Crónica «apresurada» de Antequera II y III

 

  1. FRAY CASIMIRO DE DOS TORRES

¿Cómo fue posible el funcionamiento del Seminario Seráfico de Antequera? Con la ayuda de Dios, sin duda, que se valió de hermanos que sirvieran para la difícil tarea. Se me ocurre empezar recordando a Fray Casimiro de Dos Torres, el presuroso todoterreno. Estuvo en la guerra y cuando terminó, regresó a su bellísimo pueblo de la región de Los Pedroches, pueblo que podría ser extremeño o manchego, pero la geografía política lo hizo cordobés.

Aunque Antequera esté situada a unos cincuenta km de Málaga, no olvidemos que la separa de la costa el macizo montañoso de El Torcal, que es muy hermoso, pero compensa su belleza con un clima semicontinental de inviernos temibles. Pues empezamos el día “de autos”. Aún no ha empezado a amanecer. Hace un frío seco y afilado. Los niños duermen con la placidez del reposado sueño del alba. De pronto, se encienden las tres débiles bombillas del dormitorio, con su tulipa de porcelana para enviar la luz hacia las camas es decir, para dirigir la pobre luz sobre las víctimas del madrugón; y a continuación se oye a Fray Casimiro:

– A ver, a ver, buenos días nos dé Dios. El ángel del Señor anunció a María…

Al dormilón le tira de la manta, a todos los va animando a que pasen a los servicios… Muchos días los grifos dan agua templada, gracias a que Fray Casimiro se levantó a las cinco de la mañana a encender la caldera de leña (cuando la había), que con tanta dificultad proporcionaba aquella agua medio caliente para lavar la cara de la muchachada (no había para más; eso de la ducha diaria vendría a la historia de España muchos años después, y creo que al convento y seminario de Antequera no llegó). De una capilla de un cortijo, que fue derribada por estar en estado ruinoso, nos llegó su artesonado de un buen estilo renacimiento. Cuando el guardián quiso darle destino, ya se lo había dado Casimiro para calentar el agua mañanera (“Para renacimiento el de los niños…”).

Los días de nuestro santo varón eran más largos que los días de reloj y calendario: Siempre corriendo, su agenda era: Orar, ayudar en la cocina, repartir el desayuno, la comida, la merienda y la cena, hacer de enfermero, zapatero, hortelano y granjero; históricamente se sabe con certeza que las gallinas ponían más huevos por veneración a Casimiro. Por si faltaba algo en esa agenda, salía nuestro héroe a media mañana a correos, y de paso acompañaba al médico a algún niño que le dolía la barriga, o que no se le quitaba la tos, o bien decía que le dolía la barriga y que tenía tos.

El Doctor Don Miguel Rodríguez, analista reconocido, también era uno de los médicos de cabecera del Seminario, pues todos los médicos de la ciudad formaban parte del equipo clínico, y a él fue un día Fray Casimiro por la mañana a llevarle al chiquillo de turno.

– D. Miguel, a este angelito le duele el estómago…

– Bueno, bueno. Usted váyase tranquilo, vaya al correo, Fray Casimiro, y yo mientras atenderé a este muchacho.

La atención médica que el sabio D. Miguel Rodríguez prestaba al seráfico, consistía la mayor parte de las veces en decirle a su esposa que le preparara algo de comer, porque la única enfermedad que tenía era que estaba creciendo con demasiada rapidez. Cuando llegaba Fray Casimiro de correos, el muchachón ya estaba restablecido y regresaban el angelito y su ángel de la guarda a Capuchinos.

En los tiempos de escasez, “tiempos del hambre” se decía entonces, Fray Casimiro sabía resolver problemas: Que faltaba leche, abría el grifo del depósito de agua caliente de la hornilla de leña, “hornilla económica” se llamaba y no sé por qué razón.

– Fray, ten cuidado que estás aguando el desayuno.

– A ver, a ver; ¿y qué hacemos?

Que faltaba para la merienda chocolate terroso (la algarroba tengo entendido que era su principal componente), partía tanto las jícaras que, natural y “milagrosamente”, había para todos.

En una última etapa de la casa de formación antequerana, al comienzo de los años 80, fue nombrado Vicemaestro de novicios, con el P. Alfonso Ramírez Pedrajas de Superior y Maestro. En ausencia de este, Fray Casimiro presidía los rezos corales. En una ocasión y antes de comenzar Vísperas, un novicio indagaba qué himno tocaba cantar.

– ¿Himno? ¿Himno? – repetía el joven.

A lo que el Superior Fray Casimiro contestó:

– ¿Irnos? ¿Irnos? De aquí no se va nadie hasta que terminemos de rezar.

Y al final tuvo que suspender el rezo porque toda la comunidad no podía aguantar la risa.

Murió en Sevilla, siempre con nostalgia de su juventud antequerana.

Los antiguos alumnos siguen venerándolo, y guardan de él el aroma de su vida evangélica y un cariño extraordinario.

 

III. FRAY JACINTO DE VALDEFUENTES, EL “APURADO”

Estuvo Fray Jacinto mucho tiempo en Antequera como ayudante de cocina, y en los últimos tiempos del Seminario incluso como cocinero. Era muy buen fraile, muy popular en la ciudad, pero tenía la misma afición que Juan XXIII: le gustaba fumarse un cigarro puro cuando los amigos de casa se lo regalaban. A Fray Jacinto llegaban puros de bodas y de otras celebraciones familiares, de tal manera que con demasiada frecuencia estaba “apurado”.

Gozaba de una voluntad de oro, pero lamentablemente no era cocinero. Dato nada extraño y que forma parte de la normativa no escrita del típico actuar “a la capuchina”, que en este caso era nombrar cocinero a quien no sabía guisar, lo mismo que nombrar profesor de física y química a un lego en estas materias, que debía trasnochar haciendo los problemas y ejercicios de estas ciencias, no fuera a suceder que al día siguiente en clase, su ignorancia quedara en evidencia ante los alumnos. Puesto que el físico improvisado era yo, pasemos a Fray Jacinto.

Fray Jacinto era recio y fuerte, que es una forma discreta de expresar lo que todos sabemos, que era un chicarrón onubense algo brutote, pero con un corazón enorme, muy cariñoso y servicial. Como cocinero, sus lentejas sabían a veces a potaje de lentejas, y freía los huevos después del almuerzo para comerlos en la cena, pero, a pesar de todo, él quería agradar y aquí va un ejemplo de postre que guardaba en el armario de su buena voluntad.

¿Cómo se hace un flan? Olvidémonos de los huevos, que son  ingrediente de otros flanes. Un día memorable, Fray Jacinto puso leche a hervir y cuando estaba hirviendo le echó de golpe “los polvos de la madre Celestina”. ¿En qué cantidad? Dependía de la inspiración del momento y de la cantidad de sobres de “Flanin El Niño” que hubiera en la despensa. Habitualmente le servía de molde una lata grande de tomate frito, y el resultado era un flan vistoso, con sus chorreones de azúcar quemada y todo. Pero…

Un día, nuestro Jacinto entró en el refectorio de la comunidad con un hermoso flan en una bandeja, provocando una reacción de sorpresa y un gran aplauso en los comensales; se puso nervioso, resbaló y cayó de rodillas, al mismo tiempo que se le fue al suelo el flan,…y dijo:

– No ha pasado nada.

Se levantó, cogió con las manos el flan, lo colocó debajo del grifo para enjuagarlo y devolverlo a su bandeja, y terminó su ritual diciendo:

– Todo tiene solución.

Fray Rafael de Montilla le preguntó:

– Pero Jacinto, ¿cuántos sobres de “flanin” le has echado al flan? Parece que está un poco duro ¿no?

– ¿Flanin? -respondió- El que tenía que echarle. Tú… a comer.

Fray Jacinto, como queda dicho, era muy querido en Antequera. Don Francisco Molina le daba un pase para el cine Torcal y él de vez en cuando le pedía permiso al Guardián para ir a la sesión de tarde. No había problema para la cena, porque los huevos con dos salchichas cada uno ya los tenía fritos desde el almuerzo. Y aquel memorable día en que el cine Torcal anunciaba el estreno de “Jesucristo Superstar”, éxito mundial de primera magnitud, no podía perdérselo nuestro cocinero. Fray Jacinto llamó a la celda del Guardián, y este desde su mundo de pájaros sueltos, de ratones comiéndose el alpiste de los pájaros, de fondo musical: “El humo ciega tus ojos”, le responde: ¡¡¡Adelanteeee!!!

– Padre Miguelito: ¿me das permiso para ir al Torcal a ver una película muy buena?

– Sí, claro, ¿qué película es?

– “Jesucristo en su pedestal

Su último destino fue de portero en el convento de Sevilla. Si alguien venía preguntando por el Provincial, que era el P. Juan Jesús Linares, nuestro Jacinto pasaba de la portería al claustro y gritaba con su buena voz: ¡¡¡¡¡Juanitoooooooo!!!!!!!!!

Alguien le censuró el comportamiento:

– Hombre, Fray Jacinto, esa no es forma de llamar al Padre Provincial.

– Yo le he dicho “Juanito” desde antes de que hiciera la primera comunión –respondió- y no voy a cambiar ahora el tratamiento.

Muy franciscano, devoto y caritativo. Cuando joven, la obediencia lo enviaba a atender a frailes enfermos hasta que les ayudaba a bien morir y los dejaba amortajados. Tal era la fama de lo bien que ejercía este ejercicio de misericordia, que cuando algún enfermo veía aparecer a Jacinto, se echaba a temblar y empezaba a rezar el acto de contrición.

Estaba en Sanlúcar como enfermero del anciano P. Ildefonso, que murió a las tres de la mañana. Nuestro hermano le rezó un responso y pasó a amortajarlo. Al amanecer y antes de Laudes, solía pasar el Guardián, P. Marcelo de Castro, a ver cómo había pasado la noche el enfermo. Llamó varias veces a la puerta: “Ave María Purísima”. Como nadie contestaba entró y encontró a los dos en la cama: al P. Ildefonso debidamente amortajado, y, a su lado, Fray Jacinto durmiendo como un tronco después de una noche de trabajo. Explicación que daba nuestro protagonista:

– No iba a llamar a la comunidad a las tres de la mañana cuando todos tenían que estar durmiendo…

Hno. Fernando Linares Fernández

(publicado en «Punto de Encuentro«, nº 149, Junio, 2021)

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