Ideales de Jesús de Nazaret

Hoy, leyendo el evangelio de San Juan, mi espíritu se ha llenado de alegría y satisfacción  espiritual: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que  tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12), les decía Jesús  a aquellos  endemoniados fariseos. La luz nos hace ver muchas cosas feas dentro de nosotros que no  queremos  ver: vicios, soberbia, nuestro espíritu mundano…, algo que nos ciega y,  lógicamente, nos aleja de la luz  de Jesús.

La lectura cotidiana de los  evangelios – lo digo con la mayor honestidad y sinceridad posibles –  me da la suficiente luz para seguir, días tras día, el camino que nos trazó el “Divino  Maestro” de Nazaret.  Y eso no lo hace ninguna  palabra humana, sino la de Jesús, venida desde  lo más alto. Hoy precisamente – de manera especial en nuestra “querida” España -, donde por indolencia nos dejamos arrastrar por un progresismo rabiosamente laicista, cuya indisimulada aspiración no es otra que marginar cualquier signo cristiano que se manifieste públicamente.

Creo que no hay un momento más idóneo para hablar de los “Ideales de Jesús de Nazaret”, como el de Semana Santa – tan hipócritamente vivida en nuestro propio país – porque,  teológicamente  analizado, Jesús es la Vida y la Resurrección, ya que con su amor crucificado venció  la muerte. En Jesús, Dios nos da la vida eterna, la da a todos, y gracias a Él todos tenemos la esperanza de una  vida  más auténtica que ésta. “La vida que Dios nos prepara – afirma el Papa Francisco – no es un sencillo embellecimiento de la vida actual: ella supera nuestra imaginación, porque Dios  nos  sorprende  continuamente con su amor y con su misericordia” (cfr. “Evangelio 2022”, pág. 123).

Jesús, nuestro “Hermano Mayor”, es el único  mediador entre  nosotros y Dios. Por eso los creyentes cristianos mantenemos la mirada fija en Jesús porque la fe nos viene de Él. El Evangelio de los apóstoles sobre Jesús de Nazaret  y de lo que había acontecido en la  Pascua, escribe el teólogo  Paul M. van Buren (1924 – 1998),  fue proclamado como la noticia de un acontecimiento que valía la pena fuera escuchada por todos los  hombres (cfr. “El significado secular del Evangelio”, pág. 167). Y no olvides, estimado lector, que la fe cristiana requiere un mínimo de  conocimiento de los relatos de los Evangelios. He aquí, pues, el fundamento histórico y ontológico de mi diaria lectura del Nuevo Testamento.

Como creyente, estoy totalmente  convencido de que signifique “Dios” lo que signifique – como la meta de la existencia humana, como la verdad  sobre  el hombre y el mundo, o la clave para el sentido de la vida – debe encontrarse en Jesús, que es “el Camino, la Verdad y  la Vida. Nadie  va al  Padre sino por mí”  (Jn 14, 6). Porque, a la verdad, no tenemos idea alguna de qué es lo que confirma o contradice la aseveración de que quien ha visto a Jesús ha visto al Padre. Si no conocemos de antemano la palabra “Padre”, ¿cómo podremos demostrar, verificar o refutar esta pretensión?. El Nuevo Testamento y el Evangelio de Juan especialmente, insisten, además, en que aparte de Jesús, sólo podemos  tener falsas concepciones de “Dios” (cfr. Mt 11,2; Lc 10, 22; 1Cor 1,21; Jn 1, 18; 8,19; 17, 25). Y a la inversa, “con” Jesús, uno no tiene necesidad de buscar una concepción de Dios, idea ya defendida por  Martín  Lutero ( 1483 – 1546).

Jesús de Nazaret  fue un hombre libre en su propia vida, que atrajo a seguidores y produjo enemigos según la dinámica de su personalidad y de una forma comparable al efecto que otras  personas liberadas en la historia sobre los hombres a su alrededor. Murió como resultado de la amenaza que semejante hombre libre plantea a los hombres inseguros y encadenados. A causa de la nueva perspectiva en que los discípulos le vieron y a causa de lo que les había acontecido, la Historia tenía que incluir el acontecimiento de la Pascua, que hemos recordado en estos días de Abril. Al narrar la historia de Jesús de Nazaret, por lo tanto, la relataron como la historia  del   hombre libre que había hechos libres. Esta fue la historia como el Evangelio para todos  los  hombres.

Ahora bien, todo ser racional tiene ineludiblemente  sus correspondientes ideales, los cuales no son más que proyectos intelectuales que le llevan a realizar  sus acciones humanas. Jesús de Nazaret nos dejó bien definidos  cuáles fueron  sus principales ideas: el Amor y la Misericordia. El único hombre del que se pudo decir “pasó por este mundo haciendo el bien. Una brevísima reflexión nos hace decir que frente a la violencia tan profunda de nuestro mundo, hoy  es más necesario que nunca el amor fraterno: que nos sintamos hermanos, hijos de un Padre común como leemos en la liturgia del Jueves Santo. El evangelista Juan nos define a Dios como “amor” (1Jn 4, 16), y Jesús murió por amor. Y, ¿qué rasgos definen ese amor? Está, sin la menor  duda, más cerca de las obras que de las palabras; no impone nada al otro, sino que escucha y dialoga con él; respeta  al otro, valora su dignidad, y no lo utiliza nunca en  su propio  beneficio; es servicio; y -¡cómo no! – es auténtico sacrificio por el otro para lograr su plenitud. Ese es el amor que llevó a Cristo a la cruz.

El “Discípulo amado! – Juan – nos dirá: “Hijuelos míos, no amemos de palabra y con lengua, sino con obra y de verdad” (1Jn 3, 16). En la mente de todo cristiano está bien fijo que Jesús de Nazaret hizo opción por los pobres y fue consecuente con su amor por ellos, cuando podía haber optado por los poderosos, vivir bien y olvidarse del  clamor de los débiles; entonces no hubiera  tenido  problemas. Se hizo pobre, y asumió la  causa de los  pobres, y por eso su vida fue puesta siempre  en entredicho, hasta  que acabaron con ella (cfr. IDEAL, 14/04/22).

Es cierto: la vida, en su continuo devenir, nos depara muchas ironías, tantas que algunas nos cambian de mentalidad en el decir y en el obrar. Todos sabemos perfectamente que la vida  a  veces nos hiere y nos aleja de Dios, pero Jesús nos explica las Escrituras  (Lc 24, 15) y vuelve a  encender en nuestros corazones el calor de la fe y de la esperanza: ¡sublimes ideales del  Divino Maestro!. En una de sus últimas alocuciones  a los fieles, les decía el Papa Francisco: “Cuando vemos a una  persona  generosa y servicial, mansa, paciente, que no es envidiosa, que no parlotea, que no se jacta, que no se hincha de orgullo, que no falta al respeto, en definitiva, que ama, esta persona construye el  cielo en la tierra” . Esos fueron precisamente los ideales de Jesús: Amar, servir a los demás y hacer el bien. Su recompensa: ser entregado a la terrible y escandalosa  muerte de la cruz por las autoridades  civiles y religiosas. ¡Cuántas  ironías – aunque nos cueste admitirlas –  nos ofrece la  existencia  humana!.

Alfredo  Arrebola

Villanueva  Mesía –  Granada, Abril de 2022.

(proporcionado por José Fernández Morenilla)

 

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