Vivencias Seráficas

http://www.youtube.com/watch?v=m6KBx8kbcLw

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Despedida del amigo

Queridos amigos de la Asociación, soy Miguel Tomás de Cogollos Vega y acabo de enterarme por Ildefonso de la muerte de nuestro querido compañero y paisano Antonio Robles, que ha luchado durante años valientemente contra un cáncer.Tras muchas sesiones de terapia y en algunos años, parecía haberlo superado.En los últimos días parece que empeoró súbitamente de manera irreversible.Todos sus amigos, vosotros y sus paisanos vamos a sentir profundamente su ausencia.Espero que todas nuestras oraciones lo acompañen en su cita con El Padre. Recibid un saludo cariñoso.
Sigo escribiendo el mensaje:Esta mañana, hemos asistido al sepelio de su cadaver, un multitud inmensa venida de toda Granada, entre compañeros policías, alumnos de su academia. vecinos, amigos y todo el pueblo que lo amaba y estimaba.Muchos compañeros de la Asociación que estudiamos juntos y hemos vivido codo con codo.Aunque es verdad que en los últimos años, ha llevado su enfermedad con total dignidad y el tema de sus tratamientos no afluía en las conversaciones, salvo algunos amigos más íntimos y de más frecuentación. Estamos compungidos y derrotados: se nos ha ido un hermoso hermano y amigo, la perla de Cogollos por su sagacidad, finura, inteligencia y vida limpia. Los que hemos vivido, jugado, …en un largo caminar que arranca en la escuela, pasa por las calles, los juegos, los estudios, comprendemos lo que es una vida que el Señor toma suavemente cuando él considera que está madura para los demás y para El. En ello está «nuestra conformidad», en saber que debemos ser «trigo maduro para el Señor» y en un momento dado, ¿cuando?, lo seremos.
Os comunico todo para que sepáis que Antonio Robles ha volado junto a su Señor y ha sido acogido en su regazo para ser consolado y liberado de su dolor. Nosotros hemos asistido, maravillados en nuestra fé, a este gran misterio de la existencia. Un abrazo para todos vuestros seres queridos.
Miguel Tomás

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¡Descanse en paz!

Os informamos que el pasado día 10 de Noviembre ha fallecido nuestro querido compañero Antonio Robles Castillo de Cogollos Vega, tras un proceso continuado de enfermedad. Sentimos un gran dolor por su muerte y deseamos, desde este Blog, expresar nuestro más sentido pésame a su hermano, nuestro querido compañero Manuel Robles Castillo, a su viuda, hijos, madre y demás familia.¡Descanse en el Señor!

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Protegido: In memoriam por Antonio Robles

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Vº Encuentro en Sevilla

Vº ENCUENTRO DE LA ASOCIACIÓN “FRANCISCO DE ASÍS” DE LOS ANTIGUOS ALUMNOS DEL SEMINARIO SERÁFICO DE LOS HH. MM. CAPUCHINOS DE ANDALUCÍA

Con ilusión y esperanza nacía, en octubre de 2007, la Asociación de AA. AA. del Seminario Seráfico de los HH. MM. Capuchinos de Andalucía. De ella había sido alma y principal gestor su actual Presidente, D. Antonio Sancho Pedreño, Jefe de Protocolo de la Diputación Provincial de Cádiz, quien al calor de algunos frailes del vecino convento de Sanlúcar de Barrameda, como el P. Antonio Lafuente o el querido Mariano de Sanlúcar, pusieron los cimientos de este gran edificio de hoy.
Fue un trabajo inmenso el poder contactar con compañeros con los que hacía 40 ó 50 años que no se veían, ni trataban, pero, hoy, con los medios electrónicos a disposición, fácilmente se encuentra lo que se busca. Se consiguió reunir un considerable número y el Primer Encuentro tuvo lugar, en Antequera, centro histórico para la memoria de todos los participantes, pues allí podían recordar que aquí o en ese otro rincón sucedió este hecho o aquel otro.

Un gran acierto de la iniciativa fue el emblema y enseña de la Asociación: “Recordar es volver a vivir”, como puede verse en el fondo de la imagen fotográfica que sirve de cabecera a esta Crónica del Vº Encuentro celebrado durante los pasados días 22 y 23 de octubre de 2011, en el convento capuchino de Sevilla. A este respecto, nos podemos preguntar por qué muchas veces se celebran o evocan acontecimientos del pasado, a veces bastante lejanos en el tiempo. La respuesta a esta legítima pregunta la podemos encontrar en una típica expresión del escritor Heinrich Böll: “Se nace para recordar”. Esto significa que la vida humana no es vida sin memoria. Pertenece pues a la esencia misma de la persona humana el aspecto histórico que la define como tal. De aquí se deduce que una comunidad de hombres vive el valor del presente y el compromiso del futuro siendo consciente de que posee un patrimonio como herencia de un pasado, que se convierte en estímulo para cumplir una misión.

La necesidad de “recordar” el pasado para vivir el presente y proyectar el futuro es siempre un fondo de lo que es y de lo que hacemos en la vida y que en estos Encuentros ya se han convertido en una realidad con la que los miembros de esta Asociación cuentan y, por eso, desean que llegue cada año el mes de octubre para volver a evocar, “recordar” y encontrarse. Y se viene cargado de ilusiones: a ver qué compañero viene nuevo este año, a ver con qué novedades nos encontramos, qué noticias, qué fotografías trae este o aquel, qué historia o que aventura nos cuenta o reserva aquel otro.

Posiblemente todos o casi todos conocen la bella historia de El cartero del Rey, del poeta indo Rabindranaz Tagore; comentando esta obra, Ortega y Gasset escribe: “Todos hemos esperado una carta de un Rey. Es más: si por yo entendemos, no esa personalidad externa, periférica, convencional, que se ocupa en los negocios, en la política, en la lucha social; si por yo entendemos el núcleo profundo e íntimo de nuestro ser, bien podemos decir que no hemos hecho en la vida otra cosa que esperar esa carta inverosímil. Lo demás que hemos hecho ha sido faena impuesta por el medio. No éramos nosotros en ella los protagonistas; eran los demás –las cosas, los otros hombres– quienes operaban en nuestra vida. De cuando en cuando, en horas de ocio o de extrema congoja, veíamos con superlativa sorpresa que de lo más hondo de nuestra persona salía nuestro verdadero yo y que este yo era un niño, un niño incorregible, un pequeño cazador de mariposas, voluntarioso e indomesticable, que siempre esperaba lo absurdo. Y a la vez sentimos que sólo lo que este niño interior desea lograría satisfacernos por completo… Somos poco leales con nosotros mismos y gravemente ingratos con nuestro niño interior. El es, él es quien empuja nuestros días, llenos de desazón y de insuficiencia, con el aliento caliente de sus fantásticas esperanzas. Sin él, diez veces en la jornada nos tumbaríamos vencidos al borde del camino, como el can reventado. Pero nuestro Amal íntimo espera siempre su carta del Rey… ¡Qué libro más bello se podía escribir sobre el niño en nosotros!…”.

Y eso es cada uno de estos Encuentros, como la llegada de esa ansiada carta del Rey que esperaba, cada mañana, aquel niño asomado a su ventana y que se personifica en el encuentro con un compañero al que no vemos hace 40, 30 ó 20 años, al que deseábamos encontrar hace tanto tiempo para contarle esta o aquella otra historia, de las muchas que llenaron nuestra mejor infancia y nuestra ilusionada juventud y, siempre, siempre encontramos una sorpresa nueva: ver a quien no imaginábamos o saber y tener noticias de algún compañero del que, tal vez nos habíamos ya olvidado.

En todos estos Encuentros, la primera mañana del sábado, se dedica a los Actos oficiales: Saludo de bienvenida del Guardián del Convento; Informe de la Asociación; Estado de Cuentas; Entrega de distinciones a los nuevos socios o a aquellos que no la han recogido en años anteriores; este año, además, se presentó el Blog de la Asociación por los compañeros Baldomero Maya Rincón y Antonio Granados Moreno, un precioso y excelente trabajo que animará a participar a todos los miembros; los Actos académicos terminan con la celebración de la Eucaristía que este año presidieron los HH. Diego Díaz Guerrero y Alfonso Ramírez Pedrajas.

Y luego, la comida, que es, por decirlo de alguna manera, el acto central del Encuentro donde, junto a los aperitivos y otras viandas, se funden los abrazos, los saludos, las risas, los brindis… sólo este Acto marca la cima y la temperatura del ambiente con el que se vive esta cita anual, que se prolonga a lo largo de la tarde y suele terminar al día siguiente, domingo, con alguna visita turística (este año, al ser en Sevilla, la visita fue a la Basílica de la Virgen Macarena y a su Museo). Todo termina con la comida de ese mediodía y el regreso a casa tras los abrazos y las despedidas y ya se comienza a trabajar en el Encuentro del año siguiente jugando con el email y el envío de fotos nuevas o viejas por descubrir, es un bonito entretenimiento que dura todo un año y mantiene unidos a todo un buen y numeroso grupo de compañeros.

Fr. Alfonso Ramírez Peralbo.

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¿Se vive mejor sin Dios?

Me pregunta un amigo por qué en tiempos de crisis, incluso las económicas como en la actualidad, el ser humano se refugia más en la fe en Dios. Difícil responder a esa pregunta, ya que para mí si Dios sirve para algo debería ser para los tiempos de alegría y felicidad, no para los tiempos del miedo.

Si Dios sirve para algo debe ser para los tiempos de alegría y felicidad, no para los del miedo

Los padres del científico y escritor Leonard Mlodinov se salvaron de las garras del Holocausto. Él mismo salvó su vida el fatídico 11 de septiembre, en los bajos de una de las Torres Gemelas de Nueva York cuando se hundió. En una entrevista reciente le preguntaron en Brasil qué sentía al saber que Dios había salvado milagrosamente su vida y la de sus padres. Respondió: «No fue Dios, sino el acaso». Y añadió: «¿Qué Dios sería ese que salva a mis padres del nazismo y deja morir a seis millones de otros judíos?». «¿Qué Dios sería ese que me salva del atentado terrorista de Nueva York y deja morir a otras 3.000 personas?».

Difícil encontrar a Dios en los escombros de la muerte.

Lectores que no conozco suelen preguntarme, unos con respeto, otros, menos, si pienso que sin Dios se acaba viviendo mejor. Escribí hace 40 años un libro que se titulaba El Dios en quien no creo. Había sido el título de un artículo publicado en el desaparecido diario Pueblo de Madrid. Se les había colado a los censores franquistas. Quizás porque pensaron que si hablaba de Dios no podía ser nada subversivo. Lo era para la España católica y cerrada de entonces.

Me citó a su despacho el entonces arzobispo de Madrid, Casimiro Morcillo. Me dijo que el artículo estaba ayudando a los españoles a hacerse ateos porque afirmaba entre otras cosas que si Dios existe no podía existir el infierno y que no podía curar a unos y dejar morir a otros. Le mostré la carta que acababa de recibir de un matrimonio joven, en la que me decían que habían recortado el artículo y conservado para cuando sus dos hijos pequeños fueran mayores. «Nosotros no somos creyentes, pero si nuestros hijos un día quisieran creer, nos gustaría que creyeran en ese Dios irreconciliable con el infierno», decían.

No sirvió de nada. Desde aquel día, además de la censura franquista, la Iglesia de Madrid me impuso otro censor para mi columna de Pueblo, que se titulaba Las cosas claras. Sobre aquel libro, nacido de aquel artículo y traducido hoy a 10 idiomas, dos señoras encopetadas, cuando volvía en tren de Asís, donde había sido publicado, mirando con recelo la portada, me preguntaron: «¿Ese libro es a favor o en contra?» «Eso depende, señoras», les respondí.

Cada vez que hoy me preguntan si creo que es mejor o no creer en Dios suelo responder que eso no tiene importancia, ya que si existiese Dios, lo importante sería que él creyera en nosotros, como me había dicho monseñor Romero, quizás en su última entrevista antes de ser asesinado a tiros mientras celebraba la Eucaristía.

¿Se es más feliz sin Dios? Depende, señores. Difícil sentirse libres y realizados con el Dios al que aman y adoran los dictadores -con los que, por cierto, la Iglesia siempre se ha entendido mejor que con los demócratas-; difícil con el Dios absolutista incompatible con la democracia o con el Dios que recela de la sexualidad.

Es difícil que las personas, jóvenes o adultas, no lleven dentro de sí la sombra de un Dios castrador, aquel del que en un colegio de religiosas la madre superiora había escrito en los retretes de las alumnas: «Dios te está mirando».

El famoso poeta brasileño João Cabral de Melo Neto, cuando estaba para morir, quiso hablar con un sacerdote de la Teología de la Liberación. Le confesó que era ateo, pero que en aquella hora final lo asaltaba el miedo de «aquel infierno del que me hablaban de niño en la Iglesia». El teólogo le dijo que, además de no existir el infierno, un poeta nunca tendría lugar en él. Aquel teólogo era Leonardo Boff, condenado al silencio por el entonces cardenal Ratzinger y hoy papa Benedicto XVI.

El Dios del miedo es el Dios que no merece existir. El miedo es argamasa humana, es el arma de todos los poderes de la Tierra, no tiene nada de divino. Es tirano. Solo la felicidad es liberadora. El miedo es usado y abusado por las Iglesias institucionales. Jesús nunca impuso miedos a los que le seguían. Se los quitaba. Él los tuvo también. Tuvo miedo de morir, sudó sangre ante la inminencia de su muerte, pidió explicaciones a Dios de por qué dejaba que lo mataran si era inocente. Y de él tuvieron miedo los hipócritas y los poderosos, nunca los arrinconados o indignados.

Aquel profeta tenía solo un pecado: no creía en el sufrimiento ni en el dolor ni en la muerte como armas de redención. No soportaba ver sufrir a nadie. No le gustaban los muertos y los resucitaba. Nunca pidió a sus apóstoles que hicieran ayunos y penitencias, ni que fueran héroes o vírgenes. Estaban todos casados, como él.

Y no fue un profeta fácil: exigió, con naturalidad, algo que nos parece locura: devolver bien por mal. Sabía que la felicidad -que era su única teología- se engendra en la paz y no en la guerra, en el perdón y no en la venganza.

¿Se vive mejor sin Dios? «Depende, señores». Sin el que ofrecen las iglesias que no te permite morirte en paz, ni hacer el amor sin que te espíe como un policía, se vive mejor. Se vive mejor sin el Dios que pretende adueñarse de lo más sagrado del ser humano: su libertad y su conciencia. Por lo menos, sin él, se vive sin menos miedos, que no es poco.

¿Y con el Dios en el que creía monseñor Romero cuando lo acribillaron a balas en el altar por defender a los pobres contra el poder, se vive mejor?, se preguntarán algunos. ¿Se vive mejor con el Dios que apuesta siempre por los que pierden, el Dios de aquel Jesús que no solo perdonó en la cruz a los que blasfemaban contra él, sino que hasta los excusó: «Perdónales, porque no saben lo que hacen», expresión máxima del amor supremo que no humilla ni cuando perdona?

Creo que como mejor se vive es siendo fiel a la voz de la conciencia, más severa que las leyes porque no es posible burlarla, y que constituye la única fuente de libertad. El cardenal Newman, convertido del protestantismo al catolicismo, fue un defensor del primado de la conciencia sobre la ley. En la Carta al Duque de Norfolk cuenta que, si se viera obligado a hacer un brindis, lo haría «primero a la conciencia y después al Papa». Newman tiene una frase que aún hoy, después de dos siglos, sigue poniendo los pelos de punta a la Iglesia y a los teólogos tradicionales: «Prefiero equivocarme siguiendo a mi conciencia, que acertar en contra de ella». La Iglesia defiende, al revés, que la conciencia debe ser antes formada. Por ella y con el miedo, claro.

¿Se vive mejor sin Dios? Depende. Quizás se tenga a veces la tentación de creer en alguien más que humano, capaz de exorcizar la crueldad que siembra de muertos inocentes el planeta, la que pisotea a los que no tienen poder, la que exalta a los aprovechados, la que discrimina a los diferentes, la que violenta a los niños, la que quiere imponer a su Dios, la que humilla a la libertad. Pero ese, ¿no será más bien el Dios de nuestros sueños?

Se podría vivir mejor solo con el Dios -si existiese- capaz de quitarnos a los mortales el miedo supremo de la muerte, sin la cual, curiosamente, dejarían de existir las religiones, como afirmaba Saramago. Se viviría mejor con el Dios que no nos prohibiese soñar. ¿Existe?

JUAN ARIAS

 

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Homenaje a nuestros profesores

http://www.youtube.com/watch?v=222-Fk9cKEk

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Cita de San Francisco

«Tanto sabe el hombre -decía Francisco- cuanto obra; y tanto sabe orar un religioso, cuanto practica» (LP 105)»

Cita que aparece en la cabecera del Blog.

[Extraido de la obra de J. Antonio Merino:  Humanismo Franciscano. Franciscanismo y mundo actual. Ediciones Cristiandad, 1982. pag. 62]

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El colegio de ANTEQUERA

… Al día siguiente,  una vez terminada la misa, diaria y obligatoria, celebrada en la capilla del colegio, asistí a mi primera clase. Fue de gramática. Doce alumnos empezábamos  el primer curso. El profe­sor, llamado Jaime, era castellano viejo, de Villamorisca, un pequeño pueblo leonés. Sorprendido por su perfecta vocalización, a partir de esta clase empecé a tomar conciencia de que tendría que ir corrigiendo mi pronunciación andaluza. Este profesor, capuchino, desempeñaba además, el cargo de director del colegio,  cargo que conllevaba la conveniencia de dormir en el dormitorio común (una mampara de albañilería separaba su pequeña celda-habitación de nuestras camas ), y de comer la misma comida y en el mismo refectorio que los alumnos. Como uno de los recién llegados se le quejase durante el recreo del desagradable olor que había dejado en el escusado el anterior usuario, recibió la siguiente respuesta del director: «Lo que hubiera sido milagroso es que hubiese dejado tras de sí olor a rosas”. Respuesta que tuve muy en cuenta a partir de ese día cada vez que hube de entrar en tan reservado lugar. Y lección aprendida: abstenerme de protestar por cosas que son inevitables y lógicas. El incorrecto uso de la expresión “o sea” formaba parte de las costumbres que traía del pueblo el re­ferido quejitas, Así “a las cinco, o sea,  a las seis”, te respondía si le preguntabas a qué hora íbamos a merendar.

Mediada la mañana. Bajábamos al salón de actos, para la clase de música, que impartía, el P. Patricio. Éste, más bien bajo y como de 35 años. se comportaba como un compañero, más que como un superior. En el espacioso salón de actos, de una de cuyas paredes colgaban cuadros con motivos relacionados con el descubrimiento de América, se estaban llevando a cabo diversas actividades culturales y artísticas. Un grupo de alumnos de los cursos 3º y 4º ensayaban el primer acto deLa venganza de Don Mendo” de Muñoz Seca, en el escenario levantando al fondo del salón. Anteriormente, formando un bien conjuntado coro, habían repasado uno de los motetes que cantarían el próximo 4 de Octubre, día de San Francisco, que empezaba así:

¡Oh gloria de Asís, serafín del amor

Cuán dichoso sois,

Con vuestro pecho herido de amor de Dios!

Finalizada la clase de música con la audición de una pavana (creo que de Ravel) en la pianola, seguida de una interpretación musical ejecutada por el P. Patricio en uno de los dos pianos.

Durante la comida, los colegiales, la mayoría de los cuales procedían del medio rural, leían en voz alta desde una pequeña tarima instalada en el centro del comedor, exponiendo a continuación un breve resumen de lo leído, hasta que el director indicaba que continuara el siguiente. Esta medida que perseguía el que fuésemos habituándonos a expresarnos en público, se complementaba con clases de mímica y de dicción. Me impresionaron las duchas con agua caliente, el gran patio porticado, el grandísimo refectorio y, sobre todo, el dormitorio, una enorme nave rectangular con las camas dispuestas en batería a uno y otro lado, cuyos ventanales daban a un granja de aves. Durante las noches de la feria de Antequera, penetraba por aquellas entreabiertas ventanas la música lejana de tiovivos y verbenas. Asocio a aquellas noches veraniegas la inconfundible voz de Juanito Valderrama cantando “El emigrante”.

No había terminado de asentar bien los pies, de tomar el terreno, cuando llegaron, caso sorpresivamente, las vacaciones  de Navidad. De aquellos días recuerdo el largo paseo a una finca boscosa en busca de musgo y de lentisco para el nacimiento que montábamos en el salón de actos; los mantecados,  los polvorones y alfajores antequeranos, y las audiciones musicales en las que, a través de placas de pizarra colocadas en una gramola manual, escuchaba por primera vez “Para Elisa” de Beethoven  y el «Ave Maria» de Schubert. Y «Boquerón de plata», un pasadoble que no he vuelto a oír. Estas audiciones informales, de libre asistencia, tenían lugar en el aula grande, la más alejada del salón de estudios, en la que se impartían las clase de matemáticas y de griego durante los días lectivos.

[Extraido del Libro de José Avila García «Montefrío, años cuarenta».]

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