Cada día brota una historia: «Ojo con él»

El 18 de abril de 1955 murió Albert Einstein.

Hasta este día, y durante veintidós años, el FBI, Fede­ral Bureau of Investigations, intervino su teléfono, leyó sus cartas y revisó sus tachos de basura.

Einstein fue espiado porque era espía. Espía de Moscú: eso decía su frondosa ficha policial. Y también decía que él había inventado un rayo exterminador y un robot capaz de leer la mente humana. Y decía que Einstein fue miembro, colaborador afiliado de treinta y cua­tro frentes comunistas entre 1937 y 1954, dirigió honoraria­mente tres organizaciones comunistas, y no parece posible que un hombre con estos antecedentes pueda convertirse en un leal ciudadano americano.

Ni la muerte lo salvó. Siguió siendo espiado. Ya no por el FBI, sino por sus colegas, los hombres de ciencia, que cortaron su cerebro en doscientos cuarenta trocitos y los analizaron en busca de la explicación de su genio.

No encontraron nada.

Ya Einstein había advertido:

Lo único que yo tengo de anormal es mi curiosidad.

 

(Eduardo Galeano, “Los hijos de los días”, pag. 132. Ed. Siglo XXI de España Editores, S. A. 2012)

 

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