‘JESÚS FUE UN PALESTINO DE NAZARET’, AFIRMA ACTIVISTA DEL BDS. Enlace Judío México e Israel – La activista norteamericana musulmana Linda Sarsour, una de las mayores voces del movimiento a favor del boicot contra Israel, afirmó este fin de semana que Jesús era palestino, lo que causó controversia en las redes sociales, informó el periódico The Jerusalem Post.
7 JUL, 2019
“Jesús fue un palestino de Nazaret”, escribió Sarsour el viernes en una
publicación en Twitter, en respuesta al mensaje de un pastor en el que afirmó
en un primer momento que Jesús fue una persona de color. “Y se le describe en
el Corán como con una piel de cobre marrón con cabello lanudo”, agregó la
activista.
Muchos usuarios de Twitter le señalaron que Jesús era judío, a lo que
Sarsour respondió a que los dos no se excluían mutuamente.
“Palestino es una nacionalidad, no una religión”, escribió Sarsour. “Su
punto no es negado. Los judíos vivían con los palestinos en una coexistencia
pacífica antes de que hubiera un Estado de Israel”.
Sarsour insistió en que lo que dijo era verdad, explicando que después que
su tuit había sido reportado por algunos usuarios como contenido que violaba
las reglas de la red social.
“La gente reportó mi tuit acerca de que Jesús era un palestino”, dijo
Sarsour. “Obviamente, Twitter lo tomó esto como algo que no viola nuestras
normas. También es cierto. Jesús nació en Belén, que está en Palestina. Sigan
adelante”.
Luego continuó con otro mensaje: “¿Por qué están tan molestos por la
verdad? Jesús nació en Belén, también conocido como بيت لحم en árabe. Belén está en
Palestina. Actualmente está ocupada militarmente por Israel y alberga una bella
comunidad cristiana palestina predominante. Sí, el lugar de nacimiento de Jesús
está bajo ocupación militar”.
Entre los usuarios de Twitter que arremetieron contra la activista se
encontró Yair Netanyahu, hijo del primer ministro de Israel y enérgico usuario
de redes sociales.
“¿Acaso eres así de estúpida? En la cruz sobre la cabeza de Jesús estaba el
signo ‘INRI’ – ‘Iesvs Nazarenvs Rex Ivdaeorvm’. Lo que significa en latín –
¡Jesús de Nazaret, rey de los judíos! ¡La Biblia dice que Jesús nació y se crió
en Judea!”.
Esta no es la primera vez que esta afirmación ha sido hecha por una persona
dentro de la política, de acuerdo a The Jerusalem Post.
El presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, ha sido citado
diciendo que Jesucristo fue un palestino, durante la época navideña de 2014.
“Celebramos el nacimiento de Jesús, un mensajero palestino de amor,
justicia y paz, que ha guiado a millones desde el momento en que su mensaje
salió de una pequeña gruta en Belén hace más de 2000 años”, dijo Abbas en su
mensaje anual por las festividades.
El rabino Abraham Cooper del Centro Simon Wiesenthal cree que la idea de
llamar palestino a Jesús es parte del cambio de marca de una nueva narrativa
para la historia palestina.
“Para las personas que no tienen raíces teológicas o históricas, la idea de que Jesús era un palestino crea una nueva narrativa para la historia palestina, que de lo contrario no se remonta muy lejos. Si se puede decir que Jesús fue palestino hace 2,000 años, eso significa que los judíos están ocupando tierras palestinas “, dijo Cooper en abril al periódico israelí para ayudar a explicar por qué la legisladora norteamericana Ilhan Omar, y una voz crítica contra el Estado de Israel, compartió en sus redes sociales un polémico artículo del periódico The New York Times: «Como un niño negro en Los Angeles, no podía entender por qué Jesús tenía ojos azules».
Ha llegado a mi conocimiento que la entidad bancaria de la Asociación, ha pasado las cuotas de los socios del año 2019 el pasado mes de mayo. Por error de la misma entidad bancaria, han vuelto a pasar los recibos en el mes de junio. Puesto en contacto con dicha entidad, me indica que lo más factible es que se indique a las entidades bancarias respectivas que “se rechace” el recibo del mes de junio.
San Francisco murió en la Porciúncula, fuera de la ciudad de Asís, al atardecer del día 3 de octubre de 1226. A la mañana siguiente, que era domingo, su cuerpo fue trasladado solemnemente a Asís y enterrado en la iglesia de San Jorge.
El 25 de mayo de 1230, el cuerpo de san Francisco fue trasladado desde la iglesia de San Jorge a su nueva basílica, que fue consagrada por Inocencio IV el 25 de mayo de 1253. En la actualidad la Familia franciscana celebra estos acontecimientos el 24 de mayo.
San Francisco murió el año 1226. Dos años después, en 1228, el papa Gregorio IX lo canonizó en Asís y mandó que se levantara una suntuosa iglesia en las afueras de la ciudad para su sepultura. Él mismo puso la primera piedra y la distinguió con el título de «Cabeza y Madre» de la Orden de los Menores. Terminadas en lo fundamental las obras, el 25 de mayo de 1230 fue solemnemente trasladado el cuerpo de san Francisco desde la iglesia de San Jorge, donde había sido sepultado después de su muerte, a la nueva basílica. Más tarde, el 25 de mayo de 1253, Inocencio IV consagró personalmente y con gran solemnidad esta iglesia. Y Benedicto XIV la elevó a la dignidad de Basílica patriarcal y Capilla papal el 25 de marzo de 1754.
– Oración: Señor, tú que edificas el templo de tu gloria con piedras vivas y elegidas, multiplica en tu Iglesia los dones del Espíritu Santo, a fin de que tu pueblo, por intercesión de nuestro Padre san Francisco, crezca siempre para edificación de la Jerusalén celeste. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Fray Ricardo de Córdoba falleció este viernes, día 17, tras sufrir un episodio cardíaco el pasado sábado, día de 4 de mayo. Fray Ricardo fue una de las personas más significativas en la Semana Santa de Córdoba, sobretodo por su labor en las cofradías de la ciudad durante las décadas de los 70 y los 80. Es por este motivo que, tras conocer el fallecimiento del sacerdote, muchas corporaciones quisieron trasladar su pésame y hacer pública la tristeza que sienten ante este suceso, que dejó en la tarde de este viernes huérfanas a las hermandades de la ciudad.
Fray Ricardo de Córdoba fue el artífice de la revolución estética que experimentó la Semana Santa cordobesa en la década de los 70 del pasado siglo. Junto a esa labor de dibujante destaca su faceta de
vestidor y predicador. De lo primero se ocupó hasta su traslado a
Sevilla a finales de los 90. Desde entonces dio el testigo a su discípulo
Antonio Villar.
Sevilla, Jerez, Málaga y sobre todo Córdoba recuerdan hoy la labor incansable de Fray Ricardo al que la Semana Santa de Córdoba nunca le podrá agradecer todo lo que hizo para que la misma tuviera una Semana Santa a la altura de otras ciudades.
Descanse en la Paz de Dios para siempre, nuestro hermano Fray Ricardo.
Un infarto fulminante se llevó ayer a uno de los corazones de la Alameda de Hércules. Francisco García Chaparro (Villaverde del Río, 1940-Sevilla, 2019) era una ONG andante. Un tipo fundamental en el paisaje urbano de esta zona, aunque había recorrido medio mundo para forjar un espíritu desprendido y solidario.
Con 18 años ingresó en el convento de los Capuchinos en la Ronda. Su clausura era de aperturas y se fue de misionero a Guatemala y a El Salvador, en este país tres años antes de la guerra contra Honduras.
Fue en Centroamérica donde conoció a Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de El Salvador, al que asesinaron los sicarios. Ya de vuelta en España, en un curso de teología abrahámica en Córdoba al que también asistieron Hans Küng y Helder Cámara conoció al jesuita Ignacio Ellacuría dos meses antes de que lo asesinaran en el país centroamericano.
De regreso en Sevilla, consciente de que la pobreza no era exclusiva de los
países subdesarrollados, se fue a ejercer el sacerdocio a Torreblanca. Todos
los días cogía su Vespino para aprender cerámica en La Pañoleta. Con sus
conocimientos, fue a Alemania para intercambiarlos por la técnica del vidriado.
En 1974 se casó con Concha Aparicio, con la que tuvo un hijo. Coordinó en Andalucía el Movimiento Pro Celibato Opcional y llevó la causa de los curas casados al despacho del cardenal Amigo Vallejo. Un viaje a la India con su esposa y la visión de la obra de la Fundación Vicente Ferrer le llevó a abrir en la calle Relator un taller en su cochera. En la Asociación Cultural Barro y Cristal enseñó el oficio en cursos sin ánimo de lucro. Organizó una degustación de cocinas étnicas en las que participó el senegalés Mahmoud Traoré, al que Paco García Chaparro ayudó a difundir su libro «Partir para contar«, su odisea para llegar a España atravesando media África.
La duquesa de Alba en persona le encargó los azulejos del templo de los Gitanos. Participó en la restauración de las vidrieras de la catedral. Hace año y medio expuso en el Mercantil parte de su obra. Los beneficios fueron a parar a la parroquia de Los Pajaritos.
Este domingo hay un responso a las 10,15 en el tanatorio de la SE-30. A las 11,15, la incineración.
En 1209, san Francisco hizo escribir la «forma de vida» o regla que el Señor le había inspirado y que se componía sobre todo de breves fragmentos evangélicos. En la primavera de aquel mismo año, el Santo y sus once primeros compañeros se trasladaron a Roma y obtuvieron del papa Inocencio III que se la aprobara verbalmente, con lo que nacía en la Iglesia un nuevo género de vida, una nueva Orden. San Francisco, en su Testamento, relata así el acontecimiento: «Y después que el Señor me dio hermanos, nadie me ensañaba qué debería hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debería vivir según la forma del santo Evangelio. Y yo hice que se escribiera en pocas palabras y sencillamente, y el señor Papa me lo confirmó».
Recordando ese hecho trascendental, la familia de san Francisco renueva el 16 de abril su profesión en la vida franciscana.
Cuando los capuchinos se establecieron en Barcelona, 1578, la pujante reforma
se hallaba en lo que podríamos llamar la tercera fase de su evolución. Dejada
atrás la etapa de la reacción primera contra la institución, con su tanto de
espíritu de rebelión y de fondo polémico, superada la crisis sobrevenida con la
apostasía de Bernardino Ochino, la Orden se había situado en el pueblo de Dios
con una conciencia segura de su personalidad espiritual y de su misión en la
Iglesia. El Concilio de Trento había visto en su última época al vicario
general de los capuchinos sentado entre los demás superiores generales de las
Órdenes religiosas, pero había contribuido a impulsar la vida y la acción de la
reforma hacia una mayor institucionalización, especialmente por lo que hace a
los estudios y a los medios de apostolado. La estadística dada a conocer en el
capítulo general de 1578 enumeraba 21 provincias, todas en Italia, 325 casas y
3.746 religiosos.
Las 21 provincias eran italianas; ese mismo capítulo de 1578
instituyó los dos comisariatos de Francia, que agrupaban los conventos fundados
desde 1574, en que llegaron a París los primeros capuchinos. Italianos fueron
los que configuraron el espíritu y la vida de observancia de la primera generación
francesa. Los capuchinos españoles, iniciadores de la reforma en Cataluña, se
habían formado en Italia. El sello
italiano, muy marcado en lo que se refiere a la fisonomía interna, tuvo
gran parte en el estilo de las comunidades que se fueron extendiendo por
España, si bien poco a poco, como pasó en las provincias del otro lado de los
Alpes, la índole nacional se fue abriendo paso, creando no pocos conflictos,
que aparecerían en la visita de los ministros generales, empeñados en ver
relajación en todo lo que pudiera contrastar con el modo de vivir italiano. Aun
la severidad empleada por san Lorenzo de Brindis en su recorrido por los
conventos de España se explica en gran parte por esa concepción cismontana.
La fuente fundamental para conocer la espiritualidad de los
capuchinos en el primer siglo de su historia son las Constituciones, que constituyen no sólo el código legislativo
fundamental, sino sobre todo el auténtico proyecto de vida, con la formulación
precisa del ideal intensamente vivido. Un primer esbozo de Constituciones se
hizo en el capítulo tenido en el eremitorio de Albacina en 1529, todavía en un clima de contestación; su
título original e íntegro es «Constituciones de los Hermanos Menores llamados
de la vida eremítica». Más tarde, en el capítulo de 1535, cuando el movimiento
se veía consolidado y consciente de sí, se hizo una reflexión a fondo sobre la
intensidad de la nueva reforma, bajo la dirección de Bernardino de Asti, hombre
de gran cultura teológica y franciscana, hecho al manejo directo de los
escritos de san Francisco y de las antiguas fuentes, profundamente compenetrado
con el espíritu de san Francisco, clarividente y, lo que más importa, él mismo
alma de oración y de auténtica experiencia espiritual.
Él fue quien preparó el texto de las Constituciones promulgadas al
año siguiente, 1536, que son las que, en cuanto al texto fundamental, han
regido la Orden hasta el capítulo de renovación de 1968. Bernardino de Asti
concibió la ley básica de la reforma como un programa de vida, en el cual las
motivaciones evangélicas y franciscanas ocupan el lugar primario; las
prescripciones aparecen como aplicaciones concretas del ideal, casi
desapercibidas. En ulteriores revisiones de esas Constituciones irían
apareciendo nuevos elementos jurídicos y penales, a veces en contradicción con
las motivaciones espirituales, que se dejaban intactas. Un ejemplo del estilo
de legislar adoptado en 1536 lo tenemos en el capítulo séptimo, cuando se habla
de las medidas coercitivas con los hermanos culpables. Preceden cuarenta líneas
sobre la comprensión y misericordia con que debe ser tratado el pecador, según
las enseñanzas de Jesús y de san Francisco; y al final todo termina con esta
norma: «Mandamos que en nuestras cuestiones internas y, sobre todo, en la corrección
y castigo de los hermanos, no se observe la sutileza de la ley ni se apliquen
las marañas judiciarias» (n. 95s). No pensaba Bernardino de Asti que, andando
el tiempo, sin modificar esas preciosas motivaciones de hondura evangélica, el
capítulo general llegaría a promulgar un Modus procedendi, verdadero código penal adicional; esto sucedería
en 1593.
Además de las Constituciones, tenemos las relaciones y crónicas editadas en Monumenta Historica y las circulares de los ministros generales.
Nació en Cádiz (España) el 30 de marzo de 1743. De joven entró en la Orden Capuchina y, terminados los estudios, recibió la ordenación sacerdotal en 1766. El decenio siguiente lo dedicó a la predicación por toda Andalucía, y luego extendió su campo de apostolado a toda España y Portugal. Fue un predicador asombroso, incansable misionero popular, que reunía a multitudes de toda clase y condición para escucharle. Sus dotes oratorias iban acompañadas de singulares gracias del cielo, y su lenguaje era llano y directo. Combatió los peligros que traía consigo la «Ilustración», lo que le ocasionó enemistades y persecución. Fue hombre de oración y penitente, muy devoto de la Virgen, la «Divina Pastora». Se le consideraba apóstol de la misericordia. Escribió numerosas obras. Murió en Ronda (Málaga) el 24 de marzo de 1801.
Beato Diego José de Cádiz
– Oración: Oh Dios, que has concedido al beato Diego José la sabiduría de los santos, y le has encomendado la salvación de su pueblo; concédenos, por su intercesión, discernir lo que es bueno y justo, y anunciar a todos los hombres la riqueza insondable que es Cristo. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
Si se leen las fuentes narrativas del siglo XVI, fácilmente se puede llegar a una conclusión que no responde a la realidad: la originalidad de la forma de vida capuchina. Es verdad que los nuevos religiosos insisten en ciertos aspectos un tanto olvidados y a veces voluntariamente silenciados: forma del hábito, cumplimiento del Testamento del seráfico Padre, pobreza franciscana llevada a sus últimas consecuencias, pronunciada austeridad de vida, ardientes deseos de contemplación y alejamiento del mundo… Pero todo ello se encuentra ya a través de los siglos en la propia familia minorítica, no en su conjunto, sino en cenáculos de hermanos, ansiosos por vivir íntegramente el espíritu franciscano. Los movimientos de reforma son una constante nunca extinguida en la trayectoria ideal y práctica de la Fraternidad. La Orden Capuchina es otra reforma surgida en el seno de la Orden; una de las más florecientes, si se quiere; pero siempre dentro de la misma y enriquecida con su caudal cristiano y religioso. De ahí, la importancia de establecer científicamente las relaciones verdaderas, no fantásticas, entre la espiritualidad y normas prácticas de las primeras generaciones capuchinas y las existentes en otros focos de reforma franciscana. Desgraciadamente son escasos los esfuerzos realizados en la empresa. Se formulan algunos principios generales sobre el tema; se aducen algunos ejemplos; pero nada más. Falta el estudio minucioso y comparativo, que nos ofrezca datos ciertos y esclarecedores. Tal vez este planteamiento no agrade a ciertos ambientes de tendencia magnificadora, por estimar que se empobrecería la supuesta originalidad de la vida capuchina. No lo creemos. Se pondría cada cosa en el lugar que le corresponde, lo cual siempre es deseable, y, a la vez, se comprobaría la absorción de las más auténticas esencias espirituales franciscanas por parte de la familia capuchina. Tal vez, algunos detalles podrán tener origen en casa extraña: serán pocos y de escasa importancia, nunca y en nada, determinantes. También la mentalidad del siglo en que se vive en torno a la concepción del hombre, del cristiano y del religioso deberá tenerse en cuenta, pues siempre influye en toda institución eclesiástica y civil. Pero las verdaderas y profundas fuentes de la vida ideada por la reforma capuchina hay que buscarlas principalmente en la Orden franciscana.
2. EQUILIBRIO
CONTEMPLACIÓN-ACCIÓN
No fue fácil a los capuchinos el establecerlo. Como tampoco a otras reformas
franciscanas. Las crónicas del siglo XVI presentan frecuentemente ejemplos de
religiosos entregados a la contemplación y al servicio de los demás. Es normal
que, en el laudable afán de vivir íntegramente la vida minorítica, los primeros
capuchinos acentúen el aspecto que más fácilmente olvida la naturaleza humana:
la oración; mejor, la contemplación. Por el esfuerzo, por el trabajo y por la
dificultad que entraña. Ni siquiera hay que acudir, para explicarlo, a la
mentalidad de los cenáculos de oración en el siglo XVI. Basta recordar la
historia de las reformas franciscanas en los siglos XIV-XV, y los cauces nos
conducen a las mismas fuentes: al seráfico Padre y su encarnación profunda del
binomio contemplación-acción, alejamiento-presencia entre los hombres; binomio
de difícil desarrollo en una agrupación numerosa de personas. Los legisladores
de 1536 intentan realizarlo; pero los de 1552, por algunas correcciones hechas
al respecto, patentizan su no consecución total.
Pero el ejemplo ahí está. Y muy actual. La concepción activa de la vida, el
desasosiego por el trabajo cotidiano, el continuo movimiento sin espacios
convenientes de conversación pacífica y tranquila con Dios, tendrán de todo
menos de franciscano o capuchino. ¿Es la mentalidad moderna? ¿Es el discurrir
de la sociedad agobiada? Poco valen los argumentos para quien se mueve por
otros principios y quiere encarnarlos hoy. También existe afán de dinero;
también, ansias de comodidad. Y el capuchino se empeña en derivar hacia otros
derroteros.
3. POBREZA Y AUSTERIDAD
DE VIDA
Otro de los elementos que hace impacto entre los hombres del siglo XVI es la
estampa del capuchino rabiosamente pobre y chillonamente austera: en los
conventos, en las iglesias, en los vestidos, en los alimentos y en el ajuar.
Científicamente está demostrado que los nuevos religiosos sólo desean vivir
íntegramente la Regla seráfica. Igualmente hay que afirmar que en no pocas
ocasiones el ferviente anhelo se cristaliza en ciertas exageraciones, como
norma de vida permanente.
Pero de nuevo surge el problema actual. ¿La acomodación moderna de la Orden
sigue la pista trazada por las primeras generaciones capuchinas? Con mentalidad
distinta, con diversidad de entorno, con discrepancia de enfoque; ¿pero con el
mismo sincero deseo de practicar de hecho hoy y a nuestro modo la
pobreza-austeridad con todas sus consecuencias, en edificios, vestidos,
alimentos, uso del dinero y necesarias limitaciones? Si se prefiere, diversas
de las vividas por los capuchinos en el siglo XVI; ¿pero reales, no teóricas,
en el siglo XX?
4. OBSERVANCIA Y APRECIO DE LA REGLA
Si consultamos las fuentes diplomáticas, legislativas y narrativas del primer
siglo de la Orden, un ideal emerge por doquier, foguea el espíritu capuchino y
encuadra la actuación de los hermanos: el íntimo, ininterrumpido y anhelante
deseo de observar escrupulosamente la Regla y las intenciones del seráfico
Padre. ¿Razones? ¿Se deberá a que para el Fundador la norma de vida por él
trazada es «la medula del evangelio, el libro de la vida, la esperanza de
la salvación y el pacto de la eterna alianza»? ¿Acrecentarán la estima de
los religiosos las exhortaciones del Santo para que sus hijos la observen sin
glosa y a la letra? ¿Influirá, tal vez, la creencia de que ha sido inspirada
directamente por Dios, hasta el punto de considerarla más como obra divina que
humana?
Puede opinarse cuanto se quiera; pero la conclusión siempre permanece idéntica;
el único motivo fundamental del origen de la Orden capuchina es el cumplimiento
visceral de la Regla, que conduce a los religiosos a apreciarla, estudiarla,
llevarla consigo, leerla con frecuencia, conversar y meditar sobre ella. Y,
como consecuencia, a plasmarla en la práctica, sin mitigación alguna.
La reflexión incluye un problema de hondura. Estudiados científicamente muchos
aspectos de la reforma capuchina, reconocidos los íntimos deseos de observar
integralmente la Regla y comprobados ciertos extremos de exageraciones
concretas, perfectamente comprensibles por la mentalidad del siglo XVI y las
lecturas que alimentan la espiritualidad de los primeros reformadores, cabe
preguntar: ¿a qué debemos atenernos hoy: a las intenciones por ellos
alimentadas, o también, al modo práctico de encarnarlas? En otras palabras:
¿basta al capuchino ser auténticamente franciscano o ha de buscar y mantener
sus peculiaridades propias?
Muchas distinciones podrían formularse para responder cumplidamente al problema
planteado. Pero estimamos que la realidad no puede apartarse mucho de las
siguientes conclusiones: ante todo, se debe mirar las intenciones de los
fundadores, y, por lo tanto, la Regla franciscana debe ser para los capuchinos
la norma fundamental peculiar de vida religiosa. Las pretendidas exageraciones
en cumplirla, las concreciones a la vida práctica ideadas por las primeras
generaciones, en parte influenciadas por la espiritualidad cristiana y religiosa
de aquella época, son elementos secundarios, sujetos a necesarios o
convenientes cambios; pero ellos han formado un ambiente de familia que,
nosotros, sin más, no podemos abandonar. Con todo, lo verdaderamente importante
para el capuchino de ayer y de hoy es el esfuerzo denodado en observar, no de
palabra y en teoría, sino de hecho y en verdad el espíritu y la sustancia de la
norma de vida minorítica.
Los capuchinos, a través de los siglos y con las limitaciones propias de la
naturaleza humana, han pretendido encarnarlos, acomodando su cotidiana
existencia a los postulados fundamentales de la Regla. Y justo es afirmarlo, la
Orden, por haber seguido la trayectoria trazada por ésta en torno a la pobreza,
a la humilde y sencilla minoridad, a la exquisita caridad para con los
necesitados e indigentes, al íntimo recogimiento con el Señor, ha dejado una
huella no despreciable de su vivir y actuar en la Iglesia: el capuchino era
algo especial para los fieles sencillos, para el verdadero pueblo de Dios.
En nuestro sincero deseo actual de renovación, tal vez hayamos olvidado en
demasía nuestro peculiar sentido franciscano de la vida y la concretización
básica y exigente de la Regla. Sin reflexionarlo suficientemente, queremos
asemejarnos, quizás en demasía, a los sacerdotes diocesanos y a otros
religiosos, haciendo un conglomerado no siempre fácil de digerir. Y, sin
pretenderlo, surge una pregunta humilde y sencilla: ¿hoy, la Orden capuchina
proyecta luz peculiar de vida y actuación entre los fieles?
por Fidel Elizondo, o.f.m.cap.
[F. Elizondo, OFMCap, Los primeros capuchinos y la observancia de la Regla franciscana, en Selecciones de Franciscanismo, vol. VIII, n. 23 (1979) 297-300]