Cada día brota una historia: «La fabricación de enfermedades»

¿Buena salud? ¿Mala salud? Todo depende del punto de vista. Desde el punto de vista de la gran industria farmacéutica, la mala salud es muy saludable.

La timidez, pongamos por caso, podía resultar sim­pática, y quizás atractiva, hasta que se convirtió en enfermedad. En el año 1980, la American Psychiatric Association decidió que la timidez es una enfermedad psiquiátrica y la incluyó en su Manual de Alteraciones Mentales, que periódicamente ponen al día los sacerdo­tes de la Ciencia.

Como toda enfermedad, la timidez necesita medica­mentos. Desde que se conoció la noticia, los grandes laboratorios han ganado fortunas vendiendo esperan­zas de curación a los pacientes apestados por esta fobia social, alergia a la gente, dolencia médica severa.

(Eduardo Galeano, “Los hijos de los días”, pag. 124.  Ed. Siglo XXI de España Editores, S.A.. 2012)

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Cada día brota una historia: «Sólo de él»

Cuando Miguel Ángel se enteró de la muerte de Francesco, que era su ayudante y mucho más, rompió a martillazos el mármol que estaba esculpiendo.

Poco después, escribió que esa muerte ha sido gracia de Dios, pero para mí ha sido grave daño e infinito dolor. La gracia está en el hecho de que Francesco, quien en vida me mantenía vivo, muriendo me ha enseñado a morir sin pena. Pero yo lo he tenido durante veintiséis años… Ahora no me queda otra cosa que una infinita miseria. La mayor parte de mí se ha ido con él.

Miguel Ángel yace en Florencia, en la iglesia de la Santa Croce.

Él y su inseparable Francesco solían sentarse en la escalinata de esa iglesia, para disfrutar los duelos que en la vasta plaza libraban, a patadas y pelotazos, los ju­gadores de lo que ahora llamamos fútbol.

 

(Eduardo Galeano, “Los hijos de los días”, pag. 66. Ed. Siglo XXI de España Editores, S.A.. 2012)

 

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Cada día brota una historia: «La urgencia de llegar»

Una mañana de enero del año 2007, un violinista ofreció un concierto en una estación de metro de la ciudad de Washington.

Apoyado contra la pared, junto a un tacho de basura, el músico, que más parecía un muchacho de barrio, tocó obras de Schubert y otros clásicos, durante tres cuartos de hora.

Mil cien personas pasaron sin detener su apurado camino. Siete se detuvieron durante algo más que un instante. Nadie aplaudió. Hubo niños que quisieron quedarse, pero fueron arrastrados por sus madres.

Nadie sabía que él era Joshua Bell, uno de los virtuo­sos más cotizados y admirados del mundo.

El diario The Washington Post había organizado este concierto. Fue su manera de preguntar: —¿Tiene usted tiempo para la belleza?

 

(Eduardo Galeano, “Los hijos de los días”,  pág. 26. Ed. Siglo XXI de España Editores, S.A. 2012)

 

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Cada día brota una historia: «Otros niños robados»

El marxismo es la máxima forma de la patología mental—había sentenciado el coronel Antonio Vallejo Nájera, psiquiatra supremo en la España del generalísi­mo Francisco Franco.

Él había estudiado, en las cárceles, a las madres re­publicanas, y había comprobado que tenían instintos criminales.

Para defender la pureza de la raza ibérica, amena­zada por la degeneración marxista y la criminalidad materna, miles de niños recién nacidos o de muy corta edad, hijos de padres republicanos, fueron secuestra­dos y arrojados a los brazos de las familias devotas de la cruz y de la espada.

¿Quiénes fueron esos niños? ¿Quiénes son, tantos años después?

No se sabe.

La dictadura franquista inventó documentos falsos, que les borraron las huellas, y dictó orden de olvidar: robó los niños y robó la memoria.

(Eduardo Galeano, “Los hijos de los días”, pag. 63. Ed. Siglo XXI de España Editores, S.A. 2012)

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Cada día brota una historia: «Elogio de la brevedad»

En un día de enero de 1776, se publicó, en Filadelfia, la primera edi­ción de Sentido común Thomas Paine, el autor, sostenía que la independen­cia era un asunto de sentido común contra la humilla­ción colonial y la ridícula monarquía hereditaria, que tanto podía coronar a un león como a un burro.

Este libro de cuarenta y ocho páginas se difundió más que el agua y el aire, y fue uno de los papas de la independencia de los Estados Unidos.

En 1848, Karl Marx y Friedrich Engels escribieron las veintitrés páginas del Manifiestcomunista, que em­pezaba advirtiendo: Un fantasma recorre Europa… Y ésta resultó ser la obra que más influyó sobre las revolucio­nes del siglo veinte.

Y veintiséis páginas sumaba la exhortación a la indig­nación que Stéphane Hessel difundió en el año 2011. Esas pocas palabras ayudaron a desatar terremotos de protesta en varias ciudades. Miles de indignados inva­dieron las calles y las plazas, durante muchos días y no­ches, contra la dictadura universal de los banqueros y los guerreros.

 

 

 

(Eduardo Galeano, “Los hijos de los días”, Pag. 23.  Ed. Siglo XXI de España Editores, S.A. 2012)

 

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Cada día brota una historia: «Las pinturas negras»

En 1828, Francisco de Goya murió en el destierro.

Acosado por la Inquisición, se había marchado a Francia.

En su agonía, Goya evocó, entre algunas palabras in­comprensibles, su querida casa de las afueras de Ma­drid, a orillas del río Manzanares. Allí había quedado lo mejor de él, lo más suyo, pintado en las paredes.

Después de su muerte, esa casa fue vendida y reven­dida, con pinturas y todo, hasta que por fin las obras, desprendidas de los muros, pasaron al lienzo. En vano fueron ofrecidas en la Exposición Internacional de Pa­rís. Nadie se interesó en ver, y mucho menos en com­prar, esas feroces profecías del siglo siguiente, donde el dolor mataba al color y sin pudor el horror se mostraba en carne viva. Tampoco el Museo del Prado quiso com­prarlas, hasta que a principios de 1882, entraron allí por donación.

Las llamadas pinturas negras ocupan, ahora, una de las salas más visitadas del museo.

Las pinto para mí—había dicho Goya.

Él no sabía que las pintaba para nosotros.

 

 

(Eduardo Galeano, “Los hijos de los días”, pag. 129. Ed. Siglo XXI de España Editores, S.A. 2012)

 

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Cada día brota una historia: «Día de la Luz»

Ocurrió en África, en Ifé, ciudad sagrada del reino de los yorubas, quizás un día como hoy, o quién sabe cuándo.

Un viejo, ya muy enfermo, reunió a sus tres hijos, y les anunció:

Mis cosas más queridas serán de quien pueda llenar completamente esta sala.

Y esperó afuera, sentado, mientras caía la noche.

Uno de los hijos trajo toda la paja que pudo reunir, pero la sala quedó llena hasta la mitad.

Otro trajo toda la arena que pudo juntar, pero la mi­tad de la sala quedó vacía.

El tercer hijo encendió una vela.

Y la sala se llenó.

 

(Galeano, Eduardo. “Los hijos de los días”, pag. 119. Ed. Siglo XXI de España Editores, S.A. 2012)

 

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Un Papa sin aliñar

Si me gusta este Papa es porque rompe, con su estilo tan cercano, una larga tradición de pontífices que predicaban la humildad encaramados en la cúspide de una Iglesia adinerada y clasista, enjoyada y bien comida, poblada de orondos cardenales premamá que a su paso dejaban una estela de incienso y Margaret Astor. La cúpula eclesial desmentía con su boato la sencillez de miles de párrocos flacos y sacrificados que predicaban el Evangelio con los bolsillos vacíos y la boca sin saliva.

Yo recuerdo con frecuencia al cardenal Fernando Quiroga Palacios, que era un hombre alto y corpulento, un leñador de púrpura que comparecía en los actos de palacio con el rostro empanado por una mezcla de bechamel y maquillaje, obstétrico y luminoso como si con el sobrecogimiento de la inspiración divina le hubiese bajado la regla en su útero de terciopelo. Monseñor desprendía un penetrante olor a jabón y a especies, a soprano y a pinche de cocina. Y cada vez que impartía la bendición, al girarse para difundirla me llegaba hasta la cara aquel ácido vaho episcopal en el que se mezclaban la toilette de Bette Davis y el resuello de Jack Nicklaus.

Francisco es un Papa sin aliñar. Habla con suavidad y dice cosas drásticas que nos devuelven la esperanza en una Iglesia en la que la palabra de los prelados deje más huella que el aliento de esos almuerzos palaciegos en los que uno imagina al camarlengo trinchando el pavo de Navidad con la cresta del crucifijo. Le deseo suerte al Sumo Pontifice. La va a necesitar para recuperar entre los católicos la imagen del Cristo que de niño me enseñaron en la escuela, aquel tipo sencillo y expresivo al que tantas veces imaginé repartiendo con naturalidad el gel y las toallas en la penumbra del burdel. Porque no es buen camino el que sigue esta Iglesia golosa y vertical en la que parece que los cardenales tengan a Dios de cocinero.

JOSÉ LUIS ALVITE

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Cada día brota una historia

Ha llegado la canícula y nuestro Blog suspira por encontrar almas caritativas que aporten una publicación o artículo o lo que sea que nos ilustre, amenice, recuerde, distraiga, forme, entretenga, cuestione…

La continuidad del blog ha representado para muchos un referente de consulta cotidiano que les sirve de conexión y enlace con aquellos compañeros que a causa de la distancia geográfica y/o emocional  no tienen la posibilidad de compartir recuerdos, vivencias o simplemente chascarrillos. Por ello, de nuevo este año, no nos vamos de vacaciones, seguiremos al pie del cañón manteniendo vivo el objetivo comunicativo del blog y recreando ese espíritu integrador de personas que en un día de sus vidas eligieron compartir un ideal franciscano y que cada uno, a su manera, ha tratado de plasmar en el devenir de sus experiencias y relaciones con los demás……

Acudimos de nuevo a la obra literaria “Los hijos de los días” (Ed. Siglo XXI, 2012),  de Eduardo Galeano, para entresacar algunas de sus 366 historias, en las que el autor refleja la vida de hombres y mujeres célebres o anónimos, que muestran las fragilidades de personajes conocidos y la grandeza de los ignorados.

El mismo Galeano,  hablando de estas pequeñas historias nos recuerda que  “vivimos presos de una cultura universal que confunde la grandeza con lo grandote. Yo creo, o más bien dicho yo sé, por experiencia, que la grandeza alienta, escondida, en las cosas chiquitas, las pequeñas historias de la vida cotidiana que van formando el colorido mosaico de la historia grande. No es fácil escuchar esos susurros cuando malvivimos la vida convertida en espectáculo estrepitoso y gigantesco”.

Seguro que cada uno, entre estas historias, encuentra la suya, o encuentra por lo menos el espacio para reflexionar, para darse cuenta de algo, para pensar un poco. Dejémonos llevar.

 

La historia de hoy nos habla de:

El libro de los prodigios

En un día de éstos de 1455 salió a luz la Biblia, pri­mer libro impreso en Europa con tipografía móvil.

Los chinos venían imprimiendo libros desde hacía dos siglos, pero fue Johannes Gutenberg quien inició la difusión masiva de la más apasionante novela de la literatura universal.

Las novelas cuentan pero no explican, ni tienen por qué explicar. La Biblia no dice qué dieta siguió Noé pa­ra llegar al Diluvio con seiscientos años de edad, ni cuál fue el método que usó la mujer de Abraham para que­dar embarazada a los noventa, ni aclara si sabía hablar en hebreo la burra de Balaam, que discutía con su amo.

(Galeano, Eduardo. “Los hijos de los días”, pag. 71. Ed. Siglo XXI de España Editores, S.A. 2012)

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Elcano y Cádiz

San Fernando de Cádiz en el recuerdo; ciudad donde residí varios años por motivos de trabajo en la Compañía Telefónica de España.  

Paseando por sus calles y visitando algunos históricos edificios supe, que en siglos pasados, ilustres marinos españoles vivieron en aquella localidad y que en sus travesías a través de los océanos, conocieron terribles tempestades, enfermedades, quimeras, éxitos y fracasos. También dejaron su huella histórica en dicha población, activos y valerosos diputados del siglo XIX que soñaron una sociedad más libre y justa.

Alguna vez, acudí al puerto marítimo de Cádiz para ver zarpar el buque escuela Juan Sebastián Elcano. Contemplando aquel magnífico espectáculo, me propuse realizar como aficionado a la pintura, una composición pictórica de dicho evento; cuya imagen os dedico con todo mi mejor afecto.

En la época estival, cuando para mitigar el calor frecuentaba las playas gaditanas, en alguna ocasión rememoré la alberca del Seminario, cuya función era regar la huerta, y donde nos permitían bañarnos en verano entre alegres zambullidas, chapoteos e intentos de nadar.

Con estos recuerdos de San Fernando y Cádiz, os deseo buen verano y envío a todos un saludo fraternal de Paz y Bien.

José Fernández Morenilla. (Otura).

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