Francisco descubre al Cristo hermano
El Cristo se le ha revelado a Francisco, por fin, en el pobre más pobre de la Edad Media, el leproso. Desde ahora irá a encontrarse gustosamente con Él en los hermanos cristianos, nombre que daba a los leprosos. Y ¡cómo agradaba a Francisco designar con este nombre popular a aquellas configuraciones vivas del Señor paciente! Lo que a sus ojos les hacía más dignos de lástima era aquel alejamiento del consorcio humano a que se veían condenados.
Comprendemos ahora, en su contexto histórico, la afirmación inicial del Testamento. Fue el Señor quien «le llevó entre los leprosos» para convertirle. Descubierto el Cristo en el pobre, ya se halla preparado para descubrirlo como «Hermano» en la imagen del crucifijo de San Damián, cuya visión es referida seguidamente en todas las fuentes biográficas. Para entonces se hallaba «cambiado por completo en el corazón», dice Tomás de Celano (2 Cel 10).
Sigue después la ruptura con su padre Pedro Bernardone y el desenlace aparatoso ante el obispo, cuando el convertido, desnudo, liberado de todo lazo y de todo convencionalismo, se lanza al riesgo de la nueva vida, confiándose únicamente al Padre del cielo.
Celano le describe ebrio de gozo por la libertad nueva que ahora gustaba su espíritu, pregonando su dicha en provenzal, bosque adelante. Va a pedir trabajo a una abadía, y allí tiene que probar desnudez y hambre. En Gubbio un amigo le proporciona el vestido indispensable. Por fin, «se trasladó a los leprosos y vivió con ellos, sirviéndoles con toda diligencia por Dios; lavábales las llagas pútridas y se las curaba» (1 Cel 17).
Fue su noviciado. Y sería también el noviciado de sus primeros seguidores. Persuadido de que el Cristo acaba por revelarse siempre a quien le busca en el necesitado, les ofrecerá como un regalo esa experiencia tan rica para él en dulces resultados.
La fe de Francisco siguió vivificada toda la vida por el primer descubrimiento de ese «sacramento» de la presencia de Cristo en el pobre: «Cuanto hallaba de deficiencia o de penuria en cualquiera que fuese, lo refería a Cristo con rapidez y espontaneidad, hasta el punto de leer en cada pobre al Hijo de la Señora pobre… Cuando ves un pobre -decía a sus hermanos- tienes delante un espejo donde ver al Señor y su Madre pobre. Y asimismo en los enfermos debes considerar las enfermedades que Él tomó por nosotros» (1 Cel 83 y 85).
Por lo demás, la trayectoria seguida por la gracia en la conversión de Francisco no es una excepción, sino estilo muy normal en la economía de la salvación. Ir al hermano, al hermano indigente sobre todo, es ir a Dios.
Cristo nos espera siempre en la persona de cualquiera que necesita de nosotros (Mt 25,31.46).
[Cf. el texto completo en Vocación Franciscana, esp. pp. 36-37]
por Lázaro Iriarte, OFMCap
(De “Directorio Franciscano” Año Cristiano Franciscano, publicado el 11 de Marzo de 2016)