Siguiendo en mi línea de recordar nuestro paso por el Seminario Seráfico de Antequera y revivir muchas de las vivencias allí pasadas, quiero adelantaros que, este artículo, ya lo llevaba cociendo en mi mente durante tiempo aunque me faltaba rematarlo. La circunstancia del fallecimiento de Valvanera Cuenca ha acelerado y estimulado mi memoria y deseo de no retrasarlo más.
El día de su fallecimiento, recibí la noticia por vía telefónica, de Fray Alfonso Ramírez Pedrajas con el ruego de que fuese portavoz de tan triste noticia y de que lo transmitiese a los compañeros. Así lo hice y, en poco tiempo, me puse en contacto con Antonio Sancho Pedreño (Presidente de la Asociación), Juan Antonio Perea y Gabriel Durán, (residentes en Antequera y vecinos de Valvanera), Baldomero, Miguel Tomás, Antonio Granados, Felipe Granados, Pepe Acedo, etc. A través del whatsApp contacté con más de treinta compañeros. Con Antonio Sancho e Ildefonso lo hice por vía telefónica al no disponer o no usar «estos adelantos». Todos quedaron enterados a la mayor brevedad y me contestaron con las lógicas palabras de cariño y condolencias para sus familiares.
El poco margen de tiempo respecto al funeral, por la distancia, las obligaciones profesionales, circunstancias familiares, etc. impidió que pudiésemos acompañar a sus familiares en su adiós. El más sincero agradecimiento a Ildefonso, Gabriel Durán, Juan A. Perea por su presencia en el funeral y a Fray Alfonso Ramírez Pedrajas y Fray Juan Jesús Linares que oficiaron la misa. Todos ellos nos representaron con toda dignidad e incluso Ildefonso dedicó unas breves palabras llenas de cariño y agradecimiento a la gran labor, dedicación y profesionalidad de estas abnegadas y queridas mujeres.
Ya, en otro artículo, que escribí referente al perfecto funcionamiento del engranaje de la maquinaría que hacía funcionar los estamentos del Seminario, comentaba que todo grupo funciona y prospera gracias a la calidad humana, cohesión, afinidad y dedicación de cada uno de sus componentes. Esa era, y es, la percepción que yo tenía del Seminario. Cada cual desempeñaba su papel con total convencimiento de que por muy pequeña que fuese su aportación estaba colaborando en el funcionamiento global. Al incorporarme al Seminario, tuvieron que transcurrir algunos meses para percatarme del nuevo entorno en el que vivía y me movía. Quiero resaltar, sobre todo, la situación de cambiarnos de muda cuando tocaba. Observaba cómo algunos compañeros de cursos superiores («los mayores») se encargaban sistemáticamente de recoger no sólo la ropa sucia de todos los seráficos sino también la ropa de cama para llevarla a lavar. Me movió la curiosidad por saber dónde y quiénes lavaban dicha ropa. Entonces pude conocer a «las Marías» y el entorno donde realizaban sus quehaceres. En los primeros cursos creo que no tuve la oportunidad de ir a la lavandería porque, como he dicho, eran los seráficos mayores los encargados de recoger y llevar la ropa. Ya, en los cursos superiores, sí me pasé por allí. Siempre me parecieron unas mujeres muy amables, simpáticas y muy trabajadoras. Siempre se manifestaban contentas y nos trataban con un cariño especial, como si de nuestras madres se tratase. Se interesaban por nosotros y nos preguntaban por nuestras familias, etc. Recuerdo que, estando en tercero, nos confeccionaron a todos un guardapolvo y tuvimos que pasar por la lavandería para que nos tomaran medidas para confeccionarlo. Siempre sonrientes y con una palabra amable en la boca.
Posiblemente haya compañeros que las conocieran y trataran más que yo, pero seguro que convendríamos en la misma conclusión: unas excelentes profesionales dedicadas en cuerpo y alma al servicio de los que vivíamos en el Seminario Seráfico.
No estaba aún en el Seminario cuando ocurrió la intoxicación de 1960, pero me imagino a las Marías dando lo mejor de sí mismas, sin descanso y multiplicándose en mil y una tareas.
Recuerdo que, en la onomástica de una de ellas íbamos a su casa, que estaba en el barrio cercano al Seminario, y la felicitábamos y cantábamos alguna canción. Todo ello como demostración del gran cariño que les teníamos y expresión de lo que representaban: nuestras madres sustitutas.
Tengamos en cuenta que la labor que realizaban era para una población aproximada de ¡¡¡cien personas!!!. Y todo ello sin lavadoras eléctricas ni otros utensilios modernos, sino en pilas de lavar de siempre, sólo con sus manos y mucho jabón con sosa y mucha plancha de las antiguas. Incansables, hiciera frío o calor, pero sobre todo con un gran amor y deseo de prestar un servicio, no muy grato, pero ejerciendo su labor en el Seminario Seráfico. ¿Es de auténtico mérito, o no? Por eso, y por muchas actitudes más que tenían con nosotros pero que resultaban intangibles, les estaremos eternamente agradecidas.
Nuestro reconocimiento de admiración y cariño a todos sus familiares. LOLA, MARÍA , VALVANERA, … ¡SIEMPRE OS TENDREMOS EN NUESTRO CORAZÓN!
José Manuel Chacón Mora.