En este relato se describe una visita realizada recientemente al Campamento «José Rosso» de Cortes de la Frontera, lugar de formación, aventura y recreo para muchos de los compañeros seráficos de los años sesenta, que me permitió evocar experiencias allí vividas y comprobar el estado actual del propio campamento y de toda aquella zona tan preciosa y, posiblemente, tan desconocida.
Para leer el relato, pinchar en el siguiente enlace:
Si me permitís, os envío lo que figura en lo que podrían ser mis memorias que dejaré solo para mis nietos, escrito en 2011, sobre este mismo tema de los campamentos que tan descriptiva y vividamente nos expone Antonio Granados. A esto le añadiré la aclaración de Ildefonso sobre cómo surgió la idea, y suprimiré aquello de birli birloque…
Yo lo ví así, (bastante parecido a Antonio):
Paco Corpas
Quizá podría llamarse también excursión, o tal vez mejor, vivaqueo, la quincena que pasamos durante varios veranos en los campamentos de la Organización Juvenil Española (OJE), organización fundada en 1960, dependiente de Falange Española, a la que por arte de birlibirloque amanecimos afiliados, y con el carnet en las manos.
El carnet, nos ayudaba a recordar en su leyenda al dorso, el lema de la OJE, “Vale quien sirve, servir es un honor”, y los principios programáticos de la Organización.
Recuerdo que hicimos el primer campamento en el año 1962, y repetimos en el 1963, en el llamado, Vigil de Quiñones, con sede en Cortes de la Frontera, adonde llegamos tras un largo viaje en tren desde Antequera, todos vestidos con los uniformes que nos había facilitado la Organización, de “arqueros”, para los más jóvenes, entre 11 y 14 años y de “cadete” para los mayores de 14, hasta los 17 años. La diferencia creo recordar estaba en el color de la camisa y la boina, de color pardo y azul respectivamente. El Jefe de este campamento era el falangista Francisco García Monge.
En todos los campamentos, nos acompañaban al menos tres personas de la OJE, que junto con el Capellán, eran los responsables de la organización y actividades que se realizaban en el mismo. Los mandos de la OJE eran el Jefe de Campamento, y los otros dos ejercían de Jefes de Centuria de Arqueros y Cadetes.
Todo funcionaba al estilo militar, desde el toque de diana a las ocho para levantarse, hasta el toque de silencio a las doce para recluirse en las tiendas de campaña, al tiempo que se apagaban todas las luces. La mayor parte del tiempo por el sistema de megafonía sonaban canciones e himnos de Falange, -el consabido Cara al Sol, Yo tenía un camarada, En pie flechas de España, Banderas al cielo, Un flecha en un campamento, etc., que entre ensayos y audiciones repetitivas terminamos sabiendo y cantando de forma aceptable.
Al toque de diana, le seguía un tiempo para el aseo, formación para ir al desayuno, formación para arriar bandera y escuchar la consigna política, a cargo del Jefe del Campamento, una especie de arenga en la que se resaltaban los valores patrios y ciudadanos, y el capellán, uno de nuestros frailes, que daba la máxima religiosa, obviamente una plática sobre valores espirituales.
A continuación dedicábamos un tiempo para hacer las camas y limpiar la tienda y sus alrededores, tras el cual se daba el toque de “revista”, formando cada escuadra bajo el mando de turno a la entrada de su tienda, en posición de descanso, mientras pasaban revista los mandos, que preguntaban al azar la consigna y la máxima del día dadas en el acto anterior, puntuando las respuestas.
Entre otras, el día se completaba con las siguientes actividades: marchas por el campo, construcción de vivac, baño en las piscinas, lecciones de topografía, estudio de nudos, interpretación de señales sobre el terreno, tabla de gimnasia, competiciones deportivas, clases y prácticas de aeromodelismo, etc., y los divertidos fuegos de campamento, donde se contaban chistes, se cantaba y se preparaban representaciones cortas de chistes, se tocaba la guitarra y la armónica, etc. También se hicieron marchas hasta Ubrique, para visitar el pueblo, y Cortes de la Frontera, para presenciar una novillada, en la que casualmente toreaba el conocido novillero apodado Platanito.
En otra ocasión durante el mes de septiembre de 1964, recién cumplidos los 15 años, terminado el cuarto curso de bachillerato, fuimos al llamado Campamento Vigil de Quiñones, situado al pie de la sierra malagueña conocida como El Juanar, termino de Marbella, donde transcurrieron los días de un modo similar al anterior, salvo que el paisaje y panorama era totalmente distinto, al contar con la playa y el ya incipiente despegue turístico de la zona, próxima a los conocidos hoteles Don Pepe, Skol y Pez Espada. Este campamento estuvo bajo el mando del periodista Julián Sesmero Ruiz, director de Radio Juventud de Málaga.
También destaco como algo especial, la visita que nos realizaron los chicos de la entonces famosa Operación Plus Ultra, que como su propio nombre indica, premiaba anualmente a jóvenes que habían realizado alguna actuación destacada, más allá del estricto deber, con o de, cierta resonancia social. Como integrante de dicha operación Plus Ultra, año 1964, recuerdo a un chico negro de Guinea Española, de nombre Telésforo.
Recuerdo así mismo, que también nos visitó el entonces Gobernador Civil y Delegado Provincial de la Secretaría General del Movimiento, José Utrera Molina, máximo representante ideológico del régimen y guardián de sus esencias, en esas fechas en la provincia de Sevilla, acompañado de un gran séquito de personas de su ámbito, quien nos dirigió unas palabras cuyo inicio recuerdo perfectamente: “¡Camaradas¡ hemos venido a visitaros con vuestras mujeres…”. Un sencillo error, sin la menor trascendencia, salvo que los oyentes éramos casi todos frailes o seminaristas, que entre nosotros, bromeábamos después: Paco ¿has visto por ahí a mi mujer?
Después de esta visita, y según se había dispuesto anteriormente, uno de los frailes me acompañó a un lugar del campamento en el que había un teléfono, y me pusieron al habla con un locutor de Radio Juventud de Málaga, que me hizo varias preguntas sobre mi edad, lugar de procedencia, la vida en el campamento, y mi impresión sobre la visita del Señor Utrera Molina.
Quiero dejar constancia, antes de terminar esta perorata sobre los campamentos de verano de la Organización Juvenil Española, que lo pasábamos bien y disfrutamos relajadamente con todas las actividades, sintiéndonos afortunados, ya que era algo que no estaba al alcance de todos los niños. Jamás sentimos presiones de tipo político, ni lo que vulgarmente se dice, “lavados de coco”. Había plena libertad, dentro de la lógica disciplina que cabe esperar se aplique en cualquier actividad con tan numerosa participación.
Recientemente, en el 2012, en mi lugar de trabajo, Palacio Real, he tenido ocasión de conocer a una hija de José Utrera Molina, Reyes, Conservadora de Fotografía Histórica en Patrimonio Nacional, a quien le conté esta anécdota referida a su padre, y le dije que ya que la contaba en estas memorias, me gustaría ilustrarla con una fotografía dedicada de su padre, sorprendiéndome a los pocos días con una dedicatoria, del libro que recoge sus memorias, titulado, muy significativamente: “Sin cambiar de bandera”. A medio leer el libro, quise agradecerle la atención, y trasmitirle las primeras impresiones sobre su contenido, enviándole este sentido y sincero correo:
“Estimada Reyes: Es para mí un gran honor poder disponer de una parte tan importante de la historia de España, que viví intensamente, contada por un testigo de excepción, como tu padre. Digo testigo de excepción, y lo es, por al menos dos significados y decisivos detalles, el primero, porque los hechos que relata los ha vivido en primera persona, con participación directa en muchos de ellos y como testigo privilegiado por la cercanía, en otros, protagonizados por las más altas personalidades de aquellos tiempos, y en segundo lugar, por la objetividad que se presume de una persona legal y leal a sí mismo y a los demás, con el aporte de credibilidad que esta circunstancia confiere a cuanto en el mismo se narra.
Estoy leyéndolo con todo mi interés, rememorando aquellos eventos de los que por una u otra razón tenía conocimiento, y comprendiendo otros que consideraba inexplicables, hasta leer algunos detalles referentes a los mismos.
Creo que con la perspectiva que confiere el paso del tiempo, muchos personajes de aquellos años, que ahora son cuestionados, a no mucho tardar, serán contemplados en su grandeza de espíritu y reconocidas sus acertadas actuaciones, en pro del bienestar de la sociedad, como dicen ahora, de España, como decimos otros.
Trasmítele a tu padre mi reconocimiento y las gracias por dedicarme su interesante libro.”
Reyes me contestó a los pocos minutos transmitiéndome que había leído el texto a su padre, y que éste se había emocionado.
Antonio, es verdad que “recordar es vivir”. Con tu entrañable aportación sobre los campamentos de verano, a más de uno nos han venido a la mente muchos recuerdos.
Para todos nosotros fue una experiencia totalmente nueva y creo que muy positiva. El contacto continuo con la naturaleza, el pasar “revista” cada día a las tiendas, las “máximas” (quién no recuerda todavía aquél “mens sana in corpore sano” de total actualidad y magistramente expuesta por El P.Demetrio), que había que memorizar y exponer ordenadamente, los “fuegos de campamento”, que había que llenar de imaginación y contenidos, el compañerismo, las marchas kilométricas,…
Pienso asimismo que esa experiencia nueva la pasamos con nota como colectivo. Y que llamamos muy positivamente la atención de los “Sesmeros”, “Monges” y “Ramos” que tuvimos por jefes, como lo prueba el hecho de que muchos de nosotros mantuvimos contacto con ellos después de muchos años…
En cuanto a tu pregunta de qué hacíamos unos chicos como nosotros en un sitio como aquél, alguno de los comentaristas ya te ha dado su respuesta, documentada y, por tanto, acertada.
Personalmente, creo asimismo que los directores que teníamos, que eran muy jóvenes, por bajo de los 30 años todos, tuvieron casi siempre un sentido de la madurez, del olfato y desde luego de adelanto a su época y fuera de lo común. Supieron, por eso, aprovechar una magnífica ocasión de educación que le brindaban las circunstancias para, cumpliendo ciertos requisitos formales, no perder nunca nuestras seráficas formas de identidad ni caer en el adoctrinamiento fácil y propio de aquellos tiempos…
Todo un manual viviente de estrategia y saber hacer…
Para ellos también nuestro homenaje y reconocimiento!
Querido amigo y compañero Antonio: gracias por evocar aquellas jornadas vividas tan intensamente y en plena naturaleza que nos recuerdan momentos de una gran convivencia y fraternidad . Estoy totalmente de acuerdo con el comentario de Ildefonso y de José Mª de Otura. Era una forma de » cambiar de aires » para que no se hiciese monótono y pesado el periodo vacacional con la familia. Debido a la amistad del Padre Juventino con Julián Sesmero y con el Sr. Monge, vieron la necesidad de pasar unas jornadas al aire libre para que cargásemos las pilas para enfrentarnos al curso académico que se avecinaba. Personalmente pienso que fue un acierto que los rectores del Seminario iniciasen esta nueva etapa aperturista en consonancia con los tiempos que nos tocaba vivir.
Fueron unas jornadas vividas al aire libre y en plena naturaleza sin adoctrinamiento político alguno y,como he comentado antes, con una gran dosis de compañerismo y fraternidad.
José Manuel Chacón Mora de Níjar
Querido Antonio: Aunque yo no tuve la experiencia del campamento, tu relato está tan amenamente descrito que lo he leído con mucho agrado y voy a decir algo en relación con las preguntas que haces a ver si pueden aclarar algo.
Según me comentó Juventino en una visita que le hice a su casa de Antequera hace unos 7 años, la decisión de ir campamento surgió porque había un grupo de capuchinos y también de padres profesores (entre los que estaban Fabián, Demetrio y el propio Juventino) que no veían muy acertado que los seráficos pasasen 2 meses seguidos de vacaciones en sus casas, pues durante ese largo período algunos se desconectaban en demasía y acababan dejando el C. Seráfico definitivamente.
Con tal motivo, Juventino contactó con un jefe falangista para explorar la posibilidad de que el Colegio hiciera un cursillo veraniego en algún campamento y así acortar el período vacacional domiciliario. Al parecer, el tal Jefe, que tenía entre sus objetivos a cumplir el reclutar grupos de «campamentistas» durante todo el verano, vió el cielo abierto y le contraofertó probar un año y engancharse a la cadena para más años. De esa forma se hizo la primera experiencia en 1960 (tras la intoxicación) y los jefes falangistas quedaron tan encantados con la disciplina y el cumplimiento de los seráficos (tan distinto a los chavales de la calle) que no dudaron en facilitar las cosas para que en los años siguientes fueran asistiendo también.
Al parecer, el ambiente campamental fué tan bueno que resultó hasta medicinal pues en el otoño-invierno, casi ningún seráfico se acatarró ni se puso malo. O sea, que por parte de los profesores se hizo un informe favorable y el P. Provincial dió su visto bueno para los campamentos sucesivos.
Con estas experiencias, se creó un buen ambiente entre algunos profesores capuchinos (cumpliendo la disciplina externa) y jefes falangistas (no imponiendo doctrinas políticas internas) que cristalizó en una amistad muy cordial que perduró muchos años, incluso después del cierre del Colegio. Por ejemplo, Juventino que dejó el Colegio en el año 67 y luego pasó a párroco en Canarias, mantuvo correspondencia, llamadas y felicitaciones con Sesmero (creo que así se llamaba uno de los Jefes) durante 30 años.
Esto es lo que yo puedo aportar por la conversación que tuve con Juventino.
Agradezco mucho tu aclaración, Ildefonso, pues no tenía ninguna información al respecto y me sorprendí en mi reciente visita al campamento pensando en cuál habría sido el cauce que nos habría llevado a tales experiencias campamentales.
Ya veo cómo para nuestros superiores era motivo de preocupación espiritual tanto nuestra salud vacacional como la vocacional, sobre todo ésta última. Supongo que ellos, desde su función tutorial, tenían una perspectiva algo temerosa de las deserciones, percepción que no alcanzaba ese cariz de gravedad desde nuestra visión.
Sea lo que fuere, aquella experiencia fue muy gratificante para muchos de los que por ella pasamos. Loados sean nuestros mandos, nuestros profesores y nuestros compañeros por lograr, cada uno desde su responsabilidad, tanta armonía, diversión y sentido de la dinámica y cooperación grupal.
Amigo Antonio Granados, leyendo tu interesante e ilustrativo relato «Los campamentos son para el verano», a mí también me ha despertado agradables recuerdos la estancia que pasé en el campamento situado en Cortes de la Frontera. Solamente pude asistir la primera vez que el Seminario participó en los campamentos y he de manifestar que para mí fue muy grato y fructífero.
Siguiendo la lectura tu buen reportaje descriptivo, podía aportar algunas vivencias de aquella feliz época pero necesitaría mucho espacio y no quiero ser pesado. Después de tantos años, pienso que aquella nueva experiencia fue un éxito para todos, tanto para el Seminario como para los responsables del campamento. No hubo distintivos políticos en nuestra vestimenta ni adoctrinamiento ideológico y seguimos con nuestras habituales prácticas religiosas como la celebración diaria de la misa y el rezo del rosario. Esa es mi impresión de aquella primera convivencia.
Desde la lejanía de un tiempo feliz en la Serranía de Ronda y recordando a nuestros profesores del Seminario, en particular a nuestro director P. Fabián y a los Padres Demetrio y Juventino que nos acompañaron y cuidaron, gracias de todo corazón.
José Fernández Morenilla.