganar más dinero inhibiendo la actividad de las neuronas del estriado ventral, implicado en esa gratificación. El cerebro del codicioso podría funcionar entonces de manera diferente al de las personas que no lo son. Otros estudios han sugerido que, como los codiciosos tienden además a apostar alto para maximizar sus ganancias, podrían padecer una perturbación mental que anula su capacidad para percibir el riesgo o para ver las necesidades de los demás. El investigador norteamericano Mark Goldstein y otros colegas han sugerido que la codicia, la impulsividad y la pérdida de visión de futuro que originaron la crisis financiera que, parecida a la de 1929, tuvo lugar en los Estados Unidos entre 2007 y 2010, bien reflejada en la excelente película Margin call, podrían haber sido causadas, al menos en parte, por los bajos niveles de colesterol cerebral de muchos trabajadores del mundo financiero norteamericano, consumidores habituales de estatinas, unos fármacos que disminuyen los niveles de colesterol en sangre. La razón es que el colesterol es necesario para regular la serotonina cerebral, una sustancia que estabiliza las funciones mentales.

La inercia a acumular recursos contrarresta el sentimiento de incertidumbre sobre lo que le puede pasar a uno en el futuro, por lo que la codicia pudo haber evolucionado en nuestros antepasados ancestrales como una forma de adaptación cuando el entorno es pobre en recursos. Si uno tiene mucho se preocupa menos por el futuro que si tiene poco. Un sentimiento, en definitiva, de hormiga más que de cigarra. Ese planteamiento hace que algunos científicos crean que los diferentes grados de codicia de las personas podrían derivar por ello de las diferentes percepciones y expectativas de la gente sobre las inseguridades del porvenir. Eso explicaría también, por qué en entornos inciertos como el de la economía algunas personas parecen más deseosas que otras de comportarse adquisitivamente, de invertir. El peligro está sobre todo en la gente corriente, particularmente en las clases medias, que pueden ser víctimas de la codicia arriesgándose a invertir sus trabajados y limitados ahorros en juegos, loterías o activos financieros, por querer multiplicarlos con rapidez y con mucho menos esfuerzo del que les costó conseguirlos.

La denuncia pública de los codiciosos, sobre todo cuando su comportamiento alcanza la ilegalidad, es uno de los mejores remedios, pues la vergüenza puede ayudar a que al menos la gente sensata se contenga. Como en tantos otros casos, el gran remedio es lento, pues está en la Educación. Un buen sistema educativo debería tener previsto el enseñar a los más jóvenes las consecuencias de la codicia, mostrándoles cómo ha servido para corroer y dinamitar a individuos, empresas y sociedades, y contraponiéndola siempre a los mejores valores de la ciudadanía y de una sociedad justa y solidaria.

Ignacio Morgado Bernal es director del Instituto de Neurociencias de la Universidad Autónoma de Barcelona, autor de “Emociones Corrosivas: Cómo afrontar la envidia, la codicia, la culpabilidad y la vergüenza, el odio y la vanidad” (Barcelona, Ariel, 2017)

Publicado en “El País”, 17/Enero/2018

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