Una vez más los cristianos hemos podido celebrar y rememorar los sagrados misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo llenos del fervor y la religiosidad que las celebraciones requieren. Todo ello aderezado con las costumbres y tradiciones de los diferentes entornos. Olvidadas las parafernalias externas, seguro que nos habremos centrado en el núcleo central de la celebración.
Pese a los muchos años transcurridos, no puedo evitar el rememorar con cariño y nostalgia las celebraciones de Semana Santa en el Seminario. El ambiente de recogimiento y religiosidad que lo impregnaba todo y que comenzaba con los ensayos en el Salón de Actos de los cantos litúrgicos de la Misas del Domingo de Ramos, Oficios de Jueves Santo, Viernes Santo y Sábado de Resurrección. Los ensayos se iniciaban unas semanas antes y todos los que formábamos parte del coro poníamos un gran interés porque todo saliese perfecto. Los cantos eran la mayoría en latín y muchos en canto gregoriano.
Algunos compañeros, generalmente de los cursos mayores, cantaban las «Lamentaciones» que encerraban gran dificultad por sus giros vocálicos. Eran algo complicadas de cantar. A muchos de ellos se les oía en los momentos de descanso ensayar cada cual con su «lamentación personal».
Nada estaba sujeto a la improvisación, por el contrario estaba todo muy programado. En un sitio visible del Salón de Estudios se ponían las listas de los que tenían que ayudar en las misas conventuales, los que debían participar en el lavatorio de pies del Jueves Santo (recuerdo que durante mi segundo curso fuí elegido para el lavatorio y que me tuve que lavar los pies varias veces ese día antes de los oficios), los que tenían que acompañar en la celebración de los oficios a algunos Padres en los distintos conventos de Antequera, el turno de la Adoración al Santísimo Sacramento en el Monumento durante el Jueves y Viernes Santo, etc. También recuerdo que acompañé a nuestro querido Padre Juventino (q.e.p.d.) a ejercer de monaguillo junto a Jesús de Antequera en el Convento de las Clarisas.
En nuestro Seminario/convento, nuestro Padre Guardián Rvdo. Jaime de Villamorisca, revestido de una gran solemnidad y religiosidad, celebraba los diversos actos litúrgicos mientras desde el coro acompañábamos con los cantos propios de la liturgia del día. Mientras mis hermanos y yo estuvimos en el Seminario, mi madre Ángela nos visitaba todas las Semanas Santas y asistía con un gran fervor a todos estos actos religiosos.
Como colofón a estas magníficas celebraciones también hay que destacar nuestra presencia, representando al Seminario Seráfico,en las excelentes y bien organizadas procesiones de Antequera. En el ambiente se respiraba fervor y religiosidad al margen del valor artístico de los pasos que procesionaban.
Quiero terminar con una anécdota que viene a colación con lo que estoy recordando. En una de estas procesiones, (recordad que nos llamaban «los leguitos») me atreví a contestarle a una señora que “cada uno de los aquí presentes tenemos nuestro padre y nuestra madre y no hay razón para llamarnos huérfanos”.
Con esta aportación he querido recordar aquellas vivencias y recuerdos tan queridos para la mayoría de todos nosotros.
Un fuerte abrazo.
José Manuel Chacón Mora de Níjar.
Aunque yo viví una época anterior y distinta a la tuya,me recuerda sobre todo,cuando íbamos a ayudar en los oficios,en los conventos de monjas,que para nosotros era todo un acontecimiento alimentario,pues las monjas nos ponian hasta la corcha de los exquisitos dulces que nos servían,después de las celebraciones.Sigue teniendo sentido el lema de nuestra Asociación:recordar es vivir.Saludos a todos.
Amigo José Manuel, en primer lugar vaya mi felicitación por tu buen relato sobre los acontecimientos religiosos de las Semanas Santas que vivimos en el Seminario.
Como le ha ocurrido a nuestro amigo Manolo «Zuheros», a mí también me ha producido alegría recordar algunos de los eventos que mencionas. Al mismo tiempo que leía tu escrito, venía a mi memoria, si no recuerdo mal, la celebración de un Vía Crucis que realizábamos cada año en la explanada del monumento a la Inmaculada Concepción, y donde los seminaristas mayores pronunciaban unas fervorosas palabras durante el recorrido del mismo.
En estos momentos de nuestras vidas, cuando algunas veces la memoria empieza a flaquear, es de agradecer que algunos compañeros nos relaten vivencias de aquellos tiempos felices del Seminario, que aunque ya no volverán, sin embargo, afortunadamente, permanecen en el recuerdo de algún «archivo» o lugar de nuestra mente.
Con un fraternal abrazo, José Fdez. de Otura.
Me alegra mucho, José Manuel, que, una vez más rescates de tu memoria trozos de nuestro pasado seráfico. Es placentero, al menos a mí así me lo resulta, volver a vivir momentos de nuestra niñez. Gracias y un fuerte abrazo.