Reunión de la Juan Directiva de la Asociación en Sevilla

ASOCIACION FRANCISCO DE ASÍS DE LOS AA.AA. DEL SEMINARIO SERÁFICO DE LOS HH.MM. CAPUCHINOS DE ANDALUCÍA.

Acta de la reunión de la Junta Directiva de la Asociación Francisco de Asís de los AA.AA. del Seminario Seráfico de los HH.MM. Capuchinos de Andalucía, celebrada el sábado, día 21 de mayo de dos mil dieciséis a las 10:00 horas, en el Convento de los Padres Capuchinos de Sevilla, convocada en tiempo y forma, según los vigentes estatutos, con el siguiente

Orden del Día:

  • Punto 1º.- Preparativos del X Encuentro 2016 en Antequera-Ronda-Alpandeire-Antequera.
  • Punto 2º.- Ruegos y Preguntas.

Asistentes:Junta Directiva. 21.05 (7)

  • Fray Diego Díaz Guerrero. Director Espiritual.
  • Antonio Sancho Pedreño. Presidente.
  • Fernando Martínez Pérez. Secretario.
  • Juan Díaz Guerrero
  • Ignacio Manuel Infante Díaz
  • Baldomero Maya Rincón
  • Juan Antonio Perea Artacho
  • Juan Luis Torres Barrera

Excusan su asistencia:

  • Gerardo B. Arriaza Algar. Delega su voto en Antonio Sancho Pedreño.
  • Rafael Castellano Ruíz.
  • José M. Chacón Mora. Delega su voto en Baldomero Maya Rincón.
  • Manuel Domínguez Morales.
  • Gabriel Durán García. Delega su voto en Juan Antonio Perea Artacho.
  • Juan L. Fernández Lamolda. Delega su voto en Antonio Sancho Pedreño.
  • Manuel González Hidalgo. Delega su voto en Antonio Sancho Pedreño
  • Antonio Granados Moreno.
  • Alfonso Jiménez Ramos.
  • Gonzalo Luque Poyato. Delega su voto en Antonio Sancho Pedreño.
  • Mateo Martín-Prieto Márquez. Delega su voto en Antonio Sancho Pedreño.
  • Luis Martínez Viedma. Delega su voto en Fernando Martínez Pérez.
  • Eutimio Olmo Algar. Delega su voto en Antonio Sancho Pedreño.
  • Daniel Ramos Ramos. Delega su voto en Antonio Sancho Pedreño.

Da comienzo la reunión de la Junta Directiva, agradeciendo a los Padres Capuchinos de Sevilla el haberles permitido celebrar esta reunión en el Convento, a lo que el Padre Diego, Director Espiritual de la Asociación, expresó su satisfacción en colaborar y  facilitar la labor a los antiguos alumnos.

Acuerda la Junta que el próximo Encuentro se desarrolle en los días 29 y 30 de octubre. El sábado día 29, excursión a Ronda y Alpandeire, con la siguiente programación:

Junta Directiva. 21.05 (6)

Sábado día 29 de octubre.

10:00 h. Salida en autobús desde  la Plaza del Triunfo de Antequera (Capuchinos) hacia Ronda, donde se visitará el Santuario de Nuestra Señora de la Paz; Cripta del beato Diego José de Cádiz; posible visita a la casa donde falleció el Beato Diego…

Debido a la característica monumental de la ciudad,  se propone dejar tiempo libre para que cada uno pueda visitar lo que más le interese.

14:00 h. Almuerzo en el Restaurante Abades de Ronda, situado en el Paseo Blas Infante, 1 (en los alrededores de la Plaza de de Toros).

17:00 h. Alpandeire. Llegada al Ayuntamiento. Recibimiento por parte de la Alcaldesa, Dª. María Dolores Bullón Ayala.

  • Visita a la Plaza del Beato Fray Leopoldo de Alpandeire.
  • Visita a la casa del Beato fray Leopoldo.
  • Visita a la Iglesia de San Antonio de Padua, donde se encuentra la Pila Bautismal donde fue bautizado el Beato.
  • Recorrido por el pueblo.

19:00 h. Regreso a Antequera.

 

Domingo, día 30 de octubre.

10:00 h. Encuentro en el Convento de Capuchinos de Antequera.

10:30 h.  Asamblea General.

ENCUENTRO CON SAN FRANCISCO DE ASÍS. “Francisco de Asís en nuestros días”

Está prevista la asistencia del Emmo. y Rvdmo. Fray Carlos. Cardenal Amigo Vallejo.     

  • Coloquio.

13:00 h. Celebración de la Eucaristía.

14:15 h. Almuerzo en Restaurante El Moral.

17:00 h. Despedida.

Cercana la fecha, se enviará a todos los compañeros, información detallada del programa definitivo, así como precios de hoteles en Antequera.

Sin más asuntos que tratar, se levanta la sesión a las 13:00 horas, no sin antes agradecer a los Padres Capuchinos su implicación con la Asociación y a los asistentes por el esfuerzo realizado para la asistencia a dicha Junta Directiva.

En Sevilla, a los veintiún días del mes de mayo de dos mil dieciséis.

VºBº                                                                                         El Secretario

Antonio Sancho Pedreño                                                      Fernando Martínez Pérez

 

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El Papa abre la puerta a que las mujeres sean diácono

El Papa abre la puerta a que las mujeres sean diácono, casen y bauticen

Bergoglio acepta la propuesta de las madres superioras de estudiar cómo dar más papel a las mujeres

Ya desde su primer viaje a Río de Janeiro, el papa Francisco se ha mostrado partidario de que las mujeres adquieran un papel de mayor relevancia en la Iglesia católica –“ no nos podemos limitar a las mujeres monaguillo, a la presidenta de Cáritas, a la catequista, hay que hacer una profunda teología de la mujer”–, pero desde aquellas palabras hasta ahora han pasado casi tres años sin ningún avance. Tal vez por eso, durante la audiencia en el Vaticano a más de 900 superioras de institutos religiosos femeninos, Jorge Mario Bergoglio ha anunciado “la posibilidad a día de hoy” de que las mujeres puedan acceder al diaconato, el grado inferior en la jerarquía, por debajo del sacerdocio, pero ya con la posibilidad de administrar el bautismo, distribuir la eucaristía o celebrar el matrimonio.

El Papa y las superioras generales 1Durante el encuentro con la UISG ( Unione Internazionale delle Superiore Generali), la asociación que reúne a las superioras de todas las órdenes religiosas, una de ellas le ha preguntado directamente al Papa: “¿Por qué la Iglesia excluye a las mujeres como diáconos?”. Y otra ha insistido: “¿Por qué no constituye una comisión oficial que estudie esa posibilidad?”. Bergoglio, que suele preferir el cuerpo a cuerpo a los rígidos discursos institucionales, ha aceptado el envite. Ha explicado que en cierta ocasión ya habló con “una sabio profesor” que había estudiado la función de las mujeres diáconos en los primeros siglos de la Iglesia, pero que la cuestión no estaba clara. A continuación, como si reflexionara en voz alta, ha añadido: “¿Constituir una comisión oficial para estudiar la cuestión? Creo que sí. Sería un bien para la Iglesia aclarar este punto. Estoy de acuerdo. Hablaré para hacer algo por el estilo. Acepto la propuesta. Será útil para mí tener una comisión que lo aclare bien”.

Aunque ya en el Nuevo Testamento –concretamente en la epístola a los filipenses, datada a mediados del primer siglo después de Cristo—se hacía mención de los diáconos, el Concilio Vaticano II situó al diaconato en el grado inferior de la jerarquía, por debajo del sacerdocio, y estableció entre sus funciones las de “administrar solemnemente el bautismo, reservar y distribuir la eucaristía, asistir al matrimonio y bendecirlo en nombre de la Iglesia, llevar el viático a los moribundos, leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo, presidir el culto y oración de los fieles, administrar los sacramentales, presidir el rito de los funerales y sepultura”. Al igual que los sacerdotes, el diácono puede vestir sotana o el llamado “clériman”, una camisa por lo general oscura con alzacuellos.

Con respecto a una mayor relevancia de la mujer en la Iglesia, el Papa se mostró muy partidario durante el vuelo de regreso de Río de Janeiro, el 29 de julio de 2013: “Sobre la participación de las mujeres en la Iglesia no nos podemos limitar a las mujeres monaguillo, a la presidenta de Cáritas, a la catequista… Tiene que haber algo más, hay que hacer una profunda teología de la mujer. En cuanto a la ordenación de las mujeres, la Iglesia ha hablado y dice no. Lo dijo Juan Pablo II, pero con una formulación definitiva. Esa puerta está cerrada. Pero sobre esto quiero decirles algo: la Virgen María era más importante que los apóstoles y que los obispos y que los diáconos y los sacerdotes. La mujer en la Iglesia es más importante que los obispos y que los curas. ¿Cómo? Esto es lo que debemos tratar de explicitar mejor. Creo que falta una explicitación teológica sobre esto”.

Pablo Ordaz

Roma, 12 MAY 2016. Publicado en el diario «El Pais».

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Llamamiento al debate… y respuesta del papa Francisco

Llamamiento al papa Francisco

Seguramente comprenderá que, llegado al final de mis días y movido por una profunda simpatía hacia usted, quiera, ahora que todavía estoy a tiempo, hacerle llegar mi ruego de que se proceda a una discusión libre y seria sobre la infalibilidad.HANS kUNG

Es apenas concebible que el papa Francisco hubiera pretendido establecer una definición de la infalibilidad papal como la que, en el siglo XIX, promoviera Pío IX con buenas y no tan buenas mañas. Tampoco es imaginable que Francisco tuviera interés, como Pío XII, en la definición de un dogma infalible acerca de María. Lo concebible es, más bien, que el papa Francisco (como en su día Juan XXIII ante los estudiantes del Pontificio Colegio Griego) declarase con una sonrisa: “Ío non sono infallibile” —“Yo no soy infalible”—. En vista del asombro de los estudiantes, el papa Juan añadió: “Solo soy infalible cuando defino ex cathedra, pero nunca lo haré”.

El 18 de diciembre de 1979 el papa Juan Pablo II me retiró la licencia eclesiástica por haber cuestionado la infalibilidad papal. En el segundo volumen de mis memorias, Verdad controvertida, demuestro, apoyándome en una extensa documentación, que se trataba de una acción urdida con precisión y en secreto, jurídicamente impugnable, teológicamente infundada y políticamente contraproducente. El debate acerca de la revocación de la missio canonica y de la infalibilidad se prolongó todavía bastante tiempo. Pero mi reputación ante el pueblo creyente no pudo ser destruida. Y tal como yo había predicho, no han cesado las discusiones en torno a las grandes reformas pendientes. Al contrario: se han agudizado fuertemente bajo los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Estas son las que yo mencionaba entonces: el entendimiento entre las distintas confesiones; el mutuo reconocimiento de los ministerios y de las distintas celebraciones de la eucaristía; las cuestiones del divorcio y de la ordenación de las mujeres; el celibato obligatorio y la catastrófica falta de sacerdotes, y, sobre todo, el gobierno de la Iglesia católica. Y preguntaba: “¿A dónde conducís a nuestra Iglesia?”.

Estas demandas tienen ahora la misma actualidad que hace 35 años. Pero el motivo decisivo de la incapacidad de introducir reformas en todos estos planos sigue siendo, hoy como ayer, la doctrina de la infalibilidad del magisterio, que ha deparado a nuestra Iglesia un largo invierno. Igual que Juan XXIII entonces, intenta hoy el papa Francisco, con todas sus fuerzas, insuflar aire fresco a la Iglesia. Y topa con una resistencia masiva, como sucedió en el último sínodo mundial de los obispos de octubre de 2015. No nos engañemos: sin una re-visión constructiva del dogma de la infalibilidad apenas será posible una verdadera renovación.

Este tabú ha bloqueado las reformas que hubieran exigido revisar posiciones dogmáticas anteriores

Tanto más sorprendente resulta entonces que la discusión sobre la infalibilidad haya desaparecido del mapa. Muchos teólogos católicos, temerosos de sanciones amenazantes como las dirigidas contra mí, apenas se han ocupado ya críticamente con la ideología de la infalibilidad, y la jerarquía procura siempre que es posible evitar este tema impopular en la Iglesia y la sociedad. Solo en contadas ocasiones ha invocado expresamente Joseph Ratzinger, como prefecto de la fe, esa doctrina. Pero el tabú de la infalibilidad ha bloqueado de manera tácita desde el Concilio Vaticano II todas las reformas que hubieran exigido revisar posiciones dogmáticas anteriores. Esto no vale solo para la encíclica Humanae vitae, contraria a la anticoncepción, sino también para los sacramentos y el monopolio del magisterio “auténtico”, o para la relación entre sacerdocio particular y universal; sino que atañe asimismo a la estructura sinodal de la Iglesia y a la pretensión absoluta de poder del papa, así como a la relación con otras confesiones y religiones y con el mundo laico en general. Por eso se vuelve más acuciante que nunca la pregunta: “¿Hacia dónde se dirige a comienzos del siglo XXI esta Iglesia que sigue teniendo la fijación del dogma de la infalibilidad?”. La época antimoderna, anunciada por el Concilio Vaticano I, ha concluido hoy de una vez por todas.

Ahora que cumplo 88 años, puedo decir que no he escatimado esfuerzos para reunir en el quinto volumen de mis Obras completas los numerosos textos pertinentes, ordenarlos cronológica y temáticamente según las distintas fases de la discusión y aclararlos a través del contexto biográfico. Con este libro en la mano quisiera ahora repetir un llamamiento al Papa que, a lo largo de decenios de discusión teológica y político-eclesiástica, he formulado en múltiples ocasiones siempre en vano. Ruego encarecidamente al papa Francisco, quien siempre me ha respondido fraternalmente:

“Acepte esta amplia documentación y permita que tenga lugar en nuestra Iglesia una discusión libre, imparcial y desprejuiciada de todas las cuestiones pendientes y reprimidas que tienen que ver con el dogma de la infalibilidad. De este modo se podría regenerar honestamente el problemático legado vaticano de los últimos 150 años y enmendarlo en el sentido de la Sagrada Escritura y de la tradición ecuménica. No se trata de un relativismo trivial que socava los cimientos éticos de la Iglesia y la sociedad. Pero tampoco de un inmisericorde dogmatismo que mata el espíritu empecinándose en la letra, que impide una renovación a fondo de la vida y la enseñanza de la Iglesia y bloquea cualquier avance serio en el terreno del ecumenismo. Y mucho menos se trata para mí de que se me dé personalmente la razón. Está en juego el bien de la Iglesia y de la ecúmene.

Soy muy consciente de que mi ruego posiblemente le resulte inoportuno a alguien que como usted, en palabras de un buen conocedor de los asuntos vaticanos, vive entre lobos. Pero, confrontado el pasado año con los males de la curia e incluso con los escándalos, ha confirmado usted con valentía su voluntad de reforma en el discurso de Navidad pronunciado el 21 de diciembre de 2015 ante la curia romana: ‘Considero que es mi obligación afirmar que esto ha sido —y lo será siempre— motivo de sincera reflexión y decisivas medidas. La reforma seguirá adelante con determinación, lucidez y resolución, porque Ecclesia semper reformanda’.

No quisiera exacerbar, en detrimento de todo realismo, las esperanzas que abrigan muchos en nuestra Iglesia; la cuestión de la infalibilidad no admite en la Iglesia católica una solución de la noche a la mañana. Pero afortunadamente es usted casi 10 años más joven que yo y, como espero, me sobrevivirá. Y seguramente comprenderá que en mi condición de teólogo, llegado al final de mis días y movido por una profunda simpatía hacia usted y su labor pastoral, quiera, ahora que todavía estoy a tiempo, hacerle llegar mi ruego de que se proceda a una discusión libre y seria sobre la infalibilidad, tal como queda fundamentada, de la mejor manera posible, en el presente volumen: non in destructionem, sed in aedificationem ecclesiae, ‘no para la destrucción, sino para la edificación de la Iglesia’. Esto significaría para mí el cumplimiento de una esperanza a la que nunca he renunciado”.

HANS KÜNG, catedrático emérito de Teología Ecuménica en la Universidad de Tubinga y presidente de honor de la Fundación Ética Mundial. Una muerte feliz (Trotta, 2016) es su último libro en españoL.

(Publicado en el Diario El Pais el 9 de Marzo de 2016)

RAQUEL MARÍN. Traducción de Alejandro del Río.

 

CARTA DEL PAPA FRANCISCO A HANS KÜNG

“Querido hermano Hans…”

El propio H. Küng da a conocer ahora la respuesta del papa FranciscoPapa Francisco bis

El día 9 de marzo de 2016 se publicó en importantes periódicos de diferentes países mi Llamamiento al papa Francisco rogándole que hiciera posible un debate abierto, imparcial y libre de prejuicios sobre la cuestión de la infalibilidad. Me alegró mucho recibir, inmediatamente después de Pascua y a través de la nunciatura de Berlín, una respuesta personal del papa Francisco fechada el Domingo de Ramos (20 de marzo).

De este escrito son importantes, para mí, los siguientes puntos:

— Que el papa Francisco me respondiera y que no me dejara con mi Llamamiento, por decirlo de alguna manera, suspendido en el vacío.

— Que fuera él mismo quien respondiera, y no su secretario privado o el cardenal secretario de Estado.

— Que resaltase el carácter fraternal de su carta en español mediante el uso del encabezamiento en cursiva y en alemán “lieber Mitbruder” (“querido hermano”).

— Que haya leído con atención mi Llamamiento, cuya traducción española le adjuntaba.

— Que valorara altamente las reflexiones que me habían conducido a publicar el volumen 5 [de mis obras completas], dedicado a la infalibilidad, en el que propongo debatir teológicamente las diferentes cuestiones en torno a este dogma a la luz de la sagrada Escritura y de la Tradición, con la intención de que la Iglesia del siglo XXI, semper reformanda, profundice en un diálogo constructivo con la ecúmene y la sociedad postmoderna.

El papa Francisco no fija limitación alguna. De esta forma, corresponde a mi deseo de abrir un debate libre sobre el dogma de la infalibilidad. Personalmente concluyo que este nuevo espacio de libertad debe ser aprovechado para avanzar en el esclarecimiento de las declaraciones dogmáticas controvertidas en la Iglesia católica y la ecúmene.

No podía yo imaginar entonces el gran espacio de libertad que, pocos días después, abriría el papa Francisco en su exhortación apostólica postsinodal Amoris laetitia. Ya en la introducción declara que “no todos los debates doctrinales, morales o pastorales deben ser resueltos con intervenciones magisteriales”. Se posiciona contra “una fría moral de gabinete” y se niega a que los obispos sigan comportándose como “controladores de la gracia”. Considera que la eucaristía no es un premio para los perfectos, sino un “alimento para los débiles”. Cita con frecuencia las declaraciones del Sínodo de los Obispos y de las conferencias episcopales nacionales. No quiere seguir siendo el único portavoz de la Iglesia.

Este es el nuevo espíritu que siempre esperé del Magisterio. Estoy convencido de que, por fin, también el dogma de la infalibilidad, una cuestión fundamental y decisiva de la Iglesia católica, se podrá debatir con espíritu libre, abierto y alejado de todo prejuicio. Estoy profundamente agradecido al papa Francisco por ofrecernos esta posibilidad. Mi agradecimiento se une a la expectativa de que los obispos, teólogas y teólogos hagan suyo sin reservas este espíritu y colaboren en la tarea de esclarecer el dogma de la infalibilidad en el espíritu de la Escritura y de la gran Tradición eclesial.

HANS KÜNG

(Publicado en el Diario El Pais el 27 de Abril de 2016)

 

 

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Discurso de Juan Pablo II a la Orden Franciscana Seglar. 1986

DEL DISCURSO DE S. S. JUAN PABLO II
A LA ORDEN FRANCISCANA SEGLAR (19-VI-1986)

imagencabecera Ser franciscano Seglar

En el ámbito de la gran familia franciscana, la Orden Seglar se configura como una unión orgánica de fieles que, «impulsados por el Espíritu a alcanzar la perfección de la caridad en su estado seglar, se comprometen con la Profesión a vivir el Evangelio a la manera de san Francisco» (Regla OFS, 2).

Elemento fundamental de vuestro carisma es la plena y completa observancia del Evangelio de Cristo: esto lleva consigo una continua y asidua meditación sobre la figura, la persona, la obra y el mensaje de Jesús, que es el centro de nuestra fe. En esto, san Francisco es uno de los guías más fascinantes de la historia de la espiritualidad cristiana: él quiso conocer y vivir el Evangelio «sin glosa», o sea, a la letra, poniendo en práctica las exigencias más radicales del mismo, de tal forma que fue favorecido por Cristo crucificado con el fenómeno místico de la «estigmatización». A las muchedumbres de fieles de comienzos del siglo XIII, Francisco apareció como un auténtico «alter Christus», otro Cristo.

Y Francisco recomienda a sus hijos e hijas espirituales que viven en el mundo:

-que sepan buscar siempre la persona viva y operante de Cristo en los hermanos, en la Sagrada Escritura, en la Iglesia y en las acciones litúrgicas (Regla OFS, 5);

-que hagan de la oración y de la contemplación el alma de su ser y de su obrar, a imitación de Jesús que fue el verdadero adorador del Padre (Regla OFS, 8);

-que vivan en plena comunión con el Papa, los Obispos y los Sacerdotes (Regla OFS, 6);

-que realicen en la vida de cada día el espíritu de las «bienaventuranzas» buscando en el desapego y en el uso una justa relación con los bienes terrenos, purificando el corazón de toda tendencia y codicia de posesión (Regla OFS, 11);

-que ejerciten continuamente una radical transformación interior, o sea, la «conversión», que encuentra en el Sacramento de la Reconciliación el signo privilegiado de la misericordia del Padre y la fuente de toda gracia (Regla OFS, 7);

-que sepan tratar y acoger a todos los hombres como don del Señor e imagen de Cristo, y que busquen los caminos de la paz, de la unidad, del amor y del perdón (Regla OFS, 13. 19).

En este espíritu, todas las Fraternidades franciscanas seglares están desde hace tiempo en oración por el buen éxito de la «Jornada mundial de oración por la Paz» que he convocado para el 27 del próximo octubre [de 1986] en Asís. Esto indica cómo los miembros de la Orden Franciscana Seglar se sienten, por vocación, portadores de paz y mensajeros de alegría.

(De “Directorio Franciscano” Año Cristiano Franciscano, publicado el 19 de Abril de 2016)

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Aniversario de la Aprobación de la Primera Regla Franciscana

En 1209, san Francisco hizo escribir la «forma de vida» o regla que el Señor le había inspirado y que se componía sobre todo de breves fragmentos evangélicos. En la primavera de aquel mismo año, el Santo y sus once primeros compañeros se trasladaron a Roma y obtuvieron del papa Inocencio III que se la aprobara verbalmente, con lo que nacía en la Iglesia un nuevo género de vida, una nueva Orden. San Francisco, en su Testamento, relata así el acontecimiento: «Y después que el Señor me dio hermanos, nadie me ensañaba qué debería hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debería vivir según la forma del santo Evangelio. Y yo hice que se escribiera en pocas palabras y sencillamente, y el señor Papa me lo confirmó». Recordando ese hecho trascendental, la familia de san Francisco renueva el 16 de abril su profesión en la vida franciscana.

Confirmación de la Regla

(De “Directorio Franciscano” Año Cristiano Franciscano, publicado el 16 de Abril de 2016)

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La familia Infante de enhorabuena

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Nuestro compañero y amigo Ignacio Infante Díaz ha querido compartir con todos nosotros la Buena Nueva de que su esposa ya es cristiana. Hace unos días recibió los sacramentos de la iniciación cristiana como son el Bautismo y Confirmación además de su primera Comunión.

En nuestra Asociación Seráfica podemos estar de enhorabuena por lo cerca que hemos vivido este proceso de conversión y, aprovechamos la ocasión, desde nuestro Blog, para desearles todos los parabienes posibles a la familia Infante.

«MI HISTORIA DE SALVACIÓN»

Me has ido formando desde lo oculto, no fue de un día para otro. Enviabas señales en mi camino que yo no sabía interpretar.                                                                                                  

Te doy gracias porque desde siempre me has estado hablando aunque yo no entendía tu lenguaje.

Hoy me doy cuenta  de que aquel día, cuando fui a ver a la Virgen de Lourdes, aquella sensación que tuve, fue tu presencia en mi.  Yo pasé de largo porque no entendía ese lenguaje y, como al pueblo de Israel, me fuiste enviando mensajeros: tu Palabra me llegaba a través de personas, testigos de tu amor.

De todo corazón te doy gracias. En medio de la confusión que me producía mi origen de otra cultura y otra religión, tú me hablabas con palabras que entendía: el bautizo de mi hijo, el cariño de los padres capuchinos, mi suegro que quiso bautizarme y hoy ve cumplido su deseo, mi  familia; mi hija, cuñados y sobrinos,  que me apoyan;  el grupo de familias de la parroquia. Me cubres con tu inmensa misericordia en la grandeza del amor de mi marido, en su abrazo me sentí  reconocida, criatura nueva, reconstruida en el amor.

Me sentaste en la misma mesa  con los pobres, los vagabundos, los ricos, los emigrantes y nuestro Padre Paco nos bendijo la mesa; pude entender con ese gesto que todos somos iguales y que gente de diferentes lenguas podemos hablar un único lenguaje: el del amor y la acogida.

Y  yo , aún dándome cuenta,  no te contestaba.  Señor,  fui muy dura contigo pero tú has insistido y me has hablado a través de muchos signos, te doy gracias de todo corazón por tu amor que me desborda.

Con lazos de ternura me has ido atrayendo hacia ti poco a poco. Esperando a mi hijo en la catequesis cada vez me acercaba más a la parroquia, tu familia,  donde he sido acogida como una más.

Hoy sé lo que me pides: que forme parte de tu pueblo, que sea tu amiga y que te siga.

Y ¿sabes lo que te digo, Señor?, que lo has conseguido, que ya soy tuya y que ya no me apartaré de ti.

Tú me has llamado a proclamar entre los pobres que tu misericordia es inmensa, a través de la colaboración en Cáritas. Yo te digo: aquí estoy, Señor, y Tú, cada día pones en mi camino alguien que me necesita y de esta forma mi vida se llena de sentido y gratitud.

Quiero servirte, Señor, aquí estoy, envíame.

Mostramos unos fotogramas de tan feliz acontecimiento:

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Vocación Franciscana

Itinerario penitencial de santa Clara
En un contexto social y familiar diferente del de Francisco, Clara de Favarone recorre su camino de conversión y de descubrimiento progresivo de la vida, a la que Dios la llama, que no dista mucho sustancialmente de los pasos dados por el Santo. Hay una diferencia: ella cuenta con un guía en su respuesta al plan divino: el ejemplo y la palabra del mismo Francisco, experimentado ya en las vías evangélicas y en el seguimiento del Cristo pobre y crucificado. También ella habla de conversión y de vida de penitencia, de los sufrimientos e incertidumbres de los primeros pasos, del «don de las hermanas», de la forma de vida trazada por el Santo; y afirma con énfasis el compromiso asumido de seguir a Cristo en pobreza y humildad, en virtud de la promesa hecha «a Dios y al padre san Francisco».

clara-recibe-el-ramoEn su Testamento Clara reconoce haberse encontrado, antes de la conversión, entre las vanidades del mundo. No habla, como Francisco, de pecados: alma transparente, enemiga de hipérboles, no se presenta como una pecadora; por los datos del Proceso y de la Leyenda cabe concluir que ni siquiera condescendió con tales vanidades. Al contrario, educada en la escuela de su madre, Ortolana, en un clima familiar de fe y de piedad cristiana, «cuando comenzó a advertir los primeros estímulos del amor santo, miró como despreciable la flor efímera y falsa de la mundanidad; la unción del Espíritu Santo le daba luz para atribuir escaso valor a las cosas que valen poco».

Precisamente porque en ella no existía el obstáculo de los «pecados» para sentir la compasión por los pobres, ya desde la infancia se preocupaba de la suerte de los mismos; de la mesa bien provista de la casa paterna guardaba manjares, que después hacía llegar secretamente a los pobres.

Quizá fue la única persona de Asís en grado de comprender la locura del joven Francisco después del episodio de la renuncia en presencia del obispo. Contaba unos trece años cuando tuvo noticia de que un grupo de pobres trabajaba en la reconstrucción de Santa María de la Porciúncula y dió a Bona de Guelfuccio, su confidente, una suma de dinero con el encargo de llevarlo a aquellos trabajadores, «para que comprasen carne».

¿Se trataba de Francisco y de sus colaboradores? Es muy probable. En tal caso sería, tal vez, la primera noticia que tuvo el convertido de la hija de los Favarone. Este conocimiento se hizo interés de afinidad espiritual en 1210, cuando Rufino, primo de Clara, entró a formar parte de la fraternidad y Francisco predicó en la catedral, con la cual hacía ángulo la casa de los Favarone.

Algo más tarde, hacia 1211, Francisco se decidió a «arrancarla del mundo» y dieron comienzo aquellas citas secretas, en las cuales la exhortaba a «despreciar el mundo». Parece que la iniciativa de aquellos encuentros, con el riesgo que suponían para una joven de familia noble si el hecho llegaba a conocimiento de los suyos, partió de la misma Clara, la cual, «al oír hablar de Francisco, al punto tuvo deseos de verlo y de escucharle; y no era menor el deseo de él de encontrarla y de hablarle».

Enfervorizada cada día más con esos coloquios, Clara, «inflamada en fuego celeste, dio un adiós tan resuelto a la vanagloria terrena, que en adelante ningún halago mundano pudo pegarse a su corazón… Le resultaba insoportable el hastío de la pompa y ornamento secular y despreciaba como basura todo lo que atrae externamente la admiración, a fin de ganar a Cristo». images

Francisco había encontrado en la generosa doncella la condición fundamental, enseñada por él a los hermanos, para acoger «el espíritu del Señor» y abrirse a su acción: «un corazón limpio y una mente pura».

Sabedor de que la familia estaba ya en los preparativos de la boda, Francisco dispuso personalmente el plan de la fuga nocturna. Y Clara acogió sin vacilar semejante locura, que la obligaría, también a ella, a romper con todos los convencionalismos sociales. La fuga tuvo lugar, con pleno éxito, en la noche del 18 al 19 de marzo de 1212. Francisco y los hermanos, «que velaban en oración, la recibieron con antorchas encendidas» en la Porciúncula. Allí, ante el altar de la Virgen, Clara prometió obediencia a Francisco; y él, personalmente, le cortó la cabellera en señal de renuncia al mundo y de consagración a Dios. Siguió la lucha con los familiares.

[Cf. el texto completo en Vocación Franciscana, esp. pp. 42-45]

por Lázaro Iriarte, OFMCap

(De “Directorio Franciscano” Año Cristiano Franciscano, publicado el 13 de Marzo de 2016)

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Vocación Franciscana

Francisco descubre el Evangelio como proyecto de «vida»

El tercer estadio de la conversión de Francisco tuvo una larga espera purificante en soledad y oración. Se sentía solo, rechazado por los suyos, mirado por todos como un pobre desequilibrado.

Fueron, más o menos, dos años y medio de grande sufrimiento interior, como no podía ser menos en aquel viraje total de la vida. Es la típica situación del convertido, que ve con claridad lo que ya ha terminado para él, lo que Dios no acepta en su vida, pero aún no ha descubierto «el camino»: se siente impulsado hacia lo desconocido, abandonado a la acción divina.

Reconstruyendo la iglesia de San DamiánUn anticipo del descubrimiento definitivo lo tuvo el día en que se dispuso a ejecutar, con prontitud caballeresca, la orden recibida del Crucificado de reparar la iglesita de San Damián. Fuese a casa, tomó consigo las mejores telas del almacén de su padre, cargó el caballo y, en Foligno, vendió telas y caballo. Vuelto a Asís, fue a encontrar al capellán de San Damián para darle el encargo de reconstruir la iglesia. Razonaba todavía como buen rico cristiano. Pero el sacerdote rehusó recibir aquel dinero.

Semejante negativa fue interpretada por el joven convertido como un rechazo, por parte del Señor, de sus recursos humanos: aceptaba sólo su persona, no sus bienes. Arrojó la bolsa en una ventana, despreciando el dinero como si fuera polvo. «Hubiera querido emplearlo todo en socorrer a los pobres y en restaurar la capilla» (1 Cel 14); pero ahora tenía que llegar a la conclusión de que, para ser verdadero hermano de los pobres, había que hacerse pobre como ellos y de que las obras de Dios no se hacen con dinero, sino con la donación personal.

Después de la renuncia total en manos de su padre y de su primera y dura experiencia de la pobreza alegre, regresó a Asís, dispuesto a poner por obra el mandato del Señor crucificado, pero con sus propias manos. Hubo de aprender el oficio de albañil, mendigar el material piedra a piedra y pedir la colaboración de otros pobres, compartiendo con ellos las limosnas. Así, sin dinero, logró reconstruir no sólo una iglesia, sino luego una segunda y después una tercera, y hubiera continuado reconstruyendo iglesias, si una nueva manifestación del designio divino no le hubiera hecho ver que aquel servicio prestado al Cristo pobre no era sino un adiestramiento simbólico para su grande misión en la santa madre Iglesia.

En adelante el dinero no contará absolutamente en su vida; lo excluirá decididamente más tarde, en la Regla, de los medios de presencia y de acción de su fraternidad.

Esta postura le fue confirmada en forma definitiva el día en que, asistiendo a la misa en la iglesita de la Porciúncula, la tercera reconstruida por él, se sintió interpelado por la página evangélica de la misión. El texto escuchado debió de ser el de Lc 10,1-9: Jesús manda a sus discípulos a anunciar el Reino, con mansedumbre de corderos, sin provisiones de viaje, sin bolsa, llevando el saludo de paz, comiendo lo que les sea puesto delante, curando a los enfermos…Iglesia de la Porciúncula

Terminada la misa, se hizo explicar por el sacerdote aquel evangelio. Fue como el despuntar de un día radiante tras una larga noche: «Al momento, fuera de sí por el gozo y movido del espíritu de Dios, exclamó: ¡Esto es lo que yo quería, esto es lo que yo buscaba, esto lo que me propongo poner en práctica con todo mi corazón!».

Sin esperar más, abandona su atuendo de peregrino, que hasta entonces había sido el signo público de su «vida de penitencia», y se presenta vestido de una sencilla túnica ideada por él mismo, ceñida con una cuerda, y con los pies descalzos, anunciando el reino de Dios e invitando a la conversión. Sucedía esto «en el tercer año de su conversión» (1 Cel 21-23).

He aquí el primer efecto del descubrimiento de su vocación evangélica: Francisco siente como una necesidad vital de llevar a los hombres todo cuanto el Señor le va comunicando en el secreto de la contemplación; es un mensaje que él anuncia «con gran fervor de espíritu y gozo de su alma» (1 Cel 23), como quien tiene una «buena nueva» que interesa a todos.

Ahora, además, tiene finalmente una vida que vivir él y que compartir con otros. Así fue: a Franscisco y Bernardo de Quintavallelos pocos días comenzaron a agruparse en torno a él los primeros discípulos, para adoptar la misma manera «de vestir y de vivir». Y Francisco se vio fundador sin pensarlo. No le asustó este nuevo signo de la voluntad divina. Acogió al primer llegado, Bernardo de Quintavalle, con un abrazo. Había tenido que aceptar aquella larga soledad, él, Francisco, tan dado por su natural a la amistad, tan sociable.

[Cf. el texto completo en Vocación Franciscana, esp. pp. 38-41]

por Lázaro Iriarte, OFMCap

(De “Directorio Franciscano” Año Cristiano Franciscano, publicado el 12 de Marzo de 2016)

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Vocación Franciscana

Francisco descubre al Cristo hermano

El Cristo se le ha revelado a Francisco, por fin, en el pobre más pobre de la Edad Media, el leproso. Desde ahora irá a encontrarse gustosamente con Él en los hermanos cristianos, nombre que daba a los leprosos. Y ¡cómo agradaba a Francisco designar con este nombre popular a aquellas configuraciones vivas del Señor paciente! Lo que a sus ojos les hacía más dignos de lástima era aquel alejamiento del consorcio humano a que se veían condenados.

Comprendemos ahora, en su contexto histórico, la afirmación inicial del Testamento. Fue el Señor quien «le llevó entre los leprosos» para convertirle. Descubierto el Cristo en el pobre, ya se halla preparado para descubrirlo como «Hermano» en la imagen del crucifijo de San Damián, cuya visión es referida seguidamente en todas las fuentes biográficas. Para entonces se hallaba «cambiado por completo en el corazón», dice Tomás de Celano (2 Cel 10).giotto05b

Sigue después la ruptura con su padre Pedro Bernardone y el desenlace aparatoso ante el obispo, cuando el convertido, desnudo, liberado de todo lazo y de todo convencionalismo, se lanza al riesgo de la nueva vida, confiándose únicamente al Padre del cielo.
Celano le describe ebrio de gozo por la libertad nueva que ahora gustaba su espíritu, pregonando su dicha en provenzal, bosque adelante. Va a pedir trabajo a una abadía, y allí tiene que probar desnudez y hambre. En Gubbio un amigo le proporciona el vestido indispensable. Por fin, «se trasladó a los leprosos y vivió con ellos, sirviéndoles con toda diligencia por Dios; lavábales las llagas pútridas y se las curaba» (1 Cel 17).

Fue su noviciado. Y sería también el noviciado de sus primeros seguidores. Persuadido de que el Cristo acaba por revelarse siempre a quien le busca en el necesitado, les ofrecerá como un regalo esa experiencia tan rica para él en dulces resultados.

La fe de Francisco siguió vivificada toda la vida por el primer descubrimiento de ese «sacramento» de la presencia de Cristo en el pobre: «Cuanto hallaba de deficiencia o de penuria en cualquiera que fuese, lo refería a Cristo con rapidez y espontaneidad, hasta el punto de leer en cada pobre al Hijo de la Señora pobre… Cuando ves un pobre -decía a sus hermanos- tienes delante un espejo donde ver al Señor y su Madre pobre. Y asimismo en los enfermos debes considerar las enfermedades que Él tomó por nosotros» (1 Cel 83 y 85).

Por lo demás, la trayectoria seguida por la gracia en la conversión de Francisco no es una excepción, sino estilo muy normal en la economía de la salvación. Ir al hermano, al hermano indigente sobre todo, es ir a Dios.

Cristo nos espera siempre en la persona de cualquiera que necesita de nosotros (Mt 25,31.46).

[Cf. el texto completo en Vocación Franciscana, esp. pp. 36-37]

por Lázaro Iriarte, OFMCap

(De “Directorio Franciscano” Año Cristiano Franciscano, publicado el 11 de Marzo de 2016)

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Vocación Franciscana

Francisco descubre al hombre hermano

En el comienzo de su Testamento el santo describe en estos términos el itinerario de su vocación personal: «De esta forma me concedió el Señor a mí, hermano Francisco, dar comienzo a mi vida de penitencia. Cuando yo me hallaba en pecados, se me hacía amarga en extremo la vista de los leprosos. Pero el mismo Señor me llevó entre ellos y usé de misericordia con ellos. Y una vez apartado de los pecados, lo que antes me parecía amargo se me convirtió en dulcedumbre del alma y del cuerpo».

Es la experiencia personal de la trayectoria de la gracia en su conversión. Tal experiencia suele iluminar y gobernar la vida entera del convertido. En san Pablo, el «Yo soy Jesús, a quien tú persigues» fue un rompiente de luz que vivificaría toda su visión teológica del misterio de Cristo Señor, presente en sus miembros los fieles, y acuciaría su celo por el Evangelio sin lugar al reposo. Para Francisco, el hecho de haber llegado al encuentro con Cristo a través del pobre, sobre todo a través del leproso, en quien se unen pobreza y dolor, se proyectaría en su concepción total de la Encarnación y del seguimiento del Cristo hermano.

Por temperamento y por sensibilidad cristiana el joven Francisco venía ya inclinado a la piedad para con los indigentes. Un día ocurrió que, en un momento de afanosa atención al mostrador en la tienda de paños, despidió sin limosna a un mendigo. Al caer en la cuenta, reprochóse a sí mismo tamaña descortesía, no tanto hacia el pordiosero cuanto hacia el Señor, en cuyo nombre pedía ayuda. Desde aquel día se propuso no negar nada a quien le pidiera en nombre de Dios. Dios, centro de referencia de la caballerosidad depurada del hijo del mercader, iba recibiendo, poco a poco, los rasgos de un rostro familiar: Cristo.

Francisco, ganoso de renombre, camina rumbo a Apulia entre los caballeros de Gualtiero de Brienne. Viendo a uno de ellos pobremente vestido, le regala su propia indumentaria flamante «por amor a Cristo». A la noche siguiente tiene el sueño del palacio lleno de arreos militares, completado poco después con otro sueño en que la voz del Señor le disuade de proseguir la expedición.

Vuelto a Asís, experimentó profundo hastío de los devaneos juveniles, mientras veía crecer en su corazón el interés por los pobres y el goce nuevo de sentarse a la mesa rodeado de ellos. Ya no se contentaba con socorrerles, «gustaba de verlos y oírlos». El gesto burgués de remediar la necesidad del hermano con un puñado de dinero lo hallaba absurdo. Mientras subsiste, en efecto, la desigualdad derivada del nacimiento o de la fortuna, el amor al prójimo no sazona evangélicamente. Más que dar, es preciso darse, ponerse al nivel del pobre. Y Francisco anhelaba experimentar qué es ser pobre, qué es vestir unos andrajos, el sonrojo de tender la mano implorando la caridad pública.

La ocasión se le presentó a la medida de sus deseos en una peregrinación que hizo a Roma. A la puerta de la basílica de San Pedro cambió sus vestidos con los harapos de uno de los muchos mendigos que allí se agolpaban; colocado en medio de ellos pedía limosna en francés. El francés, o más exactamente el provenzal, lengua de trovadores, era la que usaba Francisco cuando, en momentos de exaltación espiritual, afloraba su alma juglaresca. Tenía ahora la experiencia de la pobreza real, la del pobre, que es, al mismo tiempo humillación, inferioridad, falta de promoción pública y, a veces, degeneración física y moral.

La experiencia decisiva, la que le hizo dar la vuelta, valga la expresión, bajo el acoso de la gracia, fue la de los leprosos. Toda la naturaleza de Francisco, delicada, hecha alSubercaseaux-Hospitaldeleprososrefinamiento, se revolvía al espectáculo de las carnes putrefactas de un leproso. Era el momento de dar a Cristo la prueba decisiva de su disponibilidad para «conocer su voluntad». Primero fue el vencimiento con el leproso que le salió al camino en la llanura de Asís: apeóse del caballo, puso la limosna en la mano del leproso y se la besó; el leproso, a su vez, apretó contra sus labios la mano del bienhechor. Pocos días después buscaba él mismo la experiencia dirigiéndose al lazareto para hacer lo propio con cada uno de los leprosos.

El relato de los Tres Compañeros, que parece haber recogido con mayor fidelidad los recuerdos personales de Francisco, después de una alusión expresa al obstáculo que hasta entonces le había impedido acercarse a los leprosos -sus pecados-, añade una observación preciosa en relación con el proceso de la conversión: «Estas visitas a los leprosos acrecentaban su bondad».

[Cf. el texto completo en Vocación Franciscana, esp. pp. 33-36]

por Lázaro Iriarte, OFMCap

(De “Directorio Franciscano” Año Cristiano Franciscano, publicado el 10 de Marzo de 2016)

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